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Opinión

Yo soy, si tú eres…

Por: Pablo Salvat | Publicado: 14.04.2022
Yo soy, si tú eres… |
Recuperar el sujeto es darnos cuenta de que el humano no es mera expresión individual autocentrada. No podemos llegar a ser quienes somos sin la colaboración y presencia de los otros. El vivir de los otros resulta ser condición de mi propia vida. No en un momento; no solamente en el ahora. Siempre.

Dicen los entendidos que esta es otra manera de traducir el famoso llamado del nuevo Evangelio a practicar el ama a tu prójimo como a ti mismo. Usted sabe, lector/lectora, que este llamado viene recorriendo buena parte de la historia cultural del Occidente y del planeta, más allá de creyentes y no creyentes.

Entonces, ¿cuál podría ser su justificación? Claro, por una parte, el permanecer aún irrealizado en el diario convivir y en el mismo lazo social que genera el sistema sociohistórico y económico bajo el cual existimos y que domina hoy buena parte del planeta. Por la otra, el permanecer como un llamado, una alternativa de acción e interacción que pueda sobrepasar el otro conocido leitmotiv utilizado desde el siglo XVI para definir la naturaleza humana: “el humano es un lobo para el otro humano”, porque es un animal deseante y, por tanto, hay que atenerse a sus consecuencias. Como se ve, lo que está en juego aquí es el sujeto mismo (una antropología) y al mismo tiempo alter, el otro (incluida, claro está, la naturaleza), es decir, la comunidad de comunicación activa en medio de la cual podemos crecer y desarrollarnos.

El dicho que encabeza esta columna refleja mejor de lo que se trata ese famoso llamado a amarnos los unos a los otros. Es importante porque nos habla de una condición: usted, yo, los demás, pueden llegar a ser, pueden ser sí mismos, existir, a condición de generar condiciones de vida que permitan lo mismo para todos los otros, por el sólo hecho de ser humanos. Es decir, de manera incondicional, no sujeto a status social, económico, cultural o de poder.

¿Esto es lo que sucede en nuestro sistema dominante y en las culturas que habitamos y sus medios? No. Al parecer todo indica que no son estos los patrones de interacción que predominan hoy ni a nivel societal y menos a nivel internacional. Y a pesar de que todo indica que el socialismo histórico no existe más, y que la misma ex URSS, puesta como “imperio del mal”, tampoco. Entonces, si no hay” imperio del mal”, si tampoco hay demonios a la vista, ni alternativas viables a este capitalismo depredador, ¿cómo es posible que estemos ya al borde del colapso ecológico, de las desigualdades y de una eventual Tercera Guerra Mundial?

La falla entonces no estaría en la existencia de algún imperio del mal, ni tampoco en el intento de creación de alternativas históricas al sistema existente. Al menos como se lo pintó desde 1917 en adelante, con resultados ya conocidos, pero no siempre previsibles.

El proceso de globalización modernizante, bajo égida de variadas olas de capitalismo diseminándose por el planeta, subsumió el sujeto humano qua humano para convertirlo en mero recurso, en mero medio, flexible, adaptable, limitadamente racional (o sea, calculador), sin contexto, sin historia, sin lazos comunitarios, salvo los más básicos para el sobrevivir vital y afectivo.

La antropología política detrás es la del individualismo posesivo, la del self made man, el Robinson Crusoe patriarcalista que contra viento y marea –compitiendo hasta el sacrificio si es necesario– hace “su” riqueza. Antropología superlativamente promovida desde la contrarrevolución neoliberal de fines de los 70 y comienzos de los 80 en adelante y pretendidamente sostenida desde una visión técnica y “cristiana” de las cosas y un ataque frontal a todo lo que fuese común, comunitario y público-estatal. El problema con este sujeto abstraído de su corporalidad e historicidad es que su cálculo, acción y decisión –con sus efectos– resulta siempre parcializada y no deja ver sus eventuales consecuencias negativas sobre el conjunto. Toma la parte por el todo, su propio interés por “el” interés de todos; su progreso privatizado por “el” progreso de todos.

El individuocentrismo termina sin hacer claridad de que el respeto del todo, del conjunto –humanos y naturaleza– se revela como una condición para su propia existencia. Si la naturaleza, medioambiente, especies vivientes, si los otros no son, él tampoco será. Dicho con Hinkelammert: si los otros no pueden vivir, tarde o temprano, yo tampoco podré vivir. La actual crisis civilizatoria nos demanda la creación desde la base de otro ethos (otro modo de vida) desde el cual podamos trascender esta modernización capitalista, tanto desde su lado estructural, como del lado de su subjetividad hecha mercado.

Recuperar el sujeto es darnos cuenta de que el humano no es mera expresión individual autocentrada. No podemos llegar a ser quienes somos sin la colaboración y presencia de los otros (y de la naturaleza). La dimensión de la intersubjetividad está siempre presente en nosotros, porque el vivir de los otros resulta ser condición de mi propia vida. No en un momento; no solamente en el ahora. Siempre.

Volvamos al principio: ama a tu prójimo; tú mismo eres él; o, también, dicen otros: ama a tu prójimo, él es como tú. Esta afirmación es un proyecto de vida, que se expresa en la lucha por contribuir a crear las condiciones de una sociedad en la cual quepan todos.

Querer sortear la contingencialidad del vivir, haciendo a los demás a un lado, pasando sobre ellos, mintiéndoles, reprimiéndolos, acumulando poder y desigualdades, es una mera ilusión. Una ilusión propia de un “Occidente” prometeico que, en su ambición sin límites de dominio y hegemonía planetaria, nos tiene al borde de un apocalipsis nuclear. ¿Estaremos todavía a tiempo, estimados lectores y lectoras? Ojo: se acerca ya el día del Vía Crucis…

Pablo Salvat
Licenciado en Filosofía y doctor en Filosofía Política. Profesor del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.