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Opinión

Comisión de DD.HH. de la Constituyente: sanar los dolores de Chile

Por: Antonia Cepeda Antoine | Publicado: 08.09.2021
Comisión de DD.HH. de la Constituyente: sanar los dolores de Chile |
El proceso de limpieza de los dolores que se vive en la Convención Constitucional tiene sentido en sí mismo, más allá de los reveses que pudiera tener esta instancia. Lo que yo vi, oí y sentí en ese lugar es la más clara demostración de que siempre, siempre, la verdad aflora y queda registrada en los anales de la historia.

He tenido el privilegio de asistir a una audiencia en la Comisión de Derechos Humanos de la Convención Constitucional para dar testimonio de las torturas y muerte de mi padre. Lo que ahí se respira es un proceso que está dejando aflorar todos los dolores de Chile; inevitablemente la historia deja al descubierto lo que de ella se ha querido esconder o borrar. Inicié mi presentación diciendo que a nosotros las familias de las víctimas de la dictadura nos pegaron dos disparos: el primero cuando se llevaron a nuestros familiares y quedamos malheridas y el segundo fue la impunidad en democracia, ahí nos remataron, dejándonos aferradas y no pudiendo nunca más “soltar” a nuestros muertos. 46 años yendo a los tribunales, 46 años conviviendo con los victimarios en las ciudades, en las calles en los barrios a lo largo de todo Chile, 46 años prisioneras de la impunidad y gran parte de sus victimarios 46 años en libertad.

La impunidad y sus consecuencias están siendo puestas sobre la mesa en esta comisión, proceso que, además de  reparatorio para las víctimas y nosotros sus familiares, está dando cuenta de una realidad  que siendo un secreto a viva voz no había tenido espacio para aflorar: la omisión, el ocultamiento de información y los acuerdos establecidos en el periodo de la transición entre los representantes de los victimarios y autoridades del Estado, que teniendo entre sus principales mandatos velar por la justicia cuando han sido atropellados los derechos humanos de sus compatriotas abrieron la puerta a la impunidad.

Mientras exponía en la comisión recordé las oficinas, los pasillos, las salas de espera de La Moneda, de los ministerios, de los tribunales, no en dictadura sino en democracia. Se me vino a la memoria los funcionarios o guardias revisando una lista de nombres, deslizando el dedo de arriba hacia abajo hasta encontrar los nuestros, cerciorándose que estábamos en la agenda del día de la autoridad o funcionario que atendería nuestro “problema”, en una reunión cuyos objetivos siempre se diluían en palabras, diálogos y argumentaciones inconducentes. La misma imagen durante 46 años, otros actores, otras autoridades, otros funcionarios buscándonos con el dedo en la lista. Nosotros con el mismo empeño, con la misma fuerza, con la misma pena y con cuarenta y seis años más en el cuerpo y en el alma.

Presidentes, ministros, autoridades y juristas, en nombre de la democracia, abrieron la puerta a la impunidad. En nombre de la democracia se ha inhibido y retardado la justicia y otorgado beneficios a los victimarios. Lejos de contribuir a la democracia, tarde o temprano ello será un obstáculo. Hay cerca de 2.000 compatriotas que nadie sabe dónde están, pero eso está mal dicho porque en la mayoría de los casos se sabe o sospecha donde están: fueron asesinados o murieron en la tortura y fueron lanzados al mar. Si no se ha hecho justicia, ellos rondarán cuales fantasmas entre las actuales y próximas generaciones. Como dijera mi hija en esa audiencia, el horror, el miedo y el dolor se trasmite como cuando se lanza una piedra en el agua. Ese fue el propósito del exterminio de chilenos en dictadura y se logró; por eso mientras no haya justicia todo ello se va a transmitir de generación en generación.

Una hija de un desaparecido, que al igual que yo declaró en esta comisión, dijo: “En Chile no hay verdad, lo que hay es una impunidad aceptada por la sociedad; la justicia impone penas cada vez más cortas para los perpetradores, lo que la hace insuficiente y miserable. La rabia se junta, recae sobre las nuevas generaciones y explota, esta impunidad se paga cara. La pagamos nosotros que fuimos las parejas, hijos, hermanos, la pagan las generaciones que vienen. Aquí hay un trauma transgeneracional del que no nos hacemos cargo. ¿Tendremos que esperar, como han esperado los kaweskar o selknam tras un siglo de mentiras institucionalizadas, para que la verdad aflore?”.

Dirán que se avanzó. Sí, se avanzó en memoria, a medias en justicia y a medias en verdad, hubo acuerdos que se tomaron a espaldas de todos los chilenos y de los familiares de las víctimas: tú me dejas afirmar frente al país que hubo atropello a los derechos humanos y de que hubo ejecutados y desaparecidos y te trato con cuidado;  tú me das el destino de los desaparecidos y protegemos la identidad de los informantes; el dictador puede tener un espacio en el Senado, lo cubrimos frente a los tribunales internacionales, lo traemos de vuelta y además te construyo una cárcel con estándares internacionales. Al jefe máximo de la DINA, responsable del exterminio, lo dejamos en las cabañas del Penal Cordillera para protegerlo (paradojalmente trasladado a Punta Peuco por el gobierno en que menos expectativa se tenía respecto de avanzar en derechos humanos…). Siempre amparándose en la necesidad de cuidar la democracia, en circunstancias que a poco andar de la transición cualquier analista político diría que era imposible sufrir un revés que retrotrajera al país a una dictadura.

Algo anduvo mal en Chile. No sólo autoridades y dirigentes políticos traspasaron la línea de lo ético en este tema, sino que la sociedad chilena escuchó los mensajes que naturalizaron el horror: “hay que dar vuelta la página”, “de nuevo con la misma”, “pero si eso ocurrió hace más de 40 años”. Como en el mundo del revés, nos pedían reconciliarnos. ¿Qué autoridad en el mundo pidió a los judíos que se reconciliaran con la Alemania nazi? La reconciliación supone dos actores que en igualdad de condiciones se pelearon o estuvieron en guerra. En Chile se exterminó a los propios compatriotas en una asimetría feroz, tal cual lo hizo Hitler con los judíos. La manera en que fueron exterminados nuestros familiares en algunos casos superó la crueldad de Holocausto, sólo lo diferencia las cifras de víctimas, que tratándose de crímenes de lesa humanidad no tiene relevancia ni cabida alguna.  

Algo anduvo y anda mal. Hace unos días un alto personero en una entrevista se hacía la pregunta: ¿negacionismo?, ¿así que si hay alguien que opina distinto de mí respecto de Hitler no tiene derecho a expresarse? Debo confesar que me gustaría hubiese una sola opinión respecto de Hitler, uno de los asesinos más grandes de la humanidad. Aunque pase por antidemocrática, me pongo en los zapatos de los Hershkowitz, de los Goldsteinde, de los Friedman, de los Greenberg, de los Koren, de los Haroshde, de los Hershkowit y de sus ascendientes.

En otro plano, pero relacionado, se debe convenir que dentro de los detenidos de la revuelta de octubre de 2019 hay personas que pueden haber cometido delitos, pero los demás han estado presos injustamente y por mucho tiempo. Sólo decir que los asesinos de mi padre tenían edades similares a las de estos jóvenes, y por aquella época andaban torturando y lanzando chilenos al mar. Ellos están libres y próximos a morir. Los jóvenes de la revuelta están presos y con toda la vida por delante. Se suma a la impunidad la inequidad.

Y sin ir más lejos, de lo mal que andan las cosas, a pocas horas del veto al almirante Arancibia en la Comisión de Derechos Humanos de la constituyente (más allá de que ello era un gran problema porque se cambiaban reglas del juego fundamentales), con una vehemencia y convicción impresionante a pocas horas de la noticia varios personeros de la vida pública salieron en defensa del almirante, levantaron la mano y señalaron con el dedo a los que pensaban distinto, diligencia que no han tenido todos estos años para enfrentar el imperativo ético de que se haga justicia, se privilegie a las víctimas y no a los victimarios. Aún peor: hubo quienes fueron víctimas de prisión o exilio y que, con poder e influencia, no han tenido la fuerza de exigir justicia frente al horror que vivieron sus propios compañeros. Esta última frase la he escrito y borrado varias veces porque la censura me va a venir por varios costados.

Podría hacer un largo listado de los logros y avances en democracia: disminución de la pobreza, políticas públicas que han resguardado y dignificado el rol de la mujer, avances sustantivos en la agenda valórica, la ampliación de la cobertura y mejoras de la calidad en la educación inicial, pensiones solidarias, programas inéditos de protección a la infancia (tales como Chile Crece Contigo), la atención GES en salud, acceso a la cultura, entre otros.  Me siento orgullosa porque fui parte de esos logros, porqué contribuí y me jugué por ellos. Pero la impunidad no tiene perdón.

El proceso de limpieza de los dolores que se vive en la Convención Constitucional tiene sentido en sí mismo, más allá de los reveses que pudiera tener esta instancia. Lo que yo vi, oí y sentí en ese lugar es la más clara demostración de que siempre, siempre, la verdad aflora y queda registrada en los anales de la historia.

Antonia Cepeda Antoine
Educadora de párvulos. Fue directora técnica-pedagógica de la JUNJI. Hija de Horacio Cepeda, lanzado al mar.