Avisos Legales
Opinión

No hay peor ciego que el que no quiere ver, por eso no se ve venir

Por: Jaime Coloma | Publicado: 10.05.2021
No hay peor ciego que el que no quiere ver, por eso no se ve venir Piñera y ex ministros de Concertación y derecha |
Estamos viviendo un periodo de real transición, veámoslo, entendámoslo, y observemos también que todo lo que se viene en lo político cultural este 2021 debiera establecer el fin real de una era dando el tan ansiado paso hacia una nueva sociedad. Todo esto, claro esta, si logramos verlo venir.

Escribo estas líneas con cuidado y respeto fundamentalmente porque no soy analista político, pero sí un observador del lenguaje y la comunicación, desde mis estudios de Estética y antes cuando estudiaba Diseño Teatral; fue ahí donde entendí cómo el signo, además de visible en todo, siempre significa y está en el receptor la capacidad y/o deseo de verlo.

El Chile de hoy está en un evidente proceso de cambio y, desde cierta perspectiva, nunca ha salido de esa frágil democracia a la que con tanto ahínco se volvió a finales de los 80 y principios de los 90. La máxima de cuidado se establecía en el diálogo con todos y se construía en una suerte de perdón, muy judeo cristiano, que limpiaba los horrores que se sufrieron durante el periodo que se dejaba atrás. Dentro de lo negociado estaba, sin duda, mantener el relato escrito durante la dictadura cívico militar sosteniendo así una construcción cultural que fue fortaleciendo y avalando el sistema. Por otra parte, la división ya se había logrado puesto que, además de validarse la Constitución del 80, en el plebiscito del SI y el NO la brecha no era tan alta (44,01% contra 55,99%), mostrando una suerte de grieta político cultural que pesa hasta hoy en día.

Vinieron los 90, el 2000, su primera década, la segunda, y todo parecía en orden; la gente no se quejaba, reinaba el discurso farandulero, más allá del espectáculo, permeando la política y la agenda pública, campeaba el individualismo y la idea sostenida de que meterse en política era una estupidez y todos los políticos unos corruptos. Sólo el independiente nos salvaría de las injusticias en las que nos veíamos producto de un malvado e inoperante Estado y la libre competencia nos haría crecer como sociedad, ahí estaba el verdadero desarrollo.

De pronto en una torpe jugada de comunicación política todo cambió. Los violentos dichos de sesgo humorístico pero muy agresivos fueron permeando la débil capa en la que se construía el equilibrio social: “hagan bingos, “compren flores que están más baratas”, “levántense más temprano para ahorrar en locomoción”, entre otras, calaron en la hipersensible sociedad chilena que cual herida al descubierto se vio nuevamente expuesta y maltratada. Como suele suceder, no se vieron las señales y lo que parecía un paraíso en realidad ocultaba un infierno. Sobre endeudamiento, costo altísimo de vida, precariedad laboral, inestable o casi inexistente salud mental y, por supuesto, mucha rabia acumulada. Vino así el estallido social que, de la mano de un grupo de jóvenes que saltaron torniquetes –símbolo claro de algo que no te permite avanzar o te restringe el paso–, prendieron la mecha. Nuevamente las lecturas no se hicieron esperar y los “no lo vimos venir” campearon en el discurso político y mediático. La agenda pública y social se tomaba, finalmente, el relato que legítimamente le pertenecía. Salieron rostros aparentemente emblemáticos de la pantalla chica y varios ministros fueron sacados de sus cargos. La oposición, por su parte, contaba supuestas cuentas alegres sin ver que ellos también eran objeto de lo que se cuestionaba; en el fondo seguían sin verlo venir.

Lo importante con todo este proceso es lo que ha ocurrido ahora y que comienza a leerse una vez más de manera errada y sólo algunos se hacen cargo de la queja social y de la consigna: “hasta que la dignidad se haga costumbre”. El oficialismo, y el Partido del Orden siguen en la lógica de mantener todo como está sin observar que estamos en una suerte de transitoriedad que va más allá del proceso inmediato. Las estructuras institucionales se ponen en jaque y hace que algunos corran en círculos no entendiendo, y menos viendo, lo que pasa a su alrededor. Aceptar que lo que está en juego no es sólo un modelo económico, sino toda una institucionalidad cultural, es complejo y, en cierta medida, nuestros actuales líderes en las distintas agendas (política, mediática y social) se han visto sobrepasados respecto a las nuevas lecturas que se imponen… sin que ellos hayan mediado en esa validación orgánica que se va dando producto de la protesta constante desde ese octubre de 2019 hasta hoy, donde, cual aliada oculta, la crisis sanitaria sólo en apariencia ha logrado acallar un poco.

Se viene una elección potente que permitirá un cambio estructural en el mediano y largo plazo. Un cambio que debe ir de la mano de otros relatos y otras estéticas y que establecerán en muchos aspectos dimensiones que desconocemos después de más de 40 años de una misma forma. Esa elección tendrá como protagonistas a un grupo de personas diversas que nos pondrán en un espacio transitorio y de espera, donde los nuevos liderazgos probablemente alteren el escenario político y mediático como lo conocíamos, ese de los mismos de siempre y de la institucionalidad que no se toca para no generar ruido.

Si se logra la construcción de una nueva Constitución paritaria que cambie éste modelo habrá nuevas voces y formas de liderazgo donde las elecciones gubernamentales y parlamentarias se establecerán en una cierta radicalidad nueva. Los relatos deberían ser otros y, por ende, la construcción sociopolítico-económica y cultural también. Estamos viviendo un periodo de real transición, veámoslo, entendámoslo, y observemos también que todo lo que se viene en lo político cultural este 2021 debiera establecer el fin real de una era dando el tan ansiado paso hacia una nueva sociedad. Todo esto, claro esta, si logramos verlo venir.

Jaime Coloma
Licenciado en Estética, magíster en Comunicación. Panelista de televisión.