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Opinión

La tercera vía chilena a una nueva Constitución

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 23.03.2022
La tercera vía chilena a una nueva Constitución |
Los opositores a una nueva Constitución que plantean una «tercera vía» deben ser entendidos como operadores aún embaucados con el antiguo régimen y que, con sus banderas retrógradas, muchas veces guzmanianas, flameando orgullosas en el palacio de los dinosaurios pinochetistas, aportillan un proceso social de aliento largo y que obedeció a una fractura igualmente profunda frente a la que nada ni nadie tuvo derecho de apropiación.

Probablemente el término “tercera vía”, para quienes alguna vez se hayan interesado, remite casi inmediatamente al trabajo del sociólogo inglés Antoni Giddens. Sin embargo, el concepto es de mucho más larga data, e incluso podemos encontrarlo a finales del XIX en los escritos del Papa Pio XII, quien abogaba por una alternativa terciaria al comunismo y al capitalismo. Desde entonces y durante el siglo XX, el término ha tenido diferentes expresiones dependiendo de los países y contextos políticos específicos.

Con todo, lo importante es constatar que, a finales del siglo XX, con el triunfo –después de décadas de gobiernos conservadores– de Tony Blair y su suerte de laborismo refundado, sumado al triunfo de Bill Clinton en Estados Unidos, de Lionel Jospin en Francia y de Gerhard Schröder en Alemania, el término tercera vía pasa a transformarse en una penetrante ideología que encuentra su soporte teórico en Giddens pero que, no obstante, no debe confundirse con la socialdemocracia (como pasa en nuestro país de manera muy ligera y licuada), aunque ciertamente pueden emparentarse en más de un aspecto.

Marx, por ejemplo, en El 18 Brumario de Luis Bonaparte (1852), escribe que “a las reivindicaciones sociales del proletariado se les limó la punta revolucionaria y se les dio un giro democrático; a las exigencias democráticas de la pequeña burguesía se las despojó de la forma meramente política y se afiló su punta socialista. Así nació la socialdemocracia”. Es decir, y a grandes rasgos, la socialdemocracia es fruto de una alteración profunda de los principios fundamentales que configuraban el imaginario político y social de ambas clases, repercutiendo más bien como un híbrido cuya naturaleza parte de una distorsión fundamental.

Muy brevemente, la tercera vía no es para Giddens, de manera simple y como lo expresa claridad en su texto casi homónimo La tercera vía. La renovación de la socialdemocracia de 1998, una alternativa a medio camino entre el comunismo y el capitalismo, sino que “es una tercera vía en cuanto que es un intento por trascender tanto la socialdemocracia a la antigua como el neoliberalismo». Es decir, se trata de superar las visiones simplemente integristas que sumando y restando pretenden producir un sistema intermedio o terciario entre el comunismo y el capitalismo (socialdemocracia en sentido antiguo) y el desmadre del mercado a nivel global (neoliberalismo).

Hablamos entonces de una tercera vía como un tipo de dique que contenga cualquier exageración de un modelo u otro que arriesgara, en este sentido, el despeñadero ideológico, ergo, político, social y cultural.

En Chile, claramente, este despeñadero no pudo evitarse, y desde el momento en que se instauraron las políticas de shock neoliberales en el año 75, en los albores de la dictadura, y las cuales, en su versión transicional, fueron coronadas con las guirnaldas del consumo y la banalización de la cultura, nuestro país no ha sido más que el de una única vía: la neoliberal.

Ahora, ¿para qué todo este cuento?, ¿por qué hacer este breve y somero repaso de un concepto que, al parecer, en el mundo entero parecía estar en retroceso (al menos en términos de la fuerza teórica que lo alimentó ideológicamente)? Porque las fuerzas reaccionarias de la Asamblea Constituyente han repuesto la idea de tercera vía como una alternativa al apruebo o al rechazo. Y esto, se piensa, sin duda exige un análisis, por sinóptico que sea.

Chile siempre ha jugado, al menos durante la segunda mitad del siglo XX en adelante, con el eufemismo de “a la chilena”. Como si nos fuera inherente cierta originalidad que nos diferencia de cualquier otra sociedad y que nos vertebra sociológicamente de cara al mundo. Los ejemplos son varios: 1. Con Frei Montalva tuvimos nuestra revolución en libertad (a la chilena); 2. Con Allende nuestra vía al socialismo (a la chilena); 3. En dictadura nuestra entrada salvaje al neoliberalismo (a la chilena); 4. Con la Concertación nuestra transición (a la chilena); y, al día de hoy, pareciera que estamos hablando de un proceso constitucional, curiosamente, también a la chilena; al interior del cual se ofrece como si fuera una ópera bufa la tan manoseada tercera vía.

¿Qué se esconde tras este eufemismo? ¿Acaso las fuerzas legítimamente electas para estar en la constituyente de un día para otro perdieron esa legitimidad para instalarse en el páramo de la obsolescencia y la inutilidad? Paulatinamente las derechas, cierta opinión púbica y medios de comunicación, han ido taladrando el discurso de que la Asamblea está en crisis, de que saldrá una Constitución que será un monstruo mitológico de múltiples extremidades, y que toda la fractura que operó en Chile y que se llevó consigo cientos de ojos y vidas humanas no tiene más salida que reencontrarse con su ecosistema natural, el único y el que jamás debió haber sido desestimado porque es el que congrega la única legitimidad reconocible: el Congreso.

Subterráneamente la clase política ve en esta baja de popularidad –circunstancial– de la Convención una oportunidad para volver a tejer la madeja con sus propios hilos y construir nuevamente su lego de poder. La tercera vía, en este sentido, no trata ni apunta a habilitar un espacio legitimo en donde pueda deliberarse, sino derechamente a quitarle a la Asamblea su validez social y legitimidad política. Si el pueblo no se las puede pues, bueno, al Congreso las maletas y que los mismos de siempre recuperen el aliento y la manija después de haber permitido un veranito de San Juan para que ese mismo pueblo electo deje de narcotizarse con la idea de la autodeterminación.

En este sentido, la derecha en sus diferentes opúsculos opera como agente desestabilizador de un proceso que, desde su inicio, fue esencialmente ciudadano y que, dado que en la calle no se pueden tomar decisiones en un sentido normativo, fue necesario construir un espacio institucional lo más representativo posible de una diversidad cuya querella histórica no podía esperar más. Y en esto hay que ser claro: no hay, en la actualidad, espacio institucional más representativo de la sociedad chilena que la Convención Constitucional. Todo el resto, al lado de ella, no son más que telarañas endogámicas con gran talento para las repartijas, el cuoteo y la devuelta de favores.

Los opositores a una nueva Constitución que plantean una «tercera vía» deben ser entendidos como operadores aún embaucados con el antiguo régimen y que, con sus banderas retrógradas, muchas veces guzmanianas, flameando orgullosas en el palacio de los dinosaurios pinochetistas, aportillan un proceso social de aliento largo y que obedeció a una fractura igualmente profunda frente a la que nada ni nadie tuvo derecho de apropiación.

Salga la Constitución que salga (mi esperanza es que sea la mejor de todas y con el mayor nivel de respaldo posible), no habrá sido redactada bajo el alero de militares y por primera vez en nuestra historia tendremos un texto fundamental que responda al disenso, al desacuerdo y, recién entonces, a la deliberación democrática fruto de un proceso social mayor.

Toca defender la Constitución, nuestra Constitución. En esto no hay ni segundas ni terceras ni cuartas vías, sólo una: la vía del apruebo.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.