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Opinión

Preservar la memoria

Por: Jaime Collyer | Publicado: 15.06.2021
Preservar la memoria |
Pedir, agarrándose de la distorsión hecha a las palabras de Jadue, que no se mencione ya más lo ocurrido el 73 y en años posteriores es como pedirle a alguien que sufrió el bullying en su etapa escolar que lo supere sin más y deje de lamentarse por esa herida imborrable de su infancia o adolescencia. Es difícil, por no decir imposible. El dolor pretérito es algo que se va subsanando al explicitarlo gradualmente y ponerlo sobre la mesa, al traerlo una y mil veces a la consciencia para tratar de asimilarlo. Barrer la historia cruenta que padecimos bajo la alfombra solo servirá, eventualmente, para repetirla, por más que ahora tengamos Punta Peuco como gran disuasivo de esos afanes.

Daniel Matamala escribe esta semana una columna acerca de la mala memoria de las dirigencias políticas en nuestro país, con énfasis en esos personeros que, en su afán de caer siempre parados, empiezan a sugerir ahora que ellos no fueron los que propiciaron la consecución del modelo económico heredado de la dictadura y que, aun cuando estuvieron dentro del aparato estatal durante treinta años, ellos estaban en íntimo desacuerdo con todo eso y hasta quisieron oponerse, matizarlo, pero la marea ambiente se los impidió. La columna de Matamala abarca a todos los miembros de la casta política, pero hay ciertos énfasis llamativos: uno advierte que unos estuvieron más pringados que otros; que unos alentaron los negocios ajenos y cobraron las comisiones de rigor, otros no; y que casi todos, excepto la izquierda recompensada por la ciudadanía en las elecciones del 15-16M, cobraron ciertamente del bolsillo y las arcas de Ponce Lerou, Penta y demás interesados en financiarlos. Aun así, ese club tan variopinto y escogido intenta siempre pasarnos gato por liebre y convencernos de que lo que hicieron o dijeron en esos años recientes no es exactamente lo que hicieron o dijeron, sino todo lo contrario, o que no lo tienen claro ni se acuerdan mucho, pero que, en fin, podemos pensar respecto a ellos lo que mejor nos acomode, al gusto del consumidor o el votante eventual, y que ellos se encargarán luego de maquillarlo suficientemente. Una actitud parecida a la que parodiaba Groucho Marx: «Aquí tienes mis principios, pero si no te gustan tengo estos otros».

Posiblemente, los más indignos en estas volteretas hoy observadas sean los socialistas de la tendencia Elizalde, que se esmeran desde hace rato en robarse la película del transformismo, gravitando casi siempre hacia la derecha, que es a fin de cuentas la dirección del poder actual. Churchill decía que «hay quienes cambian de partido para no traicionar sus principios, y también quienes cambian de principios para no traicionar al partido». Esta última parte de la frase sugiere muy bien la proclividad metamórfica del mencionado segmento (“Es que la mesa actual es muy mala”, me decía hace poco un amigo socialista de toda la vida, hombre de muy buena fe, como casi toda la gente del partido). Es la misma gente que hoy se sigue autodefiniendo como de «centro-izquierda», categoría en la que hasta se anota hoy Javiera Parada luego de haber completado su propio giro camaleónico hacia la derecha. Es que ser de izquierda continúa siendo una etiqueta que brinda legitimidad, aunque tu vida y gestos, tus declaraciones y artimañas, hayan terminado por alejarte definitivamente de lo que alguna vez pensaste o defendiste a este lado del espectro ideológico. Cuando, de tanto no vivir como pensabas, terminaste pensando igual de abyectamente que como vivías y cobrabas.

Volviendo a esa tendencia aludida por Matamala, esa propensión de las élites criollas a modificar el relato histórico, surge un asunto que me parece directamente relacionado con ella y que veo comentado en los noticieros posteriores a la elección de gobernadores. Es la conmoción aparente, el rasgado de vestiduras, los gritos en el cielo que variados idólatras del orden han aprovechado de difundir a propósito de la ironía al pasar de Daniel Jadue en su propio espacio en las redes, en el sentido de que, si le andan pidiendo garantías democráticas a la izquierda, antes habría que pedírselas, eventualmente, a quienes detentan el monopolio en el uso legítimo de la fuerza, y a la DC, para que garanticen de manera explícita su compromiso con los anhelos mayoritarios del país y la democracia. La respuesta es este escándalo bien orquestado y la reacción altisonante de esos personeros devotos del statu quo, y que cómo se le ocurre pedir semejante cosa, claman, y polarizar al país de este modo. Piñera, por su parte, nos recuerda que las Fuerzas Armadas son “jerarquizadas, obedientes y no deliberantes”, obviando el hecho de que ellas siempre han sido, más bien, un conglomerado segregado, no pocas veces sujeto a la obediencia debida y sumamente deliberante, pero para mal.

Es –además del empeño infructuoso de sabotear a Jadue por cualquier intervención suya convenientemente distorsionada en sus intenciones– la práctica interesada de dejar de lado, una vez más, la historia local del último medio siglo y sus consecuencias. Solo que hay aún en escena dos o tres, varias generaciones que, incluso siendo adolescentes por entonces, vivimos el golpe militar del 73 con plena consciencia de lo que estaba ocurriendo y lucidez suficiente al presenciar o vivir el terror sistemático que sobrevino luego. ¿De dónde, nos preguntamos ahora, la reacción escandalizada de esos vigías de la democracia que hoy proclaman su pureza a este respecto? En el caso tan irremediable de la derecha, es otra forma de opacar las propias responsabilidades históricas, en el proceso que apoyaron y promovieron durante los 17 años de terror gestionado con absoluta y totalitaria convicción. Dicho sea de paso, este sector aboga siempre por la reconciliación cuando ya ha hecho la pega sucia: o sea que primero te pega a mansalva y después, cuando quieres defenderte y reaccionar, te acusa de ser rencoroso. En el caso de la DC, no queda sino recordar, aunque parezca odioso, que una parte sustancial del partido se plegó con sus maquinaciones a la asonada golpista y que el mismo Frei padre legitimó el Golpe a los pocos días de ocurrido, en carta dirigida a sus adláteres de Italia (una carta que, al parecer, no fue bien recibida por los destinatarios).

No se trata, como ha dicho Carmen Frei (una voz muy respetable y una víctima ella misma de la herencia sangrienta de la dictadura), de vivir adherido al pasado, sino de preservar en nuestra memoria colectiva esos años de violencia que nos fueron impuestos, los años de la Operación Cóndor y otras iniquidades organizadas desde el poder. Esta vez debemos precavernos, la democracia y los demócratas reales tienen perfecto derecho a hacerlo y a hablar de esas garantías, aunque sea una ironía al pasar o un gesto meramente simbólico y nadie esté dispuesto, al parecer, a concederlas. Reacción que no deja de ser extraña en quienes se desvivieron en 1970 por exigírselas a Salvador Allende y luego desecharon ellos mismos esas obsesiones garantistas.

Pedir, agarrándose de la distorsión hecha a las palabras de Jadue, que no se mencione ya más lo ocurrido el 73 y en años posteriores es como pedirle a alguien que sufrió el bullying en su etapa escolar que lo supere sin más y deje de lamentarse por esa herida imborrable de su infancia o adolescencia. Es difícil, por no decir imposible, lo han comprobado repetidas veces los expertos en psicología, padres y educadores. El dolor pretérito es algo que se va subsanando al explicitarlo gradualmente y ponerlo sobre la mesa, al traerlo una y mil veces a la consciencia para tratar de asimilarlo. Barrer la historia cruenta que padecimos bajo la alfombra solo servirá, eventualmente, para repetirla, por más que ahora tengamos Punta Peuco como gran disuasivo de esos afanes.

Jaime Collyer
Escritor.