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Opinión

Obsolescencia de la escuela y posibilidad de la auto-educación comunitaria

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 28.03.2021
Obsolescencia de la escuela y posibilidad de la auto-educación comunitaria Escuela Libre El Vivero en Maipú |
La auto-educación es una expresión de la potencia y del poder de “los cualquiera” que integran en sus prácticas la promoción de saberes adecuados a ellas. La obsolescencia de la escuela tradicional abre la posibilidad de crear nuevas escuelas y redes de escuelas libres, comunitarias y federadas, defendiéndola de los ataques mercantilizadores avalados hoy por la empresa privada y el Estado.

Tarea del sociólogo, si no quiere permanecer en la descripción perezosa de lo dado, es tratar de dirigir una mirada lúcida hacia las transformaciones del presente. Hacia aquello que, a veces imperceptiblemente, anuncia otro estado de cosas, otra constitución de los vínculos sociales, otras maneras de vivir juntos. “Me gustaría examinar la mutación no para explicar su origen (eso está fuera de mi alcance) sino para conseguir, aunque sea desde lejos, dibujarla”, dice Alessandro Baricco. La reflexión sobre estas transformaciones es relevante en una sociedad, como la chilena, que vive en la actualidad un proceso constituyente donde la potencia y el poder de “los cualquiera” aumenta el rango de los futuros posibles, aunque no garantiza ninguno.

“El capitalismo, cuando una crisis lo golpea, tiende a ser reestructurado. Nuevas tecnologías, nuevas formas organizacionales, nuevos modos de explotación, nuevos tipos de trabajo emergen para crear una nueva manera de acumulación de capital”, afirma Nick Srnicek. Sobre esto hay que hablar: sobre las “reestructuraciones”, sobre los reacomodos, sobre las nuevas configuraciones del capitalismo nuestro de cada día, que anuncian maneras distintas en sus aspectos económicos, por supuesto, pero también ideológicos y valóricos, para seguir siendo el mismo.

Esta pandemia eternizada ha sido y es un exitoso ejercicio de control y disciplinamiento biopolítico universal, jamás visto, que anuncia los modos en que van a ser moldeados los cerebros, las sensibilidades y las conductas de los habitantes del planeta en las próximas décadas. La pandemia es la gran aliada de estas reestructuraciones, actuando como un acelerador de las tendencias que se habían activado desde la crisis del año 2008. La pandemia funciona en dos niveles de dominación, superpuestos y funcionalmente eficaces: como subordinación voluntaria por el miedo al contagio y como estímulo al diseño, producción y puesta en práctica de redes, instrumentos y aplicaciones digitales que sustituyen a los vínculos corporales, sosteniendo el entramado de una inmensa economía digital transfronteriza. La “gobernanza” a través del miedo generalizado y la digitalización universal ya está aquí.

Una de las instituciones que está siendo más alterada por estos dos aspectos de la pandemia es el sistema educativo y su figura central, la escuela. El miedo al contagio ha destruido los vínculos presenciales y ha facilitado la instalación de los rudimentos de la escuela plenamente digitalizada que modificará tanto los aspectos pedagógico-didácticos del aula (“zoomización”) como los laborales de los docentes (“uberización”). Esto significa el reacomodo de la escuela a la economía digital y a un mercado educativo en expansión, incluso enquistado dentro de la educación “pública”.

Pero el proceso de alteración ya venía desde antes y la pandemia no ha hecho más que acelerarlo. Desde la irrupción de las tecnologías digitales la escuela como espacio físico, territorialmente localizado, estable, acotado e inmóvil, con la “lección frontal” como modo natural de transmisión y de explicación de contenidos estandarizados, se había ido debilitando. Desde hace más de una década se habla de “aula expandida”, es decir, de la evidencia de que los aprendizajes están sucediendo “en cualquier momento y en cualquier lugar” como efecto de la conectividad y de la abundancia de información en las redes.

La escuela tradicional ha insistido con tozudez en su inmovilismo, incluso frente a todas las evidencias de una transformación profunda en las condiciones de producción, circulación y uso de los conocimientos de saberes o simplemente informaciones, en esta época de posmodernidad neoliberal, líquida e híper conectada, cuya marca distintiva es la abundancia y no su escasez. Recordemos que la forma-escuela nace justamente para distribuir una escasez, el conocimiento, mediante el dispositivo aula, ordenado bajo la forma piramidal uno-a-muchos. La escuela tenía sentido cuando eran escasos los saberes a distribuir, los portadores y las instituciones legitimadoras de esos saberes. Pero hace tiempo que el saber no es propiedad del maestro ni de la escuela, como era en sus orígenes. Hace bastante tiempo que las instituciones legitimadoras (Iglesia, Estado y universidades principalmente) han perdido legitimación y la han cedido a otras.

