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Opinión

Yasna, la política y el “lipograma”

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 22.08.2021
Yasna, la política y el “lipograma” | Agencia Uno
Nadie hubiese pensado que la “C” estaría nuevamente mirando el poder; lo lógico era la alianza con Apruebo Dignidad, la que no pudo ser a propósito de uno de los tantos arrebatos autoritarios de Jadue. La ironía es que no será ni un PS ni un PPD los que estarán en la papeleta, sino que la DC, la misma que en la figura de Yasna nos hace rendirnos frente a la imposibilidad de que nuestra política sea un lipograma sin la letra “C”. Hubiera querido escribir esta columna sin la “C” de Concertación, pero no soy Georges Perec. Simplemente hay letras que no se puedan sacar del abecedario ni fuerzas que podamos sustraer de la historia.

En la gran novela del francés Georges Perec La disparition (de 1969, traducida al español como El secuestro), el escritor lleva adelante un finísimo recurso lingüístico que tiene que ver con sacar, de toda la novela, la letra “e”, casi imposible de descartar en el idioma francés (en la traducción española la que se sustrae es la “a”, entendiendo que es más utilizada en esta lengua). Este artefacto es conocido en lingüística como “lipograma”, y consiste en deliberadamente escribir dejando fuera una o más letras del abecedario. Hablamos de una estrategia lingüística muy compleja y difícilmente realizable –casi imposible si se trata, como es el caso de El secuestro, de una vocal– asumiendo que el lenguaje, cualquiera sea el idioma, se construye de manera inconsciente utilizando siempre todas las letras de las que se dispone. Es más fácil encontrar un planeta no descubierto que evitar una letra. En su origen griego, lipograma se traduce como “abandonar una letra”.

Lo anterior, lejos de querer ser una coquetería estilística o dotar de cierta erudición lo que pretendemos decir, persigue dar entender que las elecciones presidenciales de noviembre en Chile no serán un lipograma, no se pudo abandonar la original y fundante letra “C” de Concertación (“C” en adelante). En su versión de Unidad Constituyente, la “C” se las arregló a dos días del plazo límite para estar en la papeleta. La “C”, al parecer inextirpable del abecedario político chileno, estará representada por Yasna Provoste, acercándonos al tradicional escenario de los 3/3. Todo indica que hay lipogramas que resultan imposibles, por más esfuerzos que se hagan o por más que las condiciones históricas señalen que, ahora sí, se puede.

La de la “C” no fue una primaria legal (“Los partidos que no se inscribieron formalmente el 19 de mayo pasado no tienen derecho a realizar elecciones bajo el nombre de primarias”, Servel dixit): se las arreglaron para levantar una “consulta” a última hora (que de ciudadana tuvo poco, superándose por escaso margen el número de militantes empadronados y sacando algo más de votos que los últimos de los candidatos de las primarias de Chile Vamos, Desbordes y Briones); se auto-validaron con un puñado de votos y, lo que es más impresionante, con el desprestigio histórico a cuestas, ponen en su sitio al abecedario de la política chilena y a un sector que, en algún delirante momento de euforia refundacional, ensoñó(amos) ser un lipograma sin “C”.

La historia simplemente no se escribe como una novela y, sobre todo en política, sólo es comprensible en tiempo real y cualquier cálculo, por más pingo fijo o full de ases que se tenga, se deshace con la inmediatez de un parpadeo. Los casos son innumerables y no es necesario insistir en la fulminante arremetida por los palos de Boric cuando Jadue, parecía, le sacaba varios cuerpos de ventaja y se enrutaba a flamear la bandera roja en La Moneda.

Con todo, nos arriesgamos a decir que Yasna, la ganadora de una victoria que podría ser pírrica –recordando las palabras de Pirro, rey de Epiro en el siglo 3 A.C., frente a su última victoria contra los romanos: “desastrosa victoria […] otra victoria así y estaré perdido”–, no es precisamente la expresión culmine de la “C”, no es la figura por antonomasia de la corrupción, las malas prácticas, las operaciones políticas descarriladas al calor del lobby o del ecosistema de las abyectas transas noventeras. No veo en ella a una defensora radical del sistema neoliberal por más que, desde su innegable origen en la “C”, se le pueda vincular a personajes tan “cuestionables” como un Letelier, un Girardi, un Pizarro, entre otros, y sólo por dar algunos legendarios ejemplos de lo que la “C” ha pretendido significar desde su auto-atribuido heroísmo para la historia de Chile.

No podemos olvidar tampoco que Yasna fue víctima en 2008 de una de las más sanguinarias operaciones políticas de la derecha que, alegando movimientos fraudulentos de su parte, la masacraron simbólica y políticamente por ser mujer, morena, de pueblos originarios y por no provenir de la (agria) estirpe hacendal chilena o del grupo de mercaderes que se tomaron este país gracias a la fiesta libremercadista a la que los invitó Pinochet. Alguien así no podía ser ministra de Educación para la derecha, y fue condenada, en una ingesta y sectaria maniobra, al exilio de la política por 5 años. Su regreso al coliseo de las bestias salvajes fue, sin duda, un gesto de gran temple, resistencia y coraje.

Sin embargo, y a pesar de sus evidentes virtudes, Yasna carga con el insoportable yugo de la “C” en sus espaldas. No es casualidad que desde su declaración como candidata hace un mes –aunque la campaña venía desplegándose desde mucho antes–, se haya tratado de desmarcar del conservador discurso decé apoyando la despenalización del aborto o desnudando, abiertamente, las crueldades del sistema neoliberal apuntando, al igual que Boric y Jadue, a un sistema de reparto con una mayor presencia del Estado en los asuntos públicos y poniendo freno a la desatada dinámica del mercado. Pero al final nada de esto importa y Yasna, por más que intente blufear su origen radicado en la “C”, y más aún en la decé, siempre será vista como un agente del imaginario concertacionista que, salvo que se dislocara y renunciara, a nosotros no nos queda más que tener claro que, de ganar, no podría sino gobernar con los mismos muchachos/as manos de tijera de siempre.

Al parecer en Chile no hay política sin la “C”, y por más que Unidad Constituyente presente su candidatura con sus escuálidos 150 mil votos (frente al millón 700 mil del pacto Apruebo Dignidad o al millón 300 mil de la derecha), ahí está, viva, de cara a una presidencial que no es carrera corrida ni caballo ganado. Yasna es hábil, atractiva y con una fuerza centrípeta de proporciones. Además, y lo que no es para nada menor, al ganarle a Paula Narváez, de alguna forma, deja fuera la impronta bacheletista en la “C” propiamente tal –su liderazgo es radicalmente distinto al de Michelle Bachelet – y obliga a Boric y Sichel a mirar sus extremos y, quizás, volcarse a ellos, entendiendo que Yasna, aunque con la “C” a cuestas, no llega para turistear ni a ser testimonio de nada. Ella cree que el centro le pertenece, es competitiva, quiere ganar y, de pasar a segunda vuelta, sus posibilidades de ser la segunda mujer Presidenta de Chile son altísimas.

Nadie hubiese pensado que la “C” estaría nuevamente mirando el poder; lo lógico era la alianza con Apruebo Dignidad, la que no pudo ser a propósito de uno de los tantos arrebatos autoritarios de Jadue. La ironía es que no será ni un PS ni un PPD los que estarán en la papeleta, sino que la DC, la misma que en la figura de Yasna nos hace rendirnos frente a la imposibilidad de que nuestra política sea un lipograma sin la letra “C”. Hubiera querido escribir esta columna sin la “C” de Concertación, pero no soy Georges Perec. Simplemente hay letras que no se puedan sacar del abecedario ni fuerzas que podamos sustraer de la historia.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.