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Diversificación productiva agroalimentaria y exportaciones

Por: Eduardo Santos | Publicado: 25.01.2022
Diversificación productiva agroalimentaria y exportaciones | Agencia Uno
¿Dónde hemos fallado? No existe una respuesta simple, pero hemos “quedado cortos” en más de un frente: la innovación y la difusión de nuevas tecnologías no llega a todos los rincones de la industria agroalimentaria; la limitada oferta de insumos y servicios de uso de la industria alimentaria orientada a la exportación le agrega una complejidad adicional; y, principalmente, un Estado que por décadas ha permitido y apoyado el “florecimiento’ de una industria exitosa, pero fundamentalmente extractivista, que agrega poco valor a las exportaciones y que cae en una “rutina exportadora” y deja de innovar. Hemos “dejado hacer” y por ello también somos responsables de no haber fomentado con energía el desarrollo, la producción y la exportación de nuevos productos. No hemos “estado a la altura” de los desafíos actuales.

Ya estamos alcanzando el límite de nuestras capacidades productivas y cada día se hace más urgente cambiar el modelo de desarrollo agroalimentario basado principalmente en la explotación de recursos naturales con limitado o escaso valor agregado para la exportación. Chile lo está cambiando, pero más lentamente que el resto del mundo, por lo que las exportaciones de alimentos procesados reducen su participación en el comercio mundial. En las “preparaciones”, la participación de Chile es cercana al 1%, y en los últimos 20 años cae.

En muchos casos, las exportaciones son realizadas a granel, y estos productos son vendidos para el “fraccionamiento” en los centros compradores. No hace mucho, en un supermercado en los Estados Unidos me ofrecieron preparaciones de almejas chilenas, excepto que eran almejas preparadas y envasadas en Asia. ¿Cómo hemos llegado a esto? Más allá de la falta de información acerca de nichos de mercado, y de las dificultades que existen para ingresar y posicionarse en nuevos mercados, así como la falta de incentivos para innovar y explorar nuevas oportunidades, los exportadores chilenos enfrentan también dificultades logísticas y materiales para exportar preparaciones de alimentos bajo la modalidad de venta directa a consumidores. Parece que la “maquila” funciona en otros lares, pero es difícil llegar directamente al consumidor desde Chile. Hemos fallado colectivamente.

¿Y dónde quedó la “Potencia Alimentaria”? Durante los últimos veinte años, las exportaciones de preparaciones de frutas y hortalizas crecieron en casi 152%, pero por debajo del crecimiento de las exportaciones totales de Chile. Además, se concentran en unos pocos mercados y productos. Durante el periodo de 2018-2020, los primeros 10 mercados de destino participaron con cerca del 72% del total. Los importadores principales son los Estados Unidos y México, que participan, respectivamente, con más del 22% y 15%. Entre los primeros 20 países se encuentran Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Guatemala, Costa Rica, Uruguay y Venezuela, pero sus importaciones son muy menores. Aun cuando la composición de las importaciones de preparaciones de frutas y hortalizas cambia de país a país, existe un alto nivel de concentración de los envíos en unos pocos productos. Más de la mitad de las exportaciones incluyen sólo dos variedades de productos: preparaciones de tomate y jugos de frutas, principalmente de manzana y uva. El resto incluye conservas de fruta, pero de pocas variedades (principalmente duraznos y cranberries). Y la lista concluye con pulpa y purés de frutas. Triste panorama para una “potencia”.

No debería sorprender entonces, que lo que están comprando nuestros principales socios (México, Japón y Argentina) esté muy concentrado en sólo un puñado de productos. En el caso de México, más de dos tercios de las importaciones son conservas de frutas (principalmente duraznos) y pulpas y purés de fruta. Otros productos incluyen tomates preparados y jugos. En cuanto a Japón, más del 90% consiste en jugos de fruta y tomates preparados. En Argentina no mejora: más de tres cuartos de las compras, son sólo tomates preparados. Y en nuestro principal mercado -Estados Unidos- la concentración de las ventas es similar: cerca del 79% se concentra en jugos de fruta, así como pulpas y purés de fruta. Obviamente, todos estos productos -en su gran mayoría- son exportados a granel.

¿Podrá nuestro comercio agroalimentario realizar su contribución a la “política exterior turquesa” de la próxima administración”? La industria agroalimentaria global introduce nuevas tecnologías, se diversifica y la producción de alimentos se internacionaliza. A su vez, los hábitos de consumo se modifican y nuevas certificaciones de calidad son incorporadas globalmente por la industria frente a los desafíos que impone la crisis climática, el cuidado del medio ambiente, y los nuevos hábitos de salud. Por su parte, la creciente apertura comercial impone desafíos adicionales, demanda nuevos servicios y estándares de higiene e inocuidad, así como zoo y fitosanitarios. Y nosotros -sin necesariamente permanecer estáticos- no nos hemos movido a la misma velocidad que nuestros socios de la OCDE.

¿Dónde hemos fallado? No existe una respuesta simple, pero hemos “quedado cortos” en más de un frente: la innovación y la difusión de nuevas tecnologías no llega a todos los rincones de la industria agroalimentaria; la limitada oferta de insumos y servicios de uso de la industria alimentaria orientada a la exportación le agrega una complejidad adicional; y, principalmente, un Estado que por décadas ha permitido y apoyado el “florecimiento’ de una industria exitosa, pero fundamentalmente extractivista, que agrega poco valor a las exportaciones y que -en ocasiones- cae en una “rutina exportadora” y deja de innovar. Hemos “dejado hacer” y por ello también somos responsables de no haber fomentado con energía el desarrollo, la producción y la exportación de nuevos productos. No hemos “estado a la altura” de los desafíos actuales.

Un empresario Pyme, con planes para exportar alimentos envasados en frascos de vidrio, no encontrará con facilidad en Chile los servicios e información -y posiblemente falten hasta algunos insumos- que necesitaría para ingresar y posicionarse con facilidad en, por ejemplo, los mercados de América y para qué decir de Europa y Asia, donde las barreras idiomáticas añaden un factor adicional de complejidad (por ejemplo, en cuanto al uso de estándares técnicos, normas sanitarias, rotulado, y otras regulaciones pertinentes). Sólo las grandes empresas, con departamentos de estudios y desarrollo -o representaciones en los mercados compradores- están en condiciones reales de innovar en la producción y exportar con éxito y, aun así, ello es muy limitado. A modo de ilustración: no hace mucho, encontramos exportadores de miel que no podían conseguir envases de vidrio adecuados para exportar su producto a Norteamérica. Elemental, pero real. Como país, le hemos fallado a productores y exportadores agroalimentarios innovadores, particularmente en el caso de las medianas y pequeñas empresas.

Como Estado, no “hemos dado el ancho” en varios frentes, pero -finalmente- se trata de instituciones anquilosadas que se han quedado en el pasado y no han sido capaces de actualizarse. En síntesis, no están en condiciones de dar respuestas a las necesidades actuales de los pequeños y medianos empresarios y emprendedores que necesitan producir y exportar en una industria altamente globalizada. Para lograr la transformación profunda de la producción y exportación agroalimentaria en Chile, debemos dar un salto cualitativo, y rediseñar el modelo y las instituciones en que se sustentan.

El modelo de desarrollo de producción agroalimentaria en Chile está llevando el uso de nuestros recursos naturales al límite y ese camino no es sustentable y/o viable en el mediano y largo plazo, en el marco de los limitados recursos naturales de que disponemos y de las implicancias del cambio climático. Y para qué mencionar la escasez hídrica que nos afecta desde hace años. Pero creemos que sí es posible lograr una transformación profunda de los sistemas de producción agroalimentaria, al mismo tiempo que podemos proteger y desarrollar los recursos naturales, agregar mayor valor a nuestros alimentos, crear empleos y llegar a nuevos mercados. Los mercados están a nuestro alcance, pero necesitamos fomentar y apoyar la producción y difusión de nuevas tecnologías y productos, y llegar todos los rincones de la industria, en particular de la mediana y pequeñas empresas. Vamos avanzando en la dirección correcta, pero muy lenta y descoordinadamente y –de paso- dejando a muchos emprendedores abajo del coche. Hoy las Pymes rurales se “quedan a medio camino”.

Se requiere de un Estado comprometido, preparado y capacitado para apoyar la diversificación de la producción agroalimentaria y fomentar las exportaciones de productos de mayor valor agregado, así como facilitar el acceso, comercialización y la colocación de productos innovadores en nuevos nichos de mercado. Esto requiere de cambios estructurales que demandan la modernización real de la Cancillería, en particular, de la SUBREI y de ProChile y de su Dirección General de Asuntos Consulares, que podría hacer aportes mucho mayores a la promoción de la imagen de Chile y al fomento y promoción de exportaciones, a través de decenas de Oficina Consulares repartidas a través del globo. El Ministerio de Agricultura también necesita introducir reformas profundas en el Fondo de Promoción de Exportaciones Silvoagropecuarias y su sistema de Agregadurías Agrícolas. En ambos casos, la gestión y actuales formas de coordinación y administración vinculadas a ProChile deben ser revisadas. Tampoco podemos dejar de lado a los Servicios de Inspección, y los programas existentes en el área de los alimentos en el Ministerio de Economía y CORFO. Este esfuerzo requiere de instituciones nuevas, renovadas y coordinadas.

También, parte de este esfuerzo de transformación de la producción y exportación agroalimentaria debe ir acompañado de una oferta real de servicios e insumos de uso de la industria alimentaria orientada a la exportación. Parte de estos servicios deberían ser ofrecidos por las instituciones del Estado (por ejemplo, entrega de información de mercados y capacitación para la exportación, en particular en el caso de las Pymes) mientras que otros deberán ser compartidos con la industria. La producción y oferta de insumos y de logística de uso de la industria agroalimentaria exportadora, también debe ser parte de este esfuerzo.  Y el comercio electrónico no puede quedar fuera de esta transformación.

Por último, y para concluir, debemos incorporar el tema de la “huella de carbono” en la concepción de la nueva visión y estrategia de producción y exportación agroalimentaria. La agricultura chilena se sitúa en el segundo lugar entre las actividades que generan GEI en el país, por lo que -más temprano que tarde- la temática terminará por impactar el consumo y comercio de alimentos a través del globo. Temas asociados como el de “consumo de producción local”, “autoabastecimiento”, y el de los “huertos urbanos”, entre otros, crecen bajo presión de los consumidores, cada vez más conscientes y empoderados para tomar sus propias decisiones frente a la crisis climática.

Eduardo Santos
Doctor de la Universidad de Sussex. Experto en negociaciones comerciales y el comercio agrícola.