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Opinión

Gobierno y Convención: ¿estrechar el margen social del territorio?

Por: Jonathan Muñoz Hidalgo | Publicado: 17.04.2022
Gobierno y Convención: ¿estrechar el margen social del territorio? Santiago de Chile | Agencia Uno
¿Qué se hará luego, con una nueva Constitución ya en las manos? ¿Qué relevancia tiene para el nuevo gobierno? ¿Logrará hacer del territorio un espacio más habitable para todos? ¿Buscará modificar la escena que los llevó a arriba?

Era octubre de 2019 y Chile parecía incendiarse por sus cuatro costados. Y en la consternación, de forma espontánea en medios, la tónica dominante fue el acabose. La ciudad destruida se desvanecía en cuestión de horas, amenazando con apagar las luces del progreso civilizatorio neoliberal, que había iluminado por más de 30 años la exitosa trayectoria que este país de forma excepcional se jactaba de haber alcanzado.

Esos momentos eran días en que se mostraba latente el miedo a la desintegración de nuestra sociedad en el caos y en la guerra.

Pero antes de octubre, al igual que hoy, muchas situaciones daban cuenta claramente de la existencia de espacios anómicos al interior de la sociedad generadores de violencia, conflictividad social y criminalidad. Lugares carentes de vínculo normativo, pero también de un lazo social desecho entre las personas. Zonas estigmatizadas como “peligrosas”, en las cuales los vínculos y, más aún, el capital social, se encontraba deteriorado y en un estado de máxima fragilidad.

Precarización laboral, consumo y endeudamiento, negación de la vivienda, vejez empobrecida por un sistema de pensiones deficiente y juventudes excluidas, son todas partes del origen que dieron fuerza a la revuelta.

Sabemos que lo social no se desarrolla naturalmente, sino que muchas veces es una construcción resultado de decisiones políticas que, en este caso, no han evitado concentrar la pobreza y sus innumerables problemáticas en los márgenes. Donde, una vez anulada la posibilidad de desarrollo de capital social, cívico o colectivo, la vida se torna violenta e incluso apática frente a la propia sociedad general.

La Convención Constitucional, en tanto vehículo del proceso constituyente iniciado a raíz del estallido social de 2019, debe fundar una nueva base de entendimiento, en torno al derecho igualitario a habitar un espacio que asegