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Opinión

Los amores constantes de Gabriela Mistral

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 19.09.2021
Los amores constantes de Gabriela Mistral Doris Dana y Gabriela Mistral |
En 1949, inicios de la Guerra Fría, Gabriela Mistral se dirige con especial afecto a Salvador Allende para saber del movimiento pacifista en Chile: “Si es posible, doctor, hágame la gracia de una paginita con alguna noticia sobre el momento chileno en relación con la paz mundial. Guardo viva simpatía hacia su noble, valeroso y valioso espíritu de paz”. De modo más incisivo le expresa a Radomiro Tomic: “Muy querido compadre: (…) Sería muy necesario que unos tres ases de la Falange se atreviesen a tratar el asunto Paz”.

¡Ja, ja, ja! Niño, parece / que todo lo que cruzamos / y todo lo que tenemos / y todo lo que alabamos / hemos de amarlo y lo amamos; / pero no lo decimos / por locos o renegados  [Gabriela Mistral, Poema de Chile]

¿Cómo celebrar las fiestas matrias sin recordar a Gabriela Mistral, amiga amada? En su juventud o su madurez, con años adolescentes o con fervorosos 60 años, Gabriela no cesa de alimentar un coloquio de amor con hombres, mujeres y niños, sin discriminación alguna. “Pero yo no soy una anglosajona y mi vida siempre se hizo a base de cariño, lealtad y proximidad a cuantos seres he mirado como familia” [carta a Doris Dana, 1952]. Su energía comunicativa, nutrida de raíces indígenas, mediterráneas y africanas, florece continuamente en su vida. Siempre estimulada por un ambiente mágico, cálido: “Pero como el calor del Trópico es una maravilla en mi cuerpo, yo estoy resucitada” [carta a Carmela Echenique, 1937].

En 1905, a los 16 años, le escribe a su amado Alfredo Videla: “Ninguna mujer le habrá querido ni le querrá, con el cariño sólido, grande y abnegado con que yo lo he hecho (…). Su Lucila no es embustera ni mala, es Ud. el que no se cansa de darme hiel (…). No me olvide ni se enoje conmigo, ¿no mi malito regalón?”. Un año después: “Un capricho de su amiga: Mándeme dentro de una carta una hojita o una flor, que traiga perfumes de sus labios, y me recuerde la atmósfera embriagadora que respirábamos en el palco n° 18. ¿Se va a reír de esta locura, mi Alfredo?”. Desde Los Andes, en 1915, abre su corazón al poeta Manuel Magallanes Moure: “¡Si en este momento de ternura inmensa te tuviera a mi lado! ¡En qué apretado nudo te estrecharía, Manuel! Hay un cielo, un sol y un no sé qué en el aire para rodear sólo seres felices. ¿Por qué no podemos serlo?”. El mismo año, mientras Europa se hace añicos en la Primera Guerra Mundial: “Sed tengo de ti y es una sed larga e intensa para la que has de guardarte intacto (…). Y alguna vez cuidaré algo de mi cuerpo: los ojos. Al cabo son tuyos y he de quererlos por esto (…). No me despido. Vas a pasar la noche conmigo”. “Manuel amado: (…) ¿Observa que del circo he llegado reidora y bromista? ¿Es verdad que estás tan sanito y tan gordo?”. En los años 20 ahonda su intimidad manifiesta con Magallanes Moure: “Mal día, porque era mi cumpleaños y yo esperaba salir contigo al campo, toda la tarde. Llegué a las 12. No he salido hasta ahora (las seis) esperándote (…). Estaré aquí todas las mañanas” [1921]. “¡Tonto! Era mi día, y no me viniste a ver. Me envejezco, Manuel. Entro, parece, en el año místico: 33” [1922].

Gabriela no soporta los ambientes entumidos, extraños a su ímpetu de calor sanador, tropical. Durante la Segunda Guerra Mundial: “El mundo entero se congela, amigos míos. Se va el calor del alma, el de las relaciones, el del trato humano” [a Carmela Echenique y Carlos Errázuriz, 1942]. Ya Premio Nobel de Literatura, naturalmente descarta vivir en la capital de Chile. ¿Será que allí no cabe el diálogo amoroso? Santiago es una ciudad “bochinchera, presumida y peligrosa para cualquier ser que diga lo que piense y que piense en contra de ese conglomerado loco y vanidoso” [carta a Olaya Errázuriz y Radomiro Tomic, ¿1947?]. Sí le interesa su tierra en el horizonte de la paz mundial. O sea, como una humanidad generosa de cálida fraternidad. En 1949, inicios de la Guerra Fría, Gabriela Mistral se dirige con especial afecto a Salvador Allende para saber del movimiento pacifista en Chile: “Si es posible, doctor, hágame la gracia de una paginita con alguna noticia sobre el momento chileno en relación con la paz mundial. Guardo viva simpatía hacia su noble, valeroso y valioso espíritu de paz”. De modo más incisivo le expresa a Radomiro Tomic: “Muy querido compadre: (…) Sería muy necesario que unos tres ases de la Falange se atreviesen a tratar el asunto Paz” [1951]. El año de la carta a Salvador Allende se desborda su amor alborotado a Doris Dana: “Tú eres el ser más precioso que yo tengo, y eres además lo único que tengo (…). Mis ojos están puestos en ti. Tú eres mi razón de vivir”. Y más: “Cuando llegaste, yo no tenía nada, parecía desnuda, y saqueada, paupérrima, anodina como las materias más plebeyas. La pobreza pura y el tedio y una viva repugnancia de vivir. Todo lo has mudado tú y espero que lo hayas visto (…). Yo quiero verte, luz mía, claridad de mis ojos, único gozo mío (…). Tú eres mi único apoyo en este mundo y mi única razón de vivir, óyelo, óyelo” [1949]. “Carta tuya no tengo hace días, lo cual es no comer ni beber: sólo respirar y hasta mi aliento me parece parado o muerto (no estoy haciendo poesía, no) (…). Yo soy tu hermana, también tu madre, Doris” [1952]. En carta sin fecha le escribe a Juan Guzmán Tapia, por entonces un niño. Nacido en 1939, es el abogado que llevará a la justicia chilena a Augusto Pinochet: “Quiero tu copete, tus ojos alegres, tu conversación: te quiero enterito” [Antología mayor. Cartas].

Toda la vida de Gabriela Mistral es un diálogo ininterrumpido de amor. Vivir en el amor. Disfrutar de la “preciosa querendonería” de sus seres queridos, como dice de Esther de Cáceres, su amiga poeta uruguaya. Es la búsqueda perenne de una humanidad luminosa, palpitante, con incontables Tú: Yo no quiero enmudecer, vida mía, / ¿Cómo sin mi grito fiel me hallarías? / ¿Cuál señal, cuál me declara, vida mía? / (…) / Te espero sin plazo y sin tiempo. / No temas noche, neblina ni aguacero. / Ven igual con sendero o sin sendero. / Llámame adonde eres, alma mía, / y marcha recto hacia mí, compañero [Canto que amabas, Lagar, 1954].

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.