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Opinión

La memoria que nos une

Por: Odette Magnet | Publicado: 12.09.2021
La memoria que nos une María Cecilia Magnet Ferrero, detenida desaparecida |
Mi hermana María Cecilia, detenida y desaparecida con su marido Guillermo Tamburini el 16 de julio de 1976, en Buenos Aires, era una flecha al cielo, una mujer con tantas bendiciones al hombro que sólo debía avanzar para cosechar. Han pasado casi 50 años y aún veo sus ojos color miel, su mirada dulce, pícara. Inteligente, profunda, aplicada, comprometida hasta la médula con sus ideales y sueños. Aún retumba en mis oídos su risa ligera, irreverente, que no pedía permiso para interrumpir ni irrumpir. Simplemente caía como una cascada de agua fresca en la cuenca de mis manos. Mi hermana tocó la vida de muchos, dejó huella profunda, y también salvó vidas. Sangre y burbujas. Entonces cayó septiembre. Mes de la patria, la vacuna con su tercera dosis recién estrenada, ojo con el aforo y guarde la distancia social. Un puñado de volantines al viento, la fonda que no fue, la empanada que se enfría, la cueca sola, cada vez más sola. La ola choca contra la roca y la espuma se eleva suspendida en el aire una fracción de segundo. Viva Chile, mierda.

Son tiempos extraños los que vivimos. De encierro, de cambios, de miedos y apuestas. Cada uno de nosotros y nosotras, las familias de los caídos, libra su batalla con sus propios molinos de viento, los internos y los externos. Yo quisiera confiar en que, pese a todos los pronósticos, algún día la verdad y la justicia se tomarán de la mano para derrotar a la impunidad que, salvo algunas excepciones, ha marcado la pauta en la administración de la causa de los derechos humanos en Chile durante décadas.

Entonces cayó septiembre. Como una bomba lanzada desde los Hawker Hunters, a mediodía de ese martes 11 de 1973, en Santiago de Chile. Una fecha fatal, marcada en rojo, clavada en el alma de la patria, en la memoria de un pueblo que no puede ni desea olvidar. Desde ahí, tengo dos imágenes: una enorme masa de ganado al matadero y una botella de champán, helada, a punto del descorche. No sé qué hacer con ninguna de las dos. Ambas me duelen y me persiguen en este septiembre pandémico y tricolor. Me quitan el sueño y el aire. El ruido de esos aviones me revienta en los oídos. Sangre y burbujas.

Hoy, una vez más, nos convoca la memoria. La memoria, que no es una suma de recuerdos sino el ejercicio de rescatar un legado que nos une y nos enorgullece. La memoria es nuestra hoja de ruta, nuestra carta de navegación, nuestro ADN, aquello que nos otorga el sentido de pertenencia, de misión colectiva. Un pueblo que reniega de su pasado no puede recoger lecciones ni enmendar errores.

Mi hermana María Cecilia, detenida y desaparecida con su marido Guillermo Tamburini el 16 de julio de 1976, en Buenos Aires, era una flecha al cielo, una mujer con tantas bendiciones al hombro que sólo debía avanzar para cosechar. Han pasado casi 50 años y aún veo sus ojos color miel, su mirada dulce, pícara. Inteligente, profunda, aplicada, comprometida hasta la médula con sus ideales y sueños. Aún retumba en mis oídos su risa ligera, irreverente, que no pedía permiso para interrumpir ni irrumpir. Simplemente caía como una cascada de agua fresca en la cuenca de mis manos. Mi hermana tocó la vida de muchos, dejó huella profunda, y también salvó vidas. Sangre y burbujas.

Entonces cayó septiembre. Mes de la patria, la vacuna con su tercera dosis recién estrenada, ojo con el aforo y guarde la distancia social. Un puñado de volantines al viento, la fonda que no fue, la empanada que se enfría, la cueca sola, cada vez más sola. La ola choca contra la roca y la espuma se eleva suspendida en el aire una fracción de segundo. Viva Chile, mierda.

No me interesa vencer. Ni siquiera tener la razón. Tampoco volver a lo que fuimos. Quisiera apostar al cambio porque de verdad creo, como nunca, que podemos construir un país distinto y mejor. Añoro vivir en una patria casi feliz, en la paz de una justicia casi real. Un país con tolerancia y equidad, sin privilegios ni excepciones. Sin muros de sospecha, con puentes de confianza. Se nos acabaron las excusas y los argumentos sosos. Los errores y los aciertos nos pertenecen sólo a nosotros.

Imposible eludir el reto. Más bien quisiera ser parte de este desafío, que podría resultar fascinante. Quisiera romper la inercia y creer que el esfuerzo valdrá la pena porque es ahora o nunca. La pandemia podría ser la oportunidad de aprender a mirar el país con ojos nuevos, como un lienzo en blanco que se extiende de norte a sur, listo para ser pintado. Por todos, con todos y para todos.

También se nos acaba el tiempo y la paciencia. Quizás no baste con una Convención Constituyente y una nueva Constitución. Pero ellas marcan el inicio de una nueva era en Chile. Son las herramientas con las cuales podremos dejar plasmada nuestra convicción de que la verdadera modernidad no nace de las estridentes cifras macroeconómicas sino de la convivencia democrática, del respeto irrestricto a los derechos humanos, la participación ciudadana. La genuina globalización se traduce en hacernos responsables no sólo de los éxitos individuales sino de los fracasos colectivos. Debemos asumir el pasado, pero también el futuro, todos los días. Sin tregua. Hasta que la dignidad se haga costumbre. Por los presentes, por los caídos, por los que vendrán. Sangre y burbujas.

Odette Magnet
Periodista.