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Opinión

Un Estado para los niños y niñas

Por: Antonia Cepeda Antoine | Publicado: 04.01.2022
Un Estado para los niños y niñas Cartel del gobierno de Salvador Allende | Archivo Larrea
Gabriel Boric, en su primer discurso en la Alameda, incluyó a los niños y las niñas. No levantó ninguna consigna, pero los hizo hablar leyendo las textualidades de lo que dijeron cuando recorrió el país. En ese acto Gabriel Boric dio un primer paso en el reconocimiento de la infancia como sujetos de derechos capaces de ejercer tempranamente ciudadanía. Dejando a un lado el adultocentrismo, durante su campaña preguntó a los niños y las niñas cuál es el país que sueñan: “queremos que nuestros padres lleguen más temprano a sus casas”, “que se proteja a los animales y al planeta”, “que haya más plazas para jugar y recrearnos”, “que los abuelos no estén solos”, dijeron.

La felicidad de Chile comienza por los niños”: cómo olvidar esa consigna que se hizo realidad en el medio litro de leche diario para todos y todas las niñas que anunciara frente al país el presidente Salvador Allende en su primer discurso en la Alameda, en 1970, cuando el 19,3 % de la población infantil menor de 6 años padecía de desnutrición.

Dos veces al mes, los niños y niñas del campo, los de las tomas, los que vivían en la periferia, en el centro y en el oriente, recibían el envase de cartón con las raciones para el periodo. El día correspondiente se veía a los niños y niñas con sus cajas trasladándose a sus domicilios; algunos no resistían la tentación y se iban comiendo la leche seca. Yo asistía a un liceo de élite en la comuna de Ñuñoa; hijos de comerciantes, profesionales funcionarios públicos, artistas e intelectuales teníamos el mismo derecho si queríamos ejercerlo. Buses de la Empresa de Transportes Colectivos del Estado empezaron a recorrer las principales avenidas recogiendo a los niños y las niñas para llevarlos a sus escuelas y regresarlos a sus casas. En el frontis de los buses se leía la consigna “Súbete, cabrito, que el gobierno de la UP te lleva gratis a la escuela”. El gestor de esta aventura fue mi padre, muerto en la tortura durante la dictadura: él fue unos de los que acompañó al Presidente en esta iniciativa. Siendo adolescente me beneficié de ella, compartía asiento en los buses con los compañeros de mi liceo, pero también con otros niños y niñas que iban a “escuelas y liceos con número”. En dichas políticas públicas convergían dos visiones, el de las políticas universales y el de la inclusión, pero también una mirada especial de lo social y lo político: como dijera un destacado artista, los gobernantes tienen que tener poesía y Salvador Allende la tenía. Ese lenguaje que entusiasma, que convoca, que trasciende a las cifras y a las macrovisiones, que acompaña las políticas de Estado desde lo sensible, desde los afectos, desde lo humano, desde la escucha atenta de la realidad que los emociona. El medio litro de leche y el “súbete, cabrito” de los buses escolares, en el real sentido de la palabra tenían poesía. Los sueños de un mejor país que les costó la vida a un Presidente y a un jefe de servicio, como era mi padre.

Gabriel Boric, en su primer discurso en la Alameda, incluyó a los niños y las niñas. No levantó ninguna consigna, pero los hizo hablar leyendo las textualidades de lo que dijeron cuando recorrió el país. En ese acto Gabriel Boric dio un primer paso en el reconocimiento de la infancia como sujetos de derechos capaces de ejercer tempranamente ciudadanía. Dejando a un lado el adultocentrismo, durante su campaña preguntó a los niños y las niñas cuál es el país que sueñan: “queremos que nuestros padres lleguen más temprano a sus casas”, “que se proteja a los animales y al planeta”, “que haya más plazas para jugar y recrearnos”, “que los abuelos no estén solos”, dijeron. Entonces cobra sentido la ley de 40 horas de trabajo semanal (para que los niños y niñas no se sientan solos), terminar con las “zonas de sacrificio” (para que crezcan sanos), asegurarles el agua para su consumo y para que perdure la magia de ver nacer a los animales que crían sus padres sin presenciar sus muertes. Que los niños y niñas participen opinando, planteando sus sueños y aspiraciones no es baladí: lo dicho por ellos es un potente fundamento para implementar políticas públicas pertinentes a sus necesidades y aspiraciones. Gabriel Boric tiene el desafío de transformar el gesto de ponerse a la altura de los niños y niñas para escucharlos, en políticas públicas de primera línea.

Hoy los niños y niñas que viven en condiciones de pobreza ya no mueren de desnutrición como en los 70; de seguro, lo que los aqueja es el dolor del alma. ¿A quién le cabe duda que la inequidad, la desigualdad en la educación y en la salud, los sueños truncados, el autocontrol de sus expectativas, las renuncias, las preguntas sin respuestas, los 37 metros cuadrados en que transcurren sus vidas y la conciencia progresiva de formar parte de “los excluidos”, no  enferma el alma  de los niños y las niñas de La Pintana, de Bajos de Mena, de los que viven en campamentos, de los que viven en  localidades aisladas que caminan kilómetros para ir a sus escuelas, de los que viven la violencia todos los días víctimas de los narcotraficantes?

Chile está al debe con la población infantil azotada por la grotesca inequidad en que estamos sumidos. En materia de infancia ellos son la urgencia. Una mirada integral y universal al diseño e implementación de las políticas públicas es crucial, sin embargo, la definición de prioridades sectoriales y la focalización no deben ser desestimadas. Son niños y niñas que requieren una inyección de oportunidades que, si bien tienen estrecha relación con las que tengan sus padres de mejorar sus ingresos y acceder a políticas públicas que mejoren su calidad de vida, es necesario con  premura, sin burocracia, no a mediano ni a largo plazo que estos niños y niñas se beneficien entre otras con experiencias barriales que los aproximen a la cultura, a las artes, a recintos deportivos bien cuidados y equipados, a bibliotecas de excelencia cerca de sus hogares, que frente a sus ojos vean cambiar el rostro del lugar en que viven. Que en sus jardines infantiles y en sus escuelas ellos sean la centralidad.

Beneficiarse de un sistema educativo cuyo norte sean los procesos pedagógicos en el aula, no la planificación estratégica, los indicadores ni los instrumentos de evaluación y sistemas de control que distraen de lo esencial y que hoy tienen colapsado el sistema. Para los que hemos trabajado en el Estado, lo que significa en términos de inversión el conjunto de iniciativas mencionadas a modo de ejemplo no es un inalcanzable. No desmantela las arcas fiscales. Para ello se necesita un gobernante sensible a la infancia, una asignación de presupuesto no condicionada a una medición de resultados imposibles de cuantificar; un Estado que rompa la inercia, con energías transformadoras, funcionarios públicos seducidos por sus jefaturas a contribuir a la sanación de las almas de esos niños y niñas desarrollando estrategias y programas creativos que, además de eficientes y eficaces, tengan una cuota de poesía.

Antonia Cepeda Antoine
Educadora de Párvulos. Ex directora técnica de la Junta Nacional de Jardines Infantiles (JUNJI).