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Opinión

¿Mejor pedir perdón que pedir permiso?

Por: Jaime Coloma | Publicado: 03.04.2021
¿Mejor pedir perdón que pedir permiso? Semana Santa 2021 | Imagen de pantalla
Hoy nos culpan de ser egoístas, pero no escatimaron energía y recursos, durante años, en desarrollar campañas y enarbolar relatos donde lo importante era el rascarse con sus propias uñas y sólo ser solidario si el show de turno lo ameritaba. Nos criaron individualistas, competitivos, ventajeros. Nos extrañamos de ver que muchos y muchas salieron fuera de Santiago para el feriado en curso, pero no nos ponemos a pensar desde cuándo (décadas) que se ha instaurado como algo positivo que, si puedes pasar por alto una norma, no la discutas ni argumentes, pásala por alto, total todos lo hacen y nadie alega, o alega un rato y luego se aburre.

La Corte Suprema declara ilegal la construcción del Hotel Punta Piqueros en la roca oceánica y dice que no cuenta con permiso de edificación. Pero ahí está, emplazado en un lugar que, además de ser declarado Monumento Natural en 1990, es considerado un santuario de la naturaleza. Podría llamar la atención que se hayan comenzado las obras sin contar con todos los permisos y las regulaciones adecuadas para hacerlas, sin embargo, y pensando en cómo se ha ido construyendo nuestra identidad, desde cierto punto de vista es absolutamente normal que se busque alguna forma de establecer cierta ventaja y desde ahí lograr la meta deseada.

Hace ya varios años escuché a una ex jefa decir: “Es mejor pedir perdón que pedir permiso”, y algo se me removió adentro. Esa aseveración me hizo ruido y no logré entender qué era. Hoy veo que es otra de esas muletillas que se van naturalizando y construyen rasgos sociales que a sólo nos dañan. No es un tema actual que a un alto porcentaje de compatriotas les importe nada el de al lado, hemos estado bombardeados con frases del tipo: “la (el) que puede, puede y la (el) que no, aplaude”, “¿a quién le has ganado?”, “la picardía –lo ventajero diría yo– del (la) chileno(a)” y, por supuesto, esa mirada que romantiza la pobreza y la inequidad como si nos estableciera en la torpe idea de que si hay alguien necesitado, precarizado o vulnerable, va a salir adelante porque además somos solidarios (caritativos más bien) y nos unimos ante la adversidad. Eslóganes que van conformando una idea de nosotros mismos que, finalmente, poco tiene que ver con esta sociedad individualista, cerrada, egocéntrica, que se esconde tras esos relatos buenitos que se mediatizan a partir de campañas y palabras de buena crianza desarrolladas por los medios y el gobierno.

Hoy nos culpan de ser egoístas, pero no escatimaron energía y recursos, durante años, en desarrollar campañas y enarbolar relatos donde lo importante era el rascarse con sus propias uñas y sólo ser solidario si el show de turno lo ameritaba. Nos criaron individualistas, competitivos, ventajeros. Nos extrañamos de ver que muchos y muchas salieron fuera de Santiago para el feriado en curso, pero no nos ponemos a pensar desde cuándo (décadas) que se ha instaurado como algo positivo que, si puedes pasar por alto una norma, no la discutas ni argumentes, pásala por alto, total todos lo hacen y nadie alega, o alega un rato y luego se aburre. Comenzamos a funcionar desde lo puramente emocional, confundiendo la espontaneidad con no tener filtro ni medir consecuencias respecto a nuestros actos; “yo digo lo que pienso y si a alguien le molesta no es mi problema”, hemos escuchado y visto decir a más de algún líder de opinión y lo aplaudimos porque está diciendo “su verdad”, no importa el daño ocasionado porque el resto le da lo mismo.

Hace unos días un académico de Harvard habló sobre la comunicación errática del gobierno de Chile respecto al control y conciencia social respecto a la pandemia, concluyendo que se creó una falsa sensación de confianza. Yo iría más allá, pues creo que se suma a esa comunicación errática, contradictoria y confusa, esta identidad de la que hablaba. El cóctel es peligroso: una sociedad, a la que le importa un carajo sus compatriotas (hay excepciones, lo sé, pero pienso en una mayoría), que sólo se preocupa y conmueve con ellos cuando hay un espectáculo que los muestre, romantice y exhiba, y que funciona en torno al discurso de que “tengo que resolver mis problemas para preocuparme de los del resto”, máxima de la idea del “chorreo” propuesto y enraizado por los Chicago Boys desde los 80. Interesante resulta observar que esa teoría del “chorreo” se contradice con la idea filosófica popular que plantea que el ser humano con poder y/o dinero siempre va a querer más poder y/o dinero. Desde esa perspectiva el famoso “chorreo” nunca funcionaría. Este planteamiento, si bien está profundamente enquistado en la cultura, no es inherente a nuestra especie. Esto no significa que no existan ni debamos respetar individualidades y diversidad, nada más lejano a eso; simplemente es tratar de entender que funcionamos mejor en conexión con el otro y que, como se ha visto a raíz de una exitosa campaña de vacunación por el Covid-19, cuando hay voluntad en lo público, social, integral, todo funciona a la perfección. Quizás debamos romper con la idea de que lo público no es eficiente, ya que resulta evidente que al haber recursos –que un Estado subsidiario como éste no da– estos funcionan a la perfección y se logran cosas increíbles.

Imaginen si a eso le sumáramos humildad, capacidad crítica y autocrítica, medios conectados con la realidad y no puramente enajenantes, como lo han sido desde la dictadura cívico-militar hasta hoy, y políticos realmente interesados en el ciudadano y no sólo en el mercado: fortaleceríamos la cultura y demostraríamos que es el sostén del pensamiento; nos vincularíamos y oxigenaríamos lo político/ideológico; nos transformaríamos en personas respetuosas del otro sin negar nuestra historia; reflotaríamos esa remota idea de que la reflexión, el análisis, el juicio crítico y la argumentación son importantes. Que desde ahí se gestan los cambios. Si empezamos a respetar las normas y cuando no nos satisfacen lo hacemos notar, nos organizamos y protestamos contra ellas para que cambien. En definitiva, nos transformamos en lo que se supone somos: entidades sociales, participativas, conectadas, y dejamos de lado esa suerte de sentencia que nos confunde y nos hace mal, porque en realidad: no es mejor pedir perdón que pedir permiso.

Jaime Coloma
Licenciado en Estética, magíster en Comunicación. Panelista de televisión.