¿Es necesario demostrar que la sobreabundancia de cursos, talleres, seminarios, debates on line, dentro y fuera de las fronteras nacionales, intensificados en este año de pandemia, es un indicador potente y explícito de la extensión digital de la educación y de la pedagogía fuera de las instituciones clásicas y la sustitución del modelo educativo uno-a-muchos por el modelo muchos-a-muchos, propio del espacio digital? ¿Es necesario demostrar que la educación, como todos los sectores de la sociedad, está siendo empujada por el Estado y las inversiones privadas hacia una masiva y sin retorno “transición digital”? ¿Es necesario demostrar que esta transición no se refiere sólo a los aspectos tecnológicos, sino también (y sobre todo) a deslegitimaciones de viejos actores y legitimación de nuevos actores educacionales? ¿Es necesario demostrar que muchos youtubers tienen más credibilidad y audiencias que la mayoría de profesores y catedráticos y que las charlas TED tienen más valor de verdad y alcanzan más difusión que cursos y seminarios de la mayoría de las universidades del mundo?

En la actualidad, las sociedades transitan con velocidades y ritmos diversos hacia una auto-educación mediante pequeñas y grandes redes digitales, desterritorializadas, donde las funciones docentes y discentes se expanden y distribuyen sin límites más a allá de los que se señalan los propios proyectos de los actores. Una amplia capilaridad educativa, descentrada y deslocalizada se superpone a los restos de la escuela clásica centrada y localizada. Esto implica, por ejemplo, que las instituciones educativas (como las organizaciones y empresas de todo tipo) caminan hacia su consolidación como “plataformas” articuladoras de servicios, en este caso educativos, como lo estamos viendo ahora en la proliferación de ofertas educativas y colegios on line incluso en la educación primaria.

“Una sociedad que se educa a sí misma” podría ser una buena noticia desde el punto de vista de la ampliación política de la democracia y la horizontalidad del saber; sin embargo, el actual modelo avanza hacia una mercantilización y tecnologización intensivas que, concentra, jerarquiza y excluye, más que amplía las posibilidades democráticas de la educación distribuida y horizontal. La estructuración digital de los vínculos educativos abre todas las posibilidades de control monopolístico, de explotación y comercio de datos como muestra, entre muchos otros indicios, la amplia penetración de aplicaciones gratuitas como “Classroom” de Google, sin ninguna restricción por parte de los gobiernos tan dispuestos, por otra parte, a los fervores nacionalistas en los contenidos de sus programas educativos.

Nos encontramos en un momento clave donde las probabilidades de que el Estado vuelva a ser el Estado docente, de inspiración republicana, anulando su brutal subsidiareidad actual, son prácticamente nulas. El mismo Estado que destruyó su propio ideal educativo universalista, creando las condiciones de posibilidad de la mercantilización y privatización de la enseñanza en todos los niveles, no volverá a su proyecto original, salvo como parodia. Por supuesto que, en educación y en todo el paisaje social, hay vida más allá del mercado y del Estado. El desafío es cómo aprovechar esta difuminación de la función escuela con fines emancipadores, dándole otro sentido a la auto-educación, más allá de individualismo liberal y neoliberal. Es posible imaginar una auto-educación capilar, arraigada en comunidades que se educan a sí mismas, que desarrollan proyectos educativos adecuados a sus proyectos de vida y trabajo.

Cuando hablamos de comunidades no nos referimos al manoseado y agotado concepto de “comunidad educativa” y otros conceptos del management trasladados a la educación y que ya no significan nada. Nos referimos a una auto-educación que nace de las entrañas de los proyectos comunitarios, que se reapropian de los bienes comunes y crean otros nuevos, entre ellos los bienes comunes del conocimiento como parte de un proceso de prefiguración de “instituciones de la multitud”, cooperativas, solidarias e igualitarias. La auto-educación concebida así es una parte del propio proyecto de las comunidades traspasando la división del trabajo educativo, basado en la transmisión y explicación de contenidos exteriores y codificados por otros. La auto-educación es una expresión de la potencia y del poder de “los cualquiera” que integran en sus prácticas la promoción de saberes adecuados a ellas. La obsolescencia de la escuela tradicional abre la posibilidad de crear nuevas escuelas y redes de escuelas libres, comunitarias y federadas, como es el caso de la LOE en Chile, defendiéndola de los ataques mercantilizadores avalados hoy por la empresa privada y el Estado.

Adolfo Estrella
Sociólogo.