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Opinión

¿Libertad versus comunismo?

Por: Pablo Salvat | Publicado: 04.12.2021
¿Libertad versus comunismo? |
¿Qué tienen que ver todos esos problemas con “el comunismo”? ¿Qué tienen que ver las condiciones laborales precarias, los bajos salarios de chilenos y chilenas, las malas pensiones, las malas condiciones de vida urbana, con “el comunismo”? ¿Qué tiene que ver el agua -bien social fundamental- privatizada, el cobre y el litio privatizados con “el comunismo”? ¿Qué relación hay entre la mala educación, la falta de educación ciudadana, y la deuda estudiantil, con “el comunismo”? ¿Acaso “los comunistas” son los dueños de los peajes y autopistas, de los liceos y universidades, de los canales de televisión, del agua y del litio, y han estado gobernando acá desde el año 90 en adelante?  ¡Por favor! Gran tarea es superar la despolitización y la ignorancia televisiva.  

Por favor: ¿hasta cuándo la derecha chilena recurre al manido y mentiroso recurso del miedo con el “cuco” del “comunismo”? En tiempos de posverdad, la mentira se ha transformado en una suerte de arma de destrucción masiva. Y, claro, bien han visto los estrategas de los poderosos de este mundo que los medios de comunicación y las redes sociales se vuelven un arma principal para obtener y mantener sus privilegios, y por eso hoy en día existen seis o siete grupos que controlan las informaciones y su circulación a nivel global. Y, sin embargo, mucha gente cree, es decir, hace fe de que cualquier alternativa al neoliberalismo, sea en su versión más civilizada o, en la más cavernaria, implica la llegada del fantasma del “comunismo”.

Uno de los objetivos de la dictadura cívico-militar fue modificar la mentalidad de este pueblo, con manu militari, cómo no. Entre sus ingredientes estuvo el desprestigio permanente de la cosa pública, del Estado (al mismo tiempo que ellos lo usaban para sus propias regalías), de los partidos, de los parlamentarios, de toda política y de lo político. Los únicos que no hacían política eran ellos: las FF.AA. y los tecnócratas de Chicago.

Esto contribuyó, entre otras cosas, a colonizar la mentalidad de muchos; a despolitizar la vida en común; a privatizar los bienes públicos, y todo aquello de lo cual el mercado pudiera obtener algún rédito (desde las empresas, los recursos, hasta la cultura). La política de poder al servicio de la oligarquía, nuevamente. Es decir, la diseminación de las valoraciones neoliberales por toda la sociedad: el consumismo, no el consumo: que nuestra identidad se mida por lo que se tiene, no por lo que se es. Al mismo tiempo, la fiebre consumista es necesitada por el motor del mercadismo y la expansión del capital (6 millones de automóviles, 30 millones de celulares…). No es el único valor, hay más. No podemos sino nombrar algunos de ellos aquí: el culto mediático a ricos y poderosos; la legitimación de las desigualdades; una visión uniforme y excluyente de la sociedad; banalización de la cultura y de temas conflictivos; individualismo narcisista; la corrupción que se hace cotidiana; muy poca consideración hacia la naturaleza y los animales, etcétera… no podemos extendernos más aquí. Lamentablemente, una transición pactada no logró o no quiso superar este estado de cosas. De seguro, muchos de ellos adhirieron a la divisa tatcheriana: TINA (esto -el sistema- no tiene alternativa).  Y resulta que “esto” que no tiene alternativa aparente, el neoliberalismo, sea más liberal o conservador y reaccionario (como el de Kast y la UDI), nos tiene sumidos en una crisis de proporciones que el Covid ha venido a desnudar y profundizar. Obviamente, no sólo acá. También en muchos países, al norte y al sur del globo terráqueo. Pero ellos -la élite de las élites- aparentan vivir en otro mundo. Es sólo apariencia. Su problema no es el comunismo ni algo parecido, sino la posibilidad de que, después de muchos años, el soberano popular pueda elaborar mancomunadamente otra carta de navegación, distinta a la de 1980 “parchada”. Por eso el dilema es más bien: o neoliberalismo conservador, más autoritario y represivo, o democratización de la democracia realmente existente (que es más bien una poliarquía).

Esta ideología, sus políticos y tecnócratas, lo que sí ha hecho es concentrar en muy pocas manos, a nivel nacional y mundial, el poder económico/financiero, el poder mediático, el poder tecnológico-comunicacional. Todos los demás tenemos una vida de prestado, no mucho más. En cualquier momento “don” mercado nos deja en la calle, y allí no hay pensión, salud o educación que valga.  Mire qué linda idea de libertad nos venden: libres para autodestruirnos… bonita cosa.

La crisis actual es pluridimensional, y es por ella que se expanden nuevas formas de violencia en las sociedades. Sin embargo, las derechas sólo tienen en mente reforzar un Estado policial, ojalá a nivel global. Claro, es la única manera de contener los reclamos, reivindicaciones y manifestaciones contra las consecuencias de sus políticas; de pueblos y sociedades cansados de sus precarias condiciones de vida.

Veamos algunos datos, estimado lector/lectora. Como ustedes saben, el flagelo del narcotráfico golpea fuerte en muchos países, incluido el nuestro. Está calificado como el crimen transnacional más poderoso. Por algo es que pareciera no se puede erradicar. Se puede aminorar, disminuir, pero no mucho más. ¿No le parece extraño?  Bueno, es así porque “el sistema” no puede vivir sin el torrente de dólares anuales que mueve este negocio: alrededor de 350 mil millones anuales, de los cuales una parte importante se queda en EE.UU. y Europa. El ex diplomático e investigador canadiense Peter Dale Scott nos confirma (en 2013) al respecto, citando a Antonio María Costa -director de la Oficina ONU contra la Droga y el Crimen-, quien afirmaba que en el 2008 “los miles de millones de narcodólares impidieron el hundimiento del sistema en el peor momento de la crisis (financiera) global”. No sólo eso. Agrega en esa entrevista Dale Scott que “todos los grandes bancos de importancia sistémica (no sólo el HSBC) han reconocido haber creado filiales (los private Banks) concebidas especialmente para el lavado de dinero sucio. Todo esto, afirma Dale Scott, es un verdadero escándalo: “Piense usted en un individuo cualquiera arrestado con unos cuantos gramos de cocaína en el bolsillo. Lo más probable es que vaya a la cárcel. Pero el banco HSBC puede haber lavado unos 7.000 millones de dólares de ingresos narcóticos a través de su filial mexicana sin que nadie vaya a la cárcel”. Le parece esto algo conocido, lector/lectora?

Y claro, poderes cada vez más concentrados traen, entre otras cosas, desigualdades cada vez más acentuadas. Dentro y fuera de Chile. Fíjese: desde el año 2015 tan sólo ocho grandes empresarios poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad más pobre de la humanidad. Lo que hace la panacea del “crecimiento” en este sistema es concentrar las riquezas.  También, según Oxfam, los ingresos del 10% más pobre de la población mundial han aumentado menos de 3 dólares al año entre 1988 y 2011, mientras que los del 1% más rico se han incrementado 182 veces más. Sigue el mismo Informe y dice: “(…) un nuevo estudio del economista T. Piketty revela que en los EEUU los ingresos del 50% más pobre de la población se han congelado en los últimos 30 años, mientras que los del 1% más rico han aumentado un 300% en el mismo periodo”.

¿Agregamos algo más? Según la OMS y las Naciones Unidas, cada día mueren en el mundo 4.000 niños por falta de agua potable y sistema de saneamiento.  En el año 2017, 6,3 millones de niños menores de 15 años murieron por causas prevenibles. ¿Hace falta mayor información? O, más bien, ¿nos hace falta seguir despertando y tomando conciencia de la pesadilla neoliberal? Lo sabemos, pero no lo queremos ver: nuestra América está considerada como la región más desigual del mundo y una de las más violentas. Y no es por causas “naturales”. A las desigualdades socioeconómicas y socioculturales, hay que agregar la destrucción medioambiental en curso y el escaso control que ejercemos sobre la tecnociencia.

¿Qué tienen que ver todos esos problemas con “el comunismo”? ¿Qué tienen que ver las condiciones laborales precarias, los bajos salarios de chilenos y chilenas, las malas pensiones, las malas condiciones de vida urbana, con “el comunismo”? ¿Qué tiene que ver el agua -bien social fundamental- privatizada, el cobre y el litio privatizados con “el comunismo”? ¿Qué relación hay entre la mala educación, la falta de educación ciudadana, y la deuda estudiantil, con “el comunismo”? ¿Acaso “los comunistas” son los dueños de los peajes y autopistas, de los liceos y universidades, de los canales de televisión, del agua y del litio, y han estado gobernando acá desde el año 90 en adelante?  ¡Por favor! Gran tarea es superar la despolitización y la ignorancia televisiva.  

Comunismo propiamente tal no ha existido hasta ahora, acaso quizá en lo que se llamó “comunismo primitivo”. Es un ideario utópico importante. U-topía quiere decir un no-lugar. ¿Y para qué sirve? Como decía Galeano, nos sirve para caminar; caminar de manera constante, hacia horizontes de justicia social real, sustentabilidad, democratización de la vida en común, desde la base a la cúspide. Para esto tenemos que tomar consciencia, todos, seguir despertando. Como escribe García Linera: “es por eso que lo que algún día tendrá que sustituir al capitalismo como sociedad tendrá que ser necesariamente otra civilización que libere e irradie a escala mundial todas esas fuerzas y poderes comunitarios hoy existentes, pero sometidos al lucro privado. Marx llamaba a eso la Comunidad Universal; otros le llaman el Ayllú planetario, otros el Vivir Bien. No importa el nombre sino el contenido de comunitarización universal y total de todas las relaciones humanas y de los humanos con la naturaleza”.

Los resultados de Latinobarómetro 2020 muestran que los chilenos y chilenas consideran en un 86% que se ha gobernado en el país “para grupos poderosos en su propio beneficio”. Un 93% de ellos consideran que la distribución del ingreso es injusta entre nosotros. Por eso es que la votación de diciembre se inscribe también en este desafío civilizacional. Ojalá no nos equivoquemos y cuidemos la Convención Constituyente para que dé lo mejor de sí misma, en función siempre de las necesidades y finalidades que este pueblo ha venido planteando. Votar por la derecha sería seguir concentrando en manos del 1% las riquezas y los poderes. Lo sabemos por historia. esa es la diferencia.

Pablo Salvat
Licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía Política. Profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.