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Opinión

La patria millennial  

Por: Cristián Zúñiga | Publicado: 25.09.2021
La patria millennial   Camila Vallejo y Gabriel Boric |
A 11 años de la caída del proyecto de la Concertación (aquella eficaz y gris pieza de cemento que hoy aparece como una lejana Patria Vieja), y con el transcurrir de tres gobiernos mediocres en ideas, símbolos y relatos, emerge una fuerza política que parece haber conectado con el espíritu de su época. El Frente Amplio es el conglomerado que le arrebató la posta a la agonizante socialdemocracia chilena y hoy se instala como la fuerza política que marca el ritmo de la Convención Constitucional y ubica (a pesar de lo que las encuestas decían hasta antes de las primarias) al candidato presidencial mejor aspectado para llegar a La Moneda. Se trata de una fuerza política cuya identidad partidaria se ha forjado al ritmo de los cambios culturales del presente; es decir, de ese país que exige derecho a abortar, a la eutanasia, al matrimonio igualitario, al reconocimiento de los pueblos originarios, a redactar la Constitución desde una Convención diversa, a un Estado laico, a una educación gratuita y de calidad, a una salud universal digna y a un sistema de pensiones sin monopolios de privados. Lo anterior, desde cambios que se hagan en paz, con diálogo y sin abolir el capitalismo, sino que, por el contrario: rescatarlo de las garras de las conservadoras oligarquías locales.

La campaña presidencial de 1964 dejó un hito digno de ser hecho película o documental: la “Marcha de la Patria Joven”. Se trató de una convocatoria nacional realizada por un grupo de democratacristianos y que consistió en movilizar a jóvenes de todo el país (militantes y simpatizantes falangistas) que marcharon con rumbo a la capital en dos columnas, una desde Arica y la otra desde Puerto Montt. Ambas columnas, a medida que avanzaban, fueron engrosándose y convergieron en cientos de personas que llegaron al cerro San Cristóbal de Santiago para pernoctar y a la mañana siguiente asistir al Parque Cousiño, lugar donde el candidato presidencial Eduardo Frei Montalva protagonizaría un mítico acto de campaña. En dicho acto, el espigado Frei Montalva pronunciaría un discurso que, para algunos viejos políticos del siglo XX (como Gabriel Valdés, que lo recuerda hasta las lágrimas en uno de sus libros biográficos), es catalogado como uno de los memorables en la historia republicana local.

«¿Quiénes son estos niños con los que anoche soñé? ¿Vienen de la batalla de Chacabuco? ¡NO! ¿Vienen de la batalla de Maipú? ¡NO! ¿Vienen de la Patria Vieja? ¡NO!»: gritaban eufóricas las más de 200 mil personas que, según los reportes de la época, repletaban el actual Parque O’Higgins (entonces Parque Cousiño) para escuchar esa oratoria fantástica que Frei había soñado y transformado en discurso la noche anterior. “¿Son los mismos de 1810, son los de 1891? ¡No, no son los del 91! ¿Quiénes son entonces? ¡Son la patria! ¡Es la Patria Joven! ¡Son ustedes!”.

Tres meses después de ese acto, Eduardo Frei ganaría la elección con 1.409.012 votos a Salvador Allende, quien obtuvo 977.902 (más abajo quedó el derechista Julio Durán, quien no hizo caso a la embajada de Estados Unidos e insistió en competir aun cuando su campaña no tenía destino alguno). El triunfo de Frei, según relata Gabriel Valdés en sus memorias, contó con un decidido apoyo norteamericano, pues se proyectaba como la libertad, contra el marxismo de un Salvador Allende que era visto como el Fidel Castro chileno, lo cual nunca fue cierto desde el punto de vista de su personalidad y convicciones (Allende era reformista y demócrata). De hecho, la noche del triunfo democratacristiano el candidato socialista fue de inmediato a felicitar a Frei, con quien mantenía una amistad de años (la ambigüedad que siempre ha residido en la política chilena). Lo que viene después es historia conocida, una que se terminó cocinando a temperatura ambiente de la Guerra Fría. Pero no cabe duda que, antes de la llegada de los guerrilleros, Fidel, Nixon y la CIA, aquel discurso de la “Patria Joven” marcaría el hito cultural más relevante de aquella época, donde comenzarían a desalambrarse los fundos, nacionalizarse el cobre y entonarse himnos de reformas y revoluciones.

Sabido es que la política requiere de rituales que den cuenta, desde la palabra y la puesta en escena, del espíritu de cada época. Es decir, de aquel escenario cultural desde donde se instala la disputa por el poder del Estado. De lo contrario, el manejo de este no sería más que un transitar por la administración de un montón de reglas en base a los designios del mercado, las turbulencias del mundo o los candados jurídicos instalados por los leguleyos. Por supuesto que los gobiernos que se dedican a manejar el Estado de manera sensata y eficiente, sin necesariamente poseer grandes relatos, ni poner en escena símbolos e ideas que deriven en épicas, pueden tener muy buenos rendimientos. Es lo que ocurrió con la Concertación, un conglomerado político exitoso (¿qué sería del actual gobierno sin la ordenada, responsable y eficaz administración fiscal de los gobiernos concertacionistas?) en la administración del Estado, pero que no fue capaz de percibir el espíritu de sus 20 años. Este eficiente piloto automático rindió sólo hasta el momento en que Piñera se hizo de la Presidencia el año 2009; de ahí en adelante el buen rendimiento técnico, pero carente de grosor cultural de la Concertación, se vino en una irreversible cuesta abajo. Quizás el momento en que este conglomerado estuvo más cerca de conectar con las placas tectónicas culturales del país que estaba por venir, fue cuando se instalaron instancias artísticas y culturales como Teatro a Mil (muñeca gigante incluida), los Carnavales Culturales de Valparaíso, intervenciones de aviones lanzando poemas en el barrio cívico de Santiago, grandes escenarios musicales en los barrios del país, entre muchas otras. Sin embargo, todo se hacía sin convicción, casi por cumplir, y siempre con la risotada burlona de los ministros de Hacienda y los operadores políticos de turno que veían a estos rituales culturales masivos, como sinónimo de despilfarro y pérdida de tiempo.

A 11 años de la caída del proyecto de la Concertación (aquella eficaz y gris pieza de cemento que hoy aparece como una lejana Patria Vieja), y con el transcurrir de tres gobiernos mediocres en ideas, símbolos y relatos, como los de Piñera y la Nueva Mayoría, emerge una fuerza política que parece haber conectado con el espíritu de su época. El Frente Amplio es el conglomerado que le arrebató la posta a la agonizante socialdemocracia chilena y hoy se instala como la fuerza política que marca el ritmo de la Convención Constitucional y ubica (a pesar de lo que las encuestas decían hasta antes de las primarias) al candidato presidencial mejor aspectado para llegar a La Moneda. Se trata de una fuerza política cuya identidad partidaria se ha forjado al ritmo de los cambios culturales del presente; es decir, de ese país que exige derecho a abortar, a la eutanasia, al matrimonio igualitario, al reconocimiento de los pueblos originarios, a redactar la Constitución desde una Convención diversa, a un Estado laico, a una educación gratuita y de calidad, a una salud universal digna y a un sistema de pensiones sin monopolios de privados. Lo anterior, desde cambios que se hagan en paz, con diálogo y sin abolir el capitalismo, sino que, por el contrario: rescatarlo de las garras de las conservadoras oligarquías locales (todos aspectos expresados en recientes encuestas).

Lo más probable es que, en lo que queda de campaña presidencial, Gabriel Boric no logre generar una marcha nacional de jóvenes, ni un acto con 200 mil personas como lo hizo Frei Montalva el año 1964. Pero hasta ahora, en cada una de sus intervenciones en medios, posteos en redes sociales y declaraciones programáticas, Boric ha demostrado representar las ideas y valores de la Patria Joven: ese país millennial y centennial que, en la pasada primaria, le otorgó mayoritariamente su voto (según un análisis de Unholster, en las pasadas primarias, entre los menores de 30 años, el 43% apoyó a Boric, un 27% a Jadue y un 18% a Sichel).

No cabe duda de que el desafío mayor del Frente Amplio (y de Gabriel Boric) será saber liderar el espíritu de su época (con sus malestares ontológicos y expectativas crecientes) y, al mismo tiempo, conducir con eficiencia la nave del Estado (en plena batalla económica entre China y Estados Unidos), todo en medio de un escenario translúcido, carente de pilares ideológicos del siglo pasado, sin un Piñera a quién culpar ni una Concertación a quién apuntar con el dedo.

Cristián Zúñiga
Profesor de Estado. Vive en Valparaíso.