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Opinión

Warnken, el políglota o el pudor

Por: Daniel González Erices | Publicado: 04.03.2022
Warnken, el políglota o el pudor | Captura de pantalla
¿Qué recursos tiene Warnken para evaluar de antemano, sin acceso a ningún documento definitivo, la calidad técnica de los argumentos jurídicos del texto constitucional? Hace sólo unos días, en una entrevista en un matinal, el comunicador equiparó “machismo” con “feminismo”, alegando que “un juez no puede tener sesgos ni machista ni feminista”. Cualquier persona con un conocimiento remoto de la literatura especializada sabría que una formulación del tipo “ni machismo ni feminismo” no se sostiene en términos teóricos. Es una aberración epistemológica de un calibre tan insólito que, bajo ningún punto de vista, podría esperarse de parte de un ‘intelectual’.

Hay circunstancias en las que la prudencia sugiere ser cauteloso y mantenerse al margen. Pero, como Aristóteles y Santo Tomás explicasen, el exceso de prudencia puede traducirse en peligrosos enemigos: la indecisión, la malicia, la derrota. Cada cierto tiempo, disfrazándose del brillo enceguecedor de un líder, irrumpe rampante algún personaje con aires mesiánicos en la escena política de nuestro país. Cuando esto ha ocurrido en el pasado, tales individuos, cuyos nombres no vale la pena mencionar ni recordar, terminan por sofocarse a sí mismos.

No resisten el paso del tiempo. Y es que el peso insignificante de sus ideas se vuelve en contra de estos, transformándose en una roca insoportable que los arrastra de regreso al cenagal del que salieron. Son anomalías que alcanzan su desenlace sin ayuda de nadie, pues, como he dicho, manifiestan la habilidad innata de ponerse la soga al cuello. Pero cuando Chile atraviesa un complejo momento como el presente, ad portas a un cambio de gobierno y con la reforma constitucional más importante de la que hayamos sido testigos desde el fin de la dictadura, desentenderse de estos sujetos no parece ser, de hecho, lo más prudente.

El alarmismo y la radicalización, para echar más leña al fuego, no cumple ningún objetivo saludable en aras de cuidar la democracia. Da la impresión de que este ruido de fondo artificial nace, más bien, desde una profunda carencia o desde una profunda ignorancia. Es difícil decirlo sin la distancia suficiente.

Cómo y por qué Cristián Warnken llega a convertirse en lo que hoy es, debiese ser un tema que nos inquiete de manera profunda. Es un síntoma de muchísimos y serios problemas que algún día, como sociedad chilena, tendremos que enfrentar. Ya no es posible normalizar el esnobismo que se nos ha impuesto a la fuerza, históricamente, por las razones más deplorables: apellido, familia, colegio, etc. ¿Cuáles son las reales credenciales de Warnken para postularse como un referente intelectual? ¿Haber liderado y mantenido a flote un programa televisivo? Que “La belleza de pensar” y sus secuelas hubiesen sido únicos en su tiempo en la parrilla programática de los canales nacionales no los hace buenos por defecto. El objetivo del espacio era encomiable, sobre todo en un medio donde la palabra cultura genera rechazo por angas o por mangas. Pero algo muy distinto es plantarse en un set para dialogar con un novelista, un poeta, un actor, un cineasta, un filósofo, un teólogo, un historiador o un biólogo, y jugar a manejar todos los códigos. Alguien podría bien señalar que esa es una interpretación personal y, en ningún sentido, la intención del aludido. Pero una mirada atenta a las conversaciones revela ese fenómeno, algo que también se ha dejado ver en sus intervenciones recientes a propósito del trabajo de la Convención Constitucional.

Para no dilatar de forma innecesaria esta columna, me remitiré a la pregunta concreta: ¿qué recursos tiene Warnken para evaluar de antemano, sin acceso a ningún documento definitivo, la calidad técnica de los argumentos jurídicos del texto constitucional? Hace sólo unos días, en una entrevista en un matinal, el comunicador equiparó “machismo” con “feminismo”, alegando que “un juez no puede tener sesgos ni machista ni feminista”.  Esta evidente inepcia puede ser subsanada refrescándole la memoria a Warnken, invitándolo a leer el dictamen de la Corte de Apelaciones de Temuco en el marco del proceso judicial contra Martín Pradenas por la violación de Antonia Barra en 2020 —un signo que fue leído de modo positivo por la ciudadanía a la luz del descontento generalizado que gatilló el estallido social del 18 octubre de 2019. En esa oportunidad, el tribunal de alzada acogió la petición de la Fiscalía de revocar el arresto domiciliario del agresor, teniendo entre los pilares estructurales de su —valga decir, transversalmente— aplaudido razonamiento a la variable género como uno de los elementos esenciales para ponderar con exactitud la gravedad y la responsabilidad de Pradenas en los hechos que se le imputaban. Este reparo supuso un vuelco radical en la percepción pública del caso, considerando que, con anterioridad, el Juzgado de Garantía se había limitado a decretar sólo medidas cautelares.

Por otro lado, cualquier persona con un conocimiento remoto de la literatura especializada sabría que una formulación del tipo “ni machismo ni feminismo” no se sostiene en términos teóricos, más allá de la simple opinión. Es una aberración epistemológica de un calibre tan insólito que, bajo ningún punto de vista, podría esperarse de parte de un ‘intelectual’.

La prudencia sería una buena consejera para Warnken: un llamado a la sobriedad, a la mesura, a conocer y a situarse con modestia en el lugar que puede ocupar. Las aproximaciones críticas al desempeño de los constituyentes resultan cruciales, eso no está en discusión. Examinar, analizar, interrogar lo que está sucediendo en el ex Congreso Nacional y en el Palacio Pereira es una prerrogativa de todas las chilenas y todos los chilenos. Incluso, una obligación. La Convención Constitucional no es un organismo inefable, cuyo actuar exceda las posibilidades de nuestras facultades cognitivas. Que Warnken reduzca el debate a ello es, en verdad, absurdo. Cosa diferente, sin embargo, es olvidar que, si nos hemos educado en un ámbito, eso no nos convierte por acto de magia en expertos en todas disciplinas imaginables. Como el viejo cuento sobre Apeles y la sandalia mal pintada, el zapatero podrá opinar sobre los zapatos, pero del zapato para arriba es otra historia.

Daniel González Erices
Profesor investigador del Departamento de Historia y Ciencias Sociales, Facultad de Artes Liberales, Universidad Adolfo Ibáñez. Investigador del Centro de Estudios del Patrimonio (CEPA).