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Nostalgias de izquierdas

Por: Víctor Zamorano | Publicado: 30.08.2021
Nostalgias de izquierdas Muro de Berlín |
Siempre han existido dos izquierdas. Por un lado, estaban aquellos que veían en la Unión Soviética el paraíso de los trabajadores (postura PC) y aquellos que, después de muchos vaivenes ideológicos, proponían la socialdemocracia (postura PS) como el mejor equilibrio en una sociedad tan desigual como la chilena. A estas dos izquierdas las diferenciaba, entre otros conceptos, el camino a emprender para alcanzar el poder: ¿había que confiar en las urnas o bien tomar las armas?, ¿para ejercer el poder había que restar parte de las libertades individuales con el fin de alcanzar la igualdad social o bien considerar la libertad como algo inalienable, mismo si las reformas no alcanzaban la profundidad requerida? Estas dos izquierdas se miraron con desconfianza desde hace más de un siglo, teniendo como epílogo el fracaso de las dos proposiciones. La URSS se derrumbó como un castillo de cartas y los socialdemócratas perdieron todo crédito debido a sus alianzas dudosas y sus políticas blandas. Resultado: los dos modelos ya no hacen soñar a las grandes mayorías.

Como lo dice el respetado Pepe Mujica, “la izquierda se divide por ideas y la derecha se une por intereses”. Este gran luchador, de larga trayectoria en diferentes trincheras, indica al mismo tiempo la senda de la unión que debería tomar la izquierda en las luchas venideras. Un camino que no todos están dispuestos a seguir. Quizás, tendríamos que comenzar por definir quiénes son hoy la izquierda en Chile o quiénes se consideran de izquierda, pero ¿quién podría aventurarse para proponer una definición única o unificada?

Hace algunos decenios, ser de izquierda parecía ser mucho más simple. Se era de izquierda cuando se luchaba por la transformación de la sociedad. De izquierda eran aquella mayoría de excluidos que se erguían contra una minoría de privilegiados, eran los defensores de la emancipación de conciencias contra los nostálgicos de la inmutabilidad de las condiciones de vida. Se era de izquierda, esquemáticamente, cuando se vivía en poblaciones “callampas”, cuando se era obrero, minero, sindicalista o simplemente cesante. Los izquierdistas escuchaban Violeta Parra o Víctor Jara y leían poemas de Pablo Neruda. Todas estas diferencias, que parecían simples ayer, se fueron disipando en las nuevas generaciones. “Ser de izquierda para un joven de hoy es pertenecer a una cosa que existía antes que internet” (lol), oí decir hace poco. ¿Pero qué pasó, quién revolvió las cartas a tal punto que nadie entiende nada y todos tienen razón?

La revolución tecnológica, numérica, binaria o cómo se le quiera llamar, enterró rápidamente la conciencia y la lucha de clases, o al menos dio esta impresión. Sin esta conciencia, sin la íntima convicción de pertenecer a un grupo de pares, no hay movimientos de masas para reclamar los necesarios cambios sociales, pues no hay intereses en común para reivindicar los mismos derechos; no es posible, por consecuencia, construir una cultura popular destinada a cambiar el curso de una sociedad. Empleados de servicios, choferes Uber, distribuidores “delivery”, creadores de pymes, auto-emprendedores: ¿qué tienen en común estos trabajadores si no es el sentimiento confuso de querer subsistir en la jungla neoliberal?

Siempre han existido dos izquierdas. Por un lado, estaban aquellos que veían en la Unión Soviética el paraíso de los trabajadores (postura PC) y aquellos que, después de muchos vaivenes ideológicos, proponían la socialdemocracia (postura PS) como el mejor equilibrio en una sociedad tan desigual como la chilena. A estas dos izquierdas las diferenciaba, entre otros conceptos, el camino a emprender para alcanzar el poder: ¿había que confiar en las urnas o bien tomar las armas?, ¿para ejercer el poder había que restar parte de las libertades individuales con el fin de alcanzar la igualdad social o bien considerar la libertad como algo inalienable, mismo si las reformas no alcanzaban la profundidad requerida? Estas dos izquierdas se miraron con desconfianza desde hace más de un siglo, teniendo como epílogo el fracaso de las dos proposiciones. La URSS se derrumbó como un castillo de cartas y los socialdemócratas perdieron todo crédito debido a sus alianzas dudosas y sus políticas blandas. Resultado: los dos modelos ya no hacen soñar a las grandes mayorías.

Ya no existen las teorías globales producto del pensamiento marxista, que permitía tomar en cuenta todas las realidades en una y sola teoría unificadora. Hoy se entrecruzan miríadas de teorías que cohabitan las unas sin preocuparse por las otras. La separación izquierda-derecha no es tan neta como en el pasado; estas antiguas diferencias poco a poco las han ido reemplazando otras: los pro-sistema y los anti-sistema, o bien el “pueblo” contra las “élites”. Pero también hay otras disociaciones, quizás de la misma importancia. Los pro-inmigrantes y aquellos que consideran que los extranjeros son un peso para el país. Los pro-innovaciones y los que rezan por la precaución, los tecnófilos v/s tecnófobos, los que comen carne contra los veganos, los que aceptan y promueven las diferencias de género y los tradicionalistas, y así podríamos continuar enumerando un sinfín de divisiones.

Históricamente la izquierda se situaba del lado del progreso y la derecha defendía el orden establecido, haciendo suya la máxima de Goethe (“Es que es mi manera de ser, prefiero cometer una injusticia antes que soportar el desorden”), pero vemos hoy en día que en este nuevo contexto ambos sectores están completamente sobrepasados. No hay solamente nuevas diferencias, además estas no son automáticamente atribuibles a un campo u a otro; estas controversias son opiniones totalmente híbridas, cambian según los individuos, los estados de ánimos, el tiempo… El sincretismo no es algo nuevo, pero debemos reconocer una acentuación devastadora estos últimos años; el nacionalismo, el patriotismo, el imperialismo, el racismo, el antisemitismo, el antiparlamentario, la ecología, el modelo occidental, estos y muchos otros ejemplos escapan al debate izquierda/derecha.

No es solamente el supuesto o real fracaso histórico de las ideologías, ni las diferencias atenuadas de la izquierda/derecha que han modificado el espectro político, pero la emergencia de una conciencia “moral” y de “indignación” llevó a levantar nuevas trincheras “políticas”.

Las generaciones nacidas después de la caída del muro de Berlín se construyeron bajo esta lógica ética/conceptual, a través de la que se mira el mundo actual. Hoy se defienden causas una a una y en ningún caso agrupadas en un solo cuerpo organizado. Los nuevos ídolos son los creadores de “Start-up”, pues son ellos quienes van a cambiar el mundo, y al mismo tiempo se firman peticiones en “Change”. Se defienden a las minorías y se come vegetariano, al mismo tiempo que se lee a Chomsky, pero no se hace política pues se transformó en algo sucio y detestable. ¿A estas alturas, quién puede afirmar que la izquierda ha fracasado? La logorrea de algunos medios de comunicación, los ventrílocuos de los poderes fácticos, se apresuran por enterrar definitivamente la izquierda transformadora, pero, si miramos de más cerca los combates históricos de la izquierda por la emancipación de los individuos, por la libertad, por la democracia, por mejorar las condiciones de vida de los más desposeídos, constatamos que, en tendencia, todas estas luchas han dado ciertos resultados.

Como diría cualquier candidato a su reelección, “quedan muchas cosas por alcanzar”. Porque, a pesar de que la libertad gana cada día más terreno y la democracia avanza, que la miseria se reduce a pesar de que continúan habiendo pobres, que el conocimiento se difunde y la ciencia ha dado un salto gigantesco, los enemigos del progreso también se rebelan.

Aún hay que trazar los límites a lo que puede la ciencia. Tenemos que invertir la curva del cambio climático, derrotar a los iluminados por dioses de yeso, hacer triunfar la razón, terminar con las desigualdades, crear una conciencia ciudadana colectiva. Todos sabemos que la eternidad es muy larga y sobre todo hacia el final. La izquierda seguirá viviendo mientras los seres humanos sigamos siendo imperfectos e idealistas.

La izquierda del futuro no necesitará de guías ideológicos; ella se reconstruye culturalmente cada día, cultivando la poesía. La sensibilidad de izquierda la habita una cierta melancolía; es cómo amar las cosas antes de las cosas, después de las cosas, un poco menos durante las cosas. Es como la exaltación con los preparativos de una fiesta y después que esta ha terminado nos decimos: fue linda la fiesta, todos parecían estar contentos. La melancolía tiene en su vientre una cierta idea del progreso.

Víctor Zamorano
Trabajador social. Jubilado.