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Opinión

 ¿Dejar de pensar?   

Por: Pablo Salvat | Publicado: 23.03.2022
 ¿Dejar de pensar?    Caída de las Torres Gemelas |
En su momento el gran físico Einstein nos hizo una crucial advertencia: “La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”. ¡Qué premonitorias palabras, oiga! ¡Ahí tiene usted la Primera Guerra Mundial, seguida del nazi-fascismo, la Segunda Guerra Mundial, las guerras coloniales, etc. Y hoy enfrentados a un conflicto y guerra civil en el Este europeo que, sin una voluntad perseverante por negociar una paz lo más justa posible, puede convertirse en otra cosa peor.

¿Qué le parece, estimado lector y lectora? Ese pareciera ser el leitmotiv que acompaña la conversión en propaganda de lo que alguna vez fueron los medios de comunicación, generando lo que se ha dado en llamar guerra mediática, como parte de la, a su vez, llamada guerra híbrida.

Desde hace muchos años, las élites dominantes, en particular las del país del norte, comenzaron a trabajar en lo que se llamó psicopolítica. Primero en función del estudio del funcionamiento de la mente para inclinarlos a un consumismo permanente y, al mismo tiempo, para promover el anticomunismo a nivel mundial.

Desde los años 80, se intensifica ese trabajo incluyendo a la OTAN en función de lo que se llamará guerra cognitiva (ciberpsicología) utilizando para ello la televisión, las radios, la prensa, las redes sociales, las fake news (sostenidas en el dicho goebbeliano: una mentira, repetida un millón de veces, se convierte en una verdad).

De lo que se trata es de generar –en defensa del sistema y sus prerrogativas elitarias en lo económico, político y militar– una cultura y una visión unidimensional de lo que es o aparece como bueno o malo; justo o injusto o correcto e incorrecto, sea a nivel interpersonal, nacional o internacional. De lo que se trata es de ocultar la crisis actual del sistema dominante, llamada por muchos investigadores una crisis civilizacional, para hacerla pasar por un mero tropiezo ocasional y contingente del actual capitalismo.

De lo que se trata es de que, sea a nivel local, nacional o internacional, no pensemos crítica e históricamente los acontecimientos, sino que sigamos las pautas que entregan los medios y sus agentes comunicadores y, por cierto, sus propagadores en redes y coliseos políticos. Un coro bien adiestrado en la repetición monocorde de meras consignas. Usted lo sabe. Lo ha visto.

El imperio del Norte (según muchos, en decadencia) después de la caída del Muro de Berlín se quiso consagrar como el único y legítimo director de orquesta de la vida mundial (apoyado, entre otros, por Fukuyama y su desmentida y repetida tesis del “fin de la historia” y el nuevo siglo americano).  Cosa que después del aún poco claro y terrible evento de las Torres Gemelas, se tradujo, según Bush Jr. en el siguiente mandato: en la lucha entre el Imperio del Bien y el Imperio del Mal (el otro, el distinto, alter), o están con nosotros o están contra nosotros.

El terrorismo pasó a ocupar momentáneamente el lugar que tenía el anticomunismo como chivo expiatorio de las acciones de “Occidente”. Cualquier proyecto alternativo al sistema capitalista, en alianza con la ciencia y la técnica, podrá desde ya ser descalificado como disruptor, promovedor del terrorismo, del islamismo extremista y, cómo no, por si acaso, también signado como pro-comunista. Y, por tanto, ser pasible de medidas coercitivas, sanciones, bloqueos o invasiones. Era la idea de un mundo unipolar, pues. Por cierto, ¡el legitimante de ese supuesto mandato era nada menos que Dios mismo!  

De seguro, Bush Jr., Obama, Trump o Biden (y la UE) tienen wasap directo con la divinidad. Está todo esto ante nuestros ojos; pero vemos que eso es totalmente insuficiente. Se trata de convertirlo –ese mandato religioso– en creencia de los pueblos. Usted, crea, pero no piense; ni menos haga ejercicio de la sospecha y de la crítica racional e histórica, podría ser a su vez sospechoso. Algunos por todo esto le llaman al capitalismo actual capitalismo de la vigilancia. Y usted sabe: para eso están las nuevas tecnologías, Google, Youtube y otros medios.

Por ello no es de extrañar que el vector primordial del llamado progreso y la dialéctica de modernidad/modernización, sea una racionalidad estratégico/funcional, ocupada con el creciente perfeccionamiento de los medios. Medios dispuestos y diseñados para aumentar incesantemente la voluntad de poder y dominio:  sobre la naturaleza, sobre las sociedades, sobre cada uno de nosotros. Entre esos medios, la manipulación de los hechos, de la mente, de las comunicaciones. El mundo y las realidades tienen un sólo colorido, y usted no debe aventurarse en otros, so pena de ser aislado o castigado. A esto, creo, le llamó Marcuse libertad represiva. ¿Suena extraño, no es así? Pero al parecer no lo es tanto.

En su momento el gran físico Einstein nos hizo una crucial advertencia: “La fuerza desencadenada del átomo lo ha transformado todo, menos nuestra forma de pensar. Por eso nos encaminamos hacia una catástrofe sin igual”. ¡Qué premonitorias palabras, oiga! ¡Ahí tiene usted la Primera Guerra Mundial, seguida del nazi-fascismo, la Segunda Guerra Mundial, las guerras coloniales, etc. Y hoy enfrentados a un conflicto y guerra civil en el Este europeo que, sin una voluntad perseverante por negociar una paz lo más justa posible, puede convertirse en otra cosa peor.

Todo esto lleva a pesar que, en los últimos años, el famoso “Reloj del fin del mundo” (publicado por el Boletín de Científicos Atómicos) sigue acortando el tiempo que resta para la medianoche, es decir, para la llegada del Apocalipsis (¡hoy estamos a 100 segundos!). Pero el neoliberalismo actual promueve todos los días que no hay de qué inquietarse: si las desigualdades siguen profundizándose; si las élites mundiales concentran cada vez más poderes, activos, paraísos fiscales; si la mitad del planeta está bajo la amenaza del hambre diariamente; si las pandemias se reproducen; si la naturaleza y el medioambiente ponen en juego la continuidad de la vida sobre el planeta; si la política está cada vez más desacreditada y corrompida en su modalidad representativo/liberal y, en general, bueno, esos son meros daños colaterales del modelo globalizador de mercado desregulado, por el cual  hay que transitar, obligatoriamente, para que la felicidad y los dioses se hagan presente en nuestras vidas. La racionalidad de mercado convertida en nuevo fetiche es la única que puede salvarnos de manera imparcial (élites mundiales dixit).

Mercantilizar la existencia social y política de pueblos y sujetos, hacer que pueblos y sujetos no piensen sino en función de la mera sobrevivencia, y en su burbuja, es el objetivo de un pensar positivizado y manipulador. La creencia de que, a pesar de la historia occidental, el así llamado Occidente tiene la obligación de exportar su modelo a todas las sociedades del planeta (lo quieran o no los afectados) es una creencia enormemente peligrosa para la humanidad y continuidad de una vida digna.

La recomendación es generalizada: dejar de pensar. Cuando se pretende que Dios ha muerto –según Hinkelammert– y se pretende la muerte de todo análisis crítico y de todo reclamo en nombre de la justicia social, la igualdad o la solidaridad, entonces el mundo será como es. Esta es la utopía anti-utópica que mueve a la opinión pública, sus medios y a la ideología del imperio. Tanto frente a lo que sucede en el país, nuestra América o en el mundo.

Hay que ser audaz y servirse de la propia razón, decía un renombrado filósofo. Y esto será considerado una locura por el sistema. Pero, como nos dice Pablo (I Cor. 3,19), “la sabiduría de este mundo es locura a los ojos de Dios”. A tener en cuenta, lectores y lectoras…

Pablo Salvat
Licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía Política. Profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.