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Opinión

Misa, elección y coronavirus

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 26.03.2021
Misa, elección y coronavirus Semana Santa | IMAGEN REFERENCIAL
Lo cierto es que la Corte Suprema, Constitución en mano, dio la razón a los creyentes y al gobierno no le quedó otra que acatar: habrá misas en Semana Santa. Por supuesto que, para un gobierno cuestionado por sus errores y laxitudes para administrar la presente pandemia, esta medida no hace más que abrirle flancos. Más aún, en este momento crítico, con 30 mil muertos por Covid-19 y la pesadilla de la última cama haciéndose realidad.

Al ver la televisión en estos días, se tiene la impresión de que estamos siendo protagonistas de un sketch dirigido por autoridades, políticos, candidatos, jueces, empresarios, gremios, obispos y periodistas. Es como si de pronto toda esa seriedad de la que hacía gala nuestro país, en especial cuando llegaba la hora de compararse con los vecinos del barrio, se hubiese perdido en la oscura noche de la pandemia. O, lo que es peor, puede que por estos días, donde muchos nos ilusionábamos (gracias al exitoso proceso de vacunación) con la luz al final del túnel, los rayos del sol del mundo post virus dejaran al desnudo los frágiles cimientos de las instituciones y de nuestros modernos espíritus.

Véase los hechos protagonizados por las dos actividades humanas que viven de la incertidumbre: la política y la religión. A 13 días de la elección que contiene cuatro cargos a votar, incluido el de quienes tendrán que redactar la nueva Constitución, no existe certeza sobre la realización de este proceso (ya modificado de lo que era su diseño original con la improvisación de los dos días). Médicos, científicos, epidemiólogos, políticos y expertos de la más diversa índole, ninguno sabe con exactitud, si procede o no, realizar una elección en medio de los días feroces de la peste. Lo que es peor: el Presidente, sentado en su tradicional escritorio atiborrado de carpetas (Contraloría indagará cuáles corresponden a la función pública o a sus negocios particulares), no ha sido capaz de entregar seguridad a la ciudadanía respecto a este tema. Piñera parece, fiel a su estilo, esperar a que sea la rueda de la suerte, girando en la ruleta de algún casino, la que le indique la mejor opción a seguir. Por otro lado, parlamentarios, candidatos y partidos políticos han sido timoratos en su pronunciamiento sobre si procede o no realizar la elección durante la fecha programada. Al parecer, aún se encuentran sacando cálculos: sumas, restas, caras y sellos sobre las pérdidas o ganancias que un cambio de fecha generaría a sus concejalías, alcaldías, gobernaciones y escaños constituyentes.

Ni siquiera el Colegio Médico y sus dirigentes, que en rigor no son más que voluntades obedientes a una asamblea sin rostro (a la que deben lealtad incondicional cada vez que negocian, reculan o tiran manteles), ha sido capaz de expresarse de manera tajante sobre este asunto. De hecho, esta semana, en un comité parlamentario, expresaron que era conveniente esperar hasta el lunes próximo para tomar una decisión, como si en menos de una semana el colapso hospitalario y la alta carga viral fueran a disminuir como en un acto de magia.

Respecto al tema político, es como si el abandonado timón de la nave del Estado comenzara a girar bruscamente, una y otra vez, producto de la tormenta en curso, mientras una larga fila de navegantes desesperados, entre los que se cuenta el capitán y los amotinados tripulantes, van intentando, infructuosamente, domeñarlo para superar la terrorífica tempestad. Por otro lado, aparece la fe religiosa exigiendo, vía tribunales y en la previa de la Semana Santa, hacer valer la libertad de culto establecida en la Constitución en pos de regresar a los templos de manera presencial, para experimentar ese misterioso acontecimiento de la transubstanciación (tan bien relatado por un influyente columnista de la plaza); aquella representación milenaria de la sangre y cuerpo de Cristo desde donde se renuevan los votos del creyente. Se trata de una tradición cristiana que no funciona vía streaming como en una sesión de psicoanálisis. Lo mismo cuenta para los rituales de otras iglesias que buscan la experiencia litúrgica para fomentar la esperanza y sosegar la desazón de sus fieles.

Sin ir más lejos, esta semana fuimos testigos, a través de un video difundido en las redes sociales, de un episodio ocurrido en una ciudad del sur donde un grupo de creyentes evangélicos eran sorprendidos realizando un culto clandestino. La escena muestra a una decena de fieles ejerciendo una resistencia tragicómica a los militares que a esa hora les fiscalizaban. Para muchos seguidores de Twitter o TikTok, redes donde residen gran parte de los hijos terribles de la modernidad actual (misma que a punta de consumo y hedonismo parecieran haber roto el techo metafísico que antes amparaba a las existencias humanas), aquel video es visto como un acto ridículo y patético del cual debiéramos sentirnos avergonzados como país. Esos devotos de la hiperconexión tecnológica no entenderían lo que un creyente, movido por la fe en el “más allá”, pudiera llegar a hacer para defender su libertad de culto.

Lo cierto es que la Corte Suprema, Constitución en mano, dio la razón a los creyentes y al gobierno no le quedó otra que acatar: habrá misas en Semana Santa. Por supuesto que, para un gobierno cuestionado por sus errores y laxitudes para administrar la presente pandemia, esta medida no hace más que abrirle flancos. Más aún, en este momento crítico, con 30 mil muertos por Covid-19 y la pesadilla de la última cama haciéndose realidad. Sin embargo, viene bien recordar que la actual carta magna establece a la libertad de culto por encima de un Estado de Excepción. Esta situación debería ser considerada por quienes aspiran a redactar una nueva Constitución, una que de seguro transitará en tiempos donde los estados de excepción pudieran ser invocados con frecuencia: ¿secularizaremos del todo nuestra próxima Constitución o seguiremos pensando que los rituales de la fe pesan más que la libertad de traslado?

La falta de conducción política y el desatino de las religiones en medio de la peste han sido sucesos que, por estos días, aparecen en las pantallas de televisión, junto a una confusa franja electoral, el populismo del retiro del tercer 10% y las imágenes de gente llegando al aeropuerto desde sus viajes de placer, con caras de susto y arrepentimiento, pidiendo con tono de superioridad moral (mismo que no usaron a la hora de solicitar sus créditos de consumo para adquirir los paquetes turísticos) a la autoridad cerrar cuanto antes las fronteras. Luego, en segundo plano, aparecen las imágenes de jóvenes entubados en los hospitales, como si el acontecimiento de la muerte ya se hubiese hecho tan natural como un portonazo.

Por estos días es mejor poner la vista y esperanza en las vacunaciones que están ocurriendo en consultorios, colegios y recintos deportivos, algo que, de seguro, muy pronto nos liberará de la pesadilla de la pandemia. Ya vimos que la oportunidad de la política y la religión para orientarnos en medio de la desorientación la desaprovecharon y fue la ciencia, en conjunto con la habilidad de algunos rectores universitarios, la que nos terminó mostrando la salida en medio de un escenario que parecía irreversible.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.