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Opinión

La “yuta” de la clase política

Por: Sebastián Sandoval | Publicado: 17.05.2021
La “yuta” de la clase política | Agencia Uno
Pamela Jiles, quien se presenta hoy como la única opción de dignidad para un pueblo en carencia, en realidad es una figura dependiente de los grupos de poder. Una agente más al servicio de la clase, con cara amable, ideas a corto plazo, y tono humorístico, agradable al ojo de quien está hastiado de la irresponsabilidad de la política transversal, pero que internamente presenta la cara más violenta e ideológicamente cruel de quienes hoy nos gobiernan, y puede generar más perjuicio para las demandas justas de nuestra sociedad.

En el término coloquial, hablar de “yuta” es hablar de forma despectiva de una persona que ejerce un nivel de persecución o limitación en contra de otra. Si bien últimamente el término ha sido predilecto por la juventud para considerar a la institución de Carabineros, en contraposición al tradicional término de “paco/a”, también se utiliza para desprestigiar a quien es percibido con un actuar de manera excesivamente restrictiva en contra de las posiciones políticas de otro. En una columna de Pablo Maltés, publicada en este medio, el candidato a gobernador hacía referencia al término para apuntar a quienes tienen conceptualizaciones distintas políticamente hablando sobre las disidencias sexuales, algo sobre lo cual la diputada Pamela Jiles siguió el juego al twittear la columna, citando a un grupo de activistas e instituciones muy diferentes entre sí respecto a posiciones, pero con el elemento en común de conformar oposición a ella. Un uso descarado y gravoso, que puede generar daños considerables, sobre el cual ella ha valorado la ganancia política sobre el menoscabo social.

Para nadie que realmente tenga una noción política básica, es extraño que la diputada esté teniendo una meteórica subida en las encuestas. Su forma estratégica de concebir la política mediante una banalización de los asuntos de esta, y la capitalización de logros legislativos a través de proyectos fáciles con muy poca oposición, la han levantado hasta el tope, convirtiéndose en un rostro seguido por la sociedad, y cuya postulación a la Presidencia no ha dejado a nadie indiferente, en un país donde la política está altamente desprestigiada.

Jiles comenzó el camino siendo la candidata a diputada por el distrito 12 bajo la bandera del Partido Humanista, en ese entonces una de las plataformas del Frente Amplio. Bajo el beneplácito de las bases, tanto ella como el diputado Raúl Alarcón, conocido en el ambiente artístico como “Florcita Motuda”, entraron a la palestra postulando a la magistratura, con la idea de capitalizar a los representantes con mayor importancia mediante la canibalización de quienes no tenían potencial de arribo. Con esta instrumentalización del PH, Jiles y Alarcón se convirtieron en auténticos “palos blancos” revestidos del estigma farandulero, y que se harían ver en contraste a rostros altamente cuestionados entonces, como Jackson o Boric, dirigentes del Frente Amplio que en su primer periodo tuvieron que enfrentar los cuestionamientos respecto del fracaso en la tarea auto-impuesta de asumir un proyecto transformador en un Congreso entintado de la lógica implantada tras la política de los acuerdos de la década de 1990.

Sin embargo, tras el estallido social, que dejó en evidencia las falencias estructurales de un sistema bajo un pacto débil que terminó haciendo aguas los primeros días de octubre de 2019, Jiles vio su oportunidad de transformación en una carta relativamente seria, desafiando el poder interno en su coalición al transar de manera independiente, aprovechando la complacencia con la que los partidos de su grupo transaron proyectos de ley relacionados con seguridad pública, en los cuales la ignorancia de algunos diputados fue suficiente argumento para respaldar medidas basadas en el populismo punitivo.

Tras haberse generado el cisma entre el humanismo y el FA, en diciembre de 2019, se iniciaron las pugnas internas respecto del rumbo que debía tomar el Partido Humanista. Mientras el sector histórico, dirigido por Tomás Hirsch, concebía una visión política radicada en el actuar en terreno, Pamela Jiles y su grupo eran más de una visión de estrategia, centrada en el actuar en las instituciones, lo que llevó a la separación de los grupos históricos del PH para crear Acción Humanista. La opinión política se ha preguntado continuamente si existe alguna manera de frenar a Pamela Jiles ahora que estamos “a tiempo” para poder evitar su ascenso a un cargo tan importante como la Presidencia de Chile, a raíz del peligro que impone el surgimiento de un populismo para nuestra institucionalidad. La realidad de las cosas es que existen muchas chances, pero, como sucede casi siempre, es la voluntad política de los personeros partidistas la que hoy por hoy no existe para su realización.

Existe un nulo esfuerzo de nuestra clase política a reducir su impacto, pues no sienten que exista un perjuicio mayor a las clases dominantes que inciten a un cambio radical en su forma de hacer política. Si ella no llegase al poder, será porque existirá un esfuerzo mancomunado de parte de la sociedad chilena que al final concederá espacio a los partidos transversales para establecer transas que se acomoden a su agenda. Si ella llegase al poder, serán 4 años problemáticos para la sociedad chilena, mas no para la política, que no resultará con un menoscabo grave y permitiría un rearme discursivo y estratégico que, combinado con un sentir popular de erradicar a los grupos sedientos de poder a los cuales representa la parlamentaria, regresará a la política antigua como si nada, permitiendo una revalidación forzosa de la política.

Todavía más conveniente para las esferas de poder es que una persona de este carácter se aproveche del discurso de las demandas del estallido social, pues configura un argumento potente a usarse contra las personas que respaldaron las protestas, radicado en la supuesta responsabilidad de estas en el ascenso meteórico de la diputada, lo que limitaría el rango de negativas en contra de los partidos tradicionales y podría establecer una barrera compleja de sortear a la hora de generar convencimiento masivo sobre cualquier intento de transformación de la institucionalidad chilena, pudiendo llevar a transar demandas que hoy son consideradas intransables.

El dilema que hoy se nos presenta es que la única manera en que se podría frenar a Jiles es en la misma forma en que pueden existir cambios potentes en Chile: mediante un cambio en la base ética y filosófica de nuestra clase política, que permita llevar los cambios necesarios para mejorar las condiciones sociales sin necesariamente desmantelar en su totalidad el sistema. Un cambio que sabemos que no va a tener lugar, pues removería a los partidos del control exclusivo de la agenda legislativa, y que por tanto no les resulta conveniente. La diputada es consciente de esta posición de privilegio y por ello siempre ha apoyado reformas y cambios mínimos basados en el aspecto social, mientras que en proyectos que implican transformaciones fuertes de nuestra institucionalidad ha sido dubitativa, e incluso ha bloqueado voces de razón en dicho trayecto. Sabe que en el momento en que ella intente impetrar una acción relevante que genere un cambio positivo en la sociedad, que a la vez perjudique a las esferas de poder, el cerco estará instalado apenas ella presente el proyecto, y perderá toda opción a un escaño.

Pamela Jiles, quien se presenta hoy como la única opción de dignidad para un pueblo en carencia, en realidad es una figura dependiente de los grupos de poder. Una agente más al servicio de la clase, con cara amable, ideas a corto plazo, y tono humorístico, agradable al ojo de quien está hastiado de la irresponsabilidad de la política transversal, pero que internamente presenta la cara más violenta e ideológicamente cruel de quienes hoy nos gobiernan, y puede generar más perjuicio para las demandas justas de nuestra sociedad.

A tener cuidado, llegó la yuta.

Sebastián Sandoval
Alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales.