Avisos Legales
Opinión

Meditaciones bíblicas

Por: Jaime Collyer | Publicado: 17.05.2021
Meditaciones bíblicas | Agencia Uno
Consultado Insulza, hace unos meses, por quién le parecía que daba mayores garantías democráticas entre Lavín y Jadue, no dudó en mencionar a Lavín, ligado sin la menor duda al entramado previo del régimen militar. Ahora le ha dado con Cristo y los apóstoles, se nos puso bíblico, aunque el tiro bien podría salirle en este caso por la culata. Bien podría ser que a alguien le diera por hacer aportes adicionales al tema, otras contribuciones en esta vena pastoral. Ponerse a buscar, por ejemplo, caracterizaciones de Judas dentro del Parlamento, o diferenciar nociones que suenan parecidas aunque sean rigurosamente opuestas, como las de apóstol y apóstata.

Como antesala curiosa a este fin de semana tan ajetreado en lo electoral (o quizá como preámbulo a la muy farandulera cobertura televisiva de las elecciones), el senador Insulza acaba de ofrecernos durante la semana una precisión que solo podemos calificar de bíblica, una acotación teologal inesperada, surgida en respuesta a la identificación que Daniel Jadue manifestó con el legado de Salvador Allende. El gesto no le pareció al senador y le sirvió para comparar de manera indirecta al alcalde de Recoleta con un apóstol de Cristo que se hubiera arrogado el derecho a sustituir al maestro. Fue una de esas perlas verbales en las que él mismo se complace y con las que se deja caer cada tanto, siempre para reforzar ante la audiencia su deriva personal hacia un conservadurismo sin vuelta, por si no lo tuviéramos ya suficientemente claro luego de sus muchas intervenciones de los últimos años. Incluyendo, desde luego, esa batalla no demasiado épica que dio en 1998, a nombre del gobierno, para traer de vuelta a Pinochet desde Londres, evitándole que fuera procesado por la justicia española y preludiando la farsa montada luego ante la justicia chilena.

Solía enarbolarse, por entonces, en las altas esferas gubernamentales la “idea maravillosa” del presidente Aylwin de la justicia dentro de lo posible. El calificativo tan entusiasta se lo escuché al propio senador Insulza por aquellos días, en un almuerzo ofrecido por su repartición a los escritores invitados a un simposio en que estuvo incluso la escritora sudafricana Doris Lessing. Como el tema ineludible de la sobremesa fue la detención de Pinochet y la batalla a rajatabla que la administración Frei daba para rescatarlo, el ahora senador abundó en torno a la mencionada concepción de la justicia, generándose un esbozo de polémica cuando algunos de los presentes planteamos nuestro desacuerdo con que la idea fuera tan luminosa, sugiriendo como contrapartida que la justicia no era algo que, por definición, pudiera uno administrar hasta donde se pueda no más, sino que suele ser una noción binaria: es o no es, la hay o no la hay, se impone sobre el delito o elude su misión de castigarlo. Lo que no puede es andarse con medias tintas. Plantear que ella se ejerciera “dentro de lo posible” supuso de manera implícita que se podía negociar con los criminales y violadores de los derechos humanos, cuando menos mientras su jefe siguiera en la Comandancia en Jefe haciendo boinazos y otros alardes ante la autoridad política elegida en las urnas.

Podemos convenir hoy –con ciertas reticencias– en que el horno de la transición no estaba para bollos y que el contexto de esos años incluía la amenaza golpista o de involución. Igual hubo, entre los personeros que ahora conformaban esa autoridad legítimamente elegida, una forma extraña de falta de audacia, cierta cautela en virtud de la cual resolvieron que era muy arriesgado provocar a los matones uniformados o ir demasiado lejos, mejor hacerlo hasta donde el criminal lo tolerara, dependiendo de si sacaba o no la pistola y la ponía sobre la mesa. Hay, con todo, ocasiones –en especial para un líder político– en que solo queda oponerse a los pistoleros de turno, como fue el caso preclaro de Allende en La Moneda, ya que estamos, o el de Unamuno en la Universidad de Salamanca, al enfrentar con la pura fuerza de sus argumentos al general franquista Millán Astray, conocido termocéfalo de la época que lo amenazó, precisamente, con sacar la pistola.

Las dirigencias partidarias de la transición justificaban su cautela repitiendo que no estaban los tiempos para maximalismos y que había otras prioridades, que la política es así: un reino de macuquerías y renuncias sucesivas a las pretensiones ciudadanas que el político alentó cuando aspiraba al poder y fue relegando una vez arribado a su escaño o el sillón ministerial. Parecido a lo que sucedía en Cien años de soledad cuando la cúpula tan progresista del Partido Liberal iba donde el coronel Aureliano Buendía a decirle que, ahora que habían ganado la guerra, había que ser realistas y renunciar a algunos ideales que movilizaban previamente a los liberales, a lo que el coronel les preguntaba cuáles y ellos respondían sin arrugarse que más o menos todos. Entonces el coronel respondía con una frase emblemática: “Quiere decir, señores, que solo hemos estado luchando por el poder”.

Resulta igual curiosa la propensión actual del senador –considerando además el espacio tan recurrente que él mismo se fabrica con fórceps en la prensa– a enturbiar y refrenar con sus frases y declaraciones el impulso de cambio y la efervescencia que hoy abunda en todo el país. Cuando estalló la revuelta de octubre, se limitó a evidenciar su proclividad autoritaria y sugerir que lo más razonable era, a su entender, “reprimir con energía esas manifestaciones”. Después (cuando ya no hay demasiado eco a sus viejas pretensiones presidencialistas) se ha ocupado con cierta regularidad de debilitar la opción presidencial eventual de Daniel Jadue, en una suerte de fijación anticomunista más propia de los tiempos caducos de la Guerra Fría que del momento histórico actual. En esa vena, consultado hace unos meses por quién le parecía que daba mayores garantías democráticas entre Lavín y Jadue, no dudó en mencionar a Lavín, ligado sin la menor duda al entramado previo del régimen militar. Ahora le ha dado con Cristo y los apóstoles, se nos puso bíblico, aunque el tiro bien podría salirle en este caso por la culata. Bien podría ser que a alguien le diera por hacer aportes adicionales al tema, otras contribuciones en esta vena pastoral. Ponerse a buscar, por ejemplo, caracterizaciones de Judas dentro del Parlamento, o diferenciar nociones que suenan parecidas aunque sean rigurosamente opuestas, como las de apóstol y apóstata. Los apóstoles fueron, para precisar, quienes preservaron el legado de su maestro y lo difundieron luego a los cuatro vientos. El apóstata es, en cambio, aquel que reniega con el tiempo de su credo inicial y termina dándole la espalda a sus acólitos. Como si un opositor a una dictadura terminara, al cabo de los años, batallando a brazo partido para salvar al ex dictador de los tribunales. Un gesto más cercano –se diría– a una apostasía que un apostolado.

Jaime Collyer
Escritor.