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Tati Penna y la Transición a la chilena

Por: Isabel Aguilera y Sandra Vera | Publicado: 22.04.2021
Tati Penna y la Transición a la chilena Tati Penna |
Penna inauguró “el matinal de Chile”, Buenos días a todos, con Felipe Camiroaga. Chile, al mismo tiempo, inauguraba la transición en la televisión: se dictó la Ley N°19.132; José Joaquín Brunner tomó el lugar de Alfonso Márquez de la Plata en el Consejo Nacional de Televisión; y Jorge Donoso Pacheco comenzó a presidir el directorio de TVN. La dupla Penna/Camiroaga estuvo al aire entre marzo y septiembre de 1992, y tras un breve periodo de transición -dentro de la transición- apareció la dupla que haría historia: Kahl/Hevia. 

Junto con la tristeza, la muerte de Tati Penna activó la memoria. Se ha recordado su presencia y relevancia en el mundo de las artes, de la política y del espectáculo, antes y después de la dictadura. Sobre el después, basten las palabras que Lemebel le dijo a Tati en De vez en cuando la vida en el año 2000: “esa es una foto de bienvenida a la demosgracia que no teníamos idea de lo que iba a ser”. Tati Penna reiteró: “la demosgracia” …quizá tampoco sabía lo que iba a ser.

Radio Uchile.cl título: “Fallece Tati Penna, ícono de la televisión de los años noventa” y puso en relación tres elementos: una persona de carne y hueso que representa algo, un medio y una década. Pensar en Tati Penna, desde esas coordenadas, es pensar en un tiempo –la transición temprana–, en lo que entonces era mostrable y decible en la tele, y por lo tanto, deseable como proyecto nacional.

Como todo producto cultural, los shows televisivos encarnan un material social pre-existente y operan como reflejos, algo borrosos, de las sociedades y sus ritmos. Así, lo que vemos en pantalla no se crea en el vacío ni es producto del genio individual, sino que se fragua en ambientes ideológicos y en un régimen de representación específico: un modo de organizar y clasificar conceptos e imágenes.

En ningún caso la televisión es una antena repetidora, al contrario, agita constantemente signos que pueden cobrar nuevo valor, movilizar ideas por fuera del régimen de representación e incluso operar a contrapelo del ambiente ideológico. La tele se hace en tensión, en la tensión de la vida social, y en ese marco crea cultura, ya sea que el programa se llame Ojo con el arte o Buenos días a todos. Por eso ambos programas son comparables, aunque uno quedara elevado a lo “cultural” y el otro llegara a ser el ejemplo paradigmático del insulto clasista: “la señora que ve matinales”.

Hay ciclos en que la creación, difusión y masificación de signos se acelera y se vuelve particularmente importante. Uno de ellos son las refundaciones nacionales, como la que le tocó vivir a Tati Penna. Son momentos en que las preguntas qué mostrar, cómo escenificar, qué decir, en boca y en cuerpo de quién, son cruciales porque el tránsito de un régimen político a otro no se salda en una elección, sino que en la percepción de un cambio de época.

Lo que estaba en juego en los noventa era la aparición pública de algo nuevo deseable. Según la Ley que crea en 1992 la “Empresa Televisión Nacional de Chile”, lo deseable era el pluralismo y el neoliberalismo. O sea, sacar a algunas momias, poner de todo un poquito y autofinanciamiento. Quizá fue por la puerta del pluralismo que se coló Penna. Enseñó a poner condones por la televisión, en “Escrúpulos” se bebía y fumaba, se quejó por la ropa que debía usar, no aguantó que le “sugirieran” usar una base más clara para su piel. “Me sentía sola dando estas peleas”, contaba en una entrevista, lo que además le hizo ganarse una fama de mujer difícil a lo que no contribuía su “poco dulce” voz. A su vez, la poderosa asociación para la censura “Porvenir de Chile” no se cansó de hostigar los contenidos y formas de Penna usando distintos recursos.

Esa hostilidad resuena con otros eventos transicionales, como la prohibición del concierto de Iron Maiden por inspirar, supuestamente, tendencias satánicas o el largo juicio por la censura de la película de Scorsese “La última tentación de Cristo” que no se resuelve hasta fines de los años 90. El pluralismo no era un proyecto fácil ni, probablemente, una declaración honesta del bando ganador que dirigía este nuevo Chile.

Penna inauguró “el matinal de Chile”, Buenos días a todos, con Felipe Camiroaga. Chile, al mismo tiempo, inauguraba la transición en la televisión: se dictó la Ley N°19.132; José Joaquín Brunner tomó el lugar de Alfonso Márquez de la Plata en el Consejo Nacional de Televisión; y Jorge Donoso Pacheco comenzó a presidir el directorio de TVN. La dupla Penna/Camiroaga estuvo al aire entre marzo y septiembre de 1992, y tras un breve periodo de transición -dentro de la transición- apareció la dupla que haría historia: Kahl/Hevia.

¿Cómo representar el nuevo Chile en “su” matinal?; ¿Cuál es el cuerpo, el color, la voz, el tono, la edad de la reconciliación?; ¿Cómo se relacionan hombres y mujeres en una democracia conservadora y neoliberal?; ¿de qué podemos reírnos, qué podemos llorar en el Chile nuevo?; ¿Las posiciones políticas visibles son o no parte del pluralismo?; ¿Tati Penna es plural, singular o demasiado plural? Puede que este tipo de inquietudes, propias de un proceso acelerado de cambio, precipitara la salida no voluntaria de Penna de los canales en los que estuvo. Como señala Ignacio Echeverría -a propósito de la transición española- el gusto de lo culturalmente correcto debe ir a la par de lo políticamente correcto.

Los recuerdos de las personas que conocieron a Tati, describen a una profesional íntegra, una mujer comprometida, crítica, amorosa, divertida. Entre quienes la veíamos en la tele junto con esas palabras, aparecen otras: morena, sensual, juguetona, pilla, con “voz de hombre”, dijo una para destacar su particularidad. Una mujer diferente, no fantástica, real y diferente a muchas de las que hemos visto después.

La duración de Tati Penna como el rostro de Chile, no habla de ella sino de una época. De una promesa de alegría que no era tan lúdica, tan morena, tan sensual. Una alegría que no podía ponerse en acto en ese cuerpo, ni hablarse en una voz ambigua, poco prístina y directamente impura ya instalada entre diablos y angelitos. Si dejamos de subestimar la cultura de masas para interpretar la política vemos que lo nombrado como espíritu reconciliador fue más bien un diseño nacional inequívoco en su mensaje. La televisión en y para la transición necesitaba otra representante y la encontró –aquí no hay sarcasmo- en una gran animadora, Margot Kahl, que desde el lugar de una recatada credibilidad condujo el buque insignia de la demosgracia televisiva.

Isabel Aguilera y Sandra Vera
Isabel es parte de la Escuela de Sociología Universidad Católica del Maule e investigadora Fondecyt. Sandra es socióloga, participa del Instituto de Asuntos Públicos Universidad de Chile (INAP) y es investigadora Fondecyt.