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Opinión

Más esperanza, menos expectativas

Por: Nelson Rodríguez Arratia | Publicado: 03.03.2022
Más esperanza, menos expectativas Esperanza |
Lejos de comprender a la esperanza como utopía, debemos entenderla desde un prisma pragmático crítico, como la forma de conocer el sustrato de los sueños que cada uno y una de los chilenos y chilenas tiene para convivir, habitar y cuidar la tierra de la que somos parte. La crisis hídrica, la crisis de la vivienda, la migración, el reconocimiento de nuestras culturas ancestrales, las nuevas formas de entender el poder político distribuido desde un sentido contextual y situado, la paridad y una educación tendiente a ser inspiradora de nuevos sueños y esperanzas, no son en ningún caso sólo motivos de tensión social, sino la forma más evidente de reconocer que en los anhelos de cambio existen profundas esperanzas.

Al parecer, nos acostumbramos a la premura del ritmo, que tiene como principio el resultado del producto, el check list o el visto bueno. Hasta quedar absortos y entregados al cumplimiento del orden establecido, de lo que se entiende incluso, desde el sentido común, al cumplimiento de las funciones que por ancha y por manga remiten al mismo sentido del conocido espectáculo del accountability. Pero esto ya se ha dicho, aunque éste se vista de rostro humano, accountability queda.

De este modo, terminamos en lo que se habla por todos lados: en la sociedad del rendimiento. El énfasis en el cumplimiento de lo que se debe termina siendo la anulación del mismo yo, que más allá de lo que se entiende por enajenación o alienación, el yo se condice en el rendimiento, pues en él descubre la posibilidad de abrirse al mundo de las ansias socavadas por el deseo de escapar o de hacer aquello que muestre un punto de quiebre entre lo que hacemos y lo que necesitamos para vivir. Incluso en esta tensión, entre el deber de cumplir y el producir, vivir se vuelve en sucumbir al ritmo de las expectativas.

Más allá de lo que pueda referirse en la ética en el imperio del vacío, el yo para cada caso, se realiza sólo en aquello que se debe y se es capaz de cumplir y producir. La continuidad entre deber y rendimiento, se vuelve el centro de nuestra vida y en algún sentido otro, como lo dijera Nietzsche sobre la conciencia moderna: la debilidad de voluntad. Los deseos, incluso la pasión, se vuelve el anhelo de satisfacer lo que no ofrece la sociedad del rendimiento. Las expectativas, lejos de ser un punto de encuentro entre o solidaridad humana, nos descubren en el espacio de la individualidad, que entrega la conquista del éxito en los logros establecidos.

En otro sentido, las expectativas nos dejan sin historia, pues nos vuelcan a un futuro que lejos de asociarnos a la incertidumbre o tentativas de descubrir sentidos vitales, nos dejan atados a los días programados, planificados e incluso pre escritos por otros. Lejos queda un sentido de mirar y entender las huellas que nos puede dejar un pasado que sólo ahora, se nos muestra en aromas de olvido y un olvido, que no sólo esconde hechos o recuerdos, sino el olvido de los otros.

En el concierto de las expectativas, del rendimiento el imperativo del sí mismo, del yo y mi expectativa, sólo nos dejan en el arrojo de un individualismo débil y sin creatividad. Como si la expresión de los rostros cansados o zombies fuera la única fuente de lucha ante el devenir, que nos salva de la frustración y el fracaso. Más aún, las expectativas, como clara expresión de la carencia de vínculos, nos conducen a la fragmentación y la atomización social.

Todo esto en el contexto del inicio de un nuevo gobierno y periodo presidencial, sumado a ello los esfuerzos del trabajo de la Convención Constituyente, más allá de las expectativas, que incluso servirán a más de alguien para tomar la foto y desvincularse de un proyecto de país e incluso para tomar distancia de los otros y otras y refugiarse en la comodidad de los principios sin acción y relaciones humanas sin solidaridad, colaboración y reciprocidad. Se necesita una política que, lejos de agradar y hacer gustar, pueda abrir las sensibilidades a espacios de participación y acción, para crear nuevas formas de entender el poder y la política misma.

Lejos de comprender a la esperanza como utopía, debemos entenderla desde un prisma pragmático crítico, como la forma de conocer el sustrato de los sueños que cada uno y una de los chilenos y chilenas tiene para convivir, habitar y cuidar la tierra de la que somos parte. La crisis hídrica, la crisis de la vivienda, la migración, el reconocimiento de nuestras culturas ancestrales, las nuevas formas de entender el poder político distribuido desde un sentido contextual y situado, la paridad y una educación tendiente a ser inspiradora de nuevos sueños y esperanzas, no son en ningún caso sólo motivos de tensión social, sino la forma más evidente de reconocer que en los anhelos de cambio existen profundas esperanzas.

La esperanza nos reúne como pueblo, como comunidad o como grupo humano en cada uno y una de los rostros en los que nos reconocemos tan semejantes, como distintos y que requieren resolver sus tensiones y conflictos. Por esa razón, parafraseando al filósofo Ernst Bloch, se trata de conocer cada vez más los sueños y esperanzas que nos abren a la vida compartida, para conducirlos a su concreción certera y participada. Así, las esperanzas se vuelven más intensas, para trabajar en su clarificación, en un entendimiento participante, que toma las cosas tal y como marchan, para conducirlas a acuerdos cada vez mejores. La esperanza, entonces, se muestra más intensa, más lúcida e incómoda incluso, pero más plena de conocimiento y mediación con las personas, el mundo y las cosas. En la esperanza nos volvemos serenos y serenas, a fin de que el trigo que quiere madurar pueda ser acompañado, recolectado y compartido.

Vivimos tiempos en los que el trabajo se nos ha vuelto una función, por la que nuestra intimidad, nuestros espacios íntimos o familiares, han sufrido el desgaste de estar mirando permanentemente el quehacer, como un afuera que sólo nos desafía a permanecer en las relaciones desde el disciplinamiento. Se nos escapa muchas veces el sentido y nuestros sentidos de poder mirarnos en lo humano, desde nuestros cuerpos que se desafían en el goce de estar y de pervivir a dimensiones más espirituales.

Pero hoy creo que debemos esperanzar en un tiempo que puede abrirnos a nuevas formas de convivir. Aquellas que nos vuelven a sentir y mirarnos entre unos y otros, entre unas y otras y entre todos y todas, en aquellos espacios por los que nos sentimos construyendo historia, la de cada uno, una y de todos y todas. Y porque somos historia, nos desafía el esperanzar, porque sólo la esperanza de ser-nos entre todos es lo que nos ayudará a caminar juntos, porque juntos nos haremos escuchar en el oír de un sentido, como lo dijera el poeta Ernesto Cardenal, en un «cántico nuevo y todos los planetas habitados oyeron cantar a la Tierra y era un canto de amor».

Nelson Rodríguez Arratia
Académico de la Escuela de Filosofía de la Universidad Raúl Silva Henríquez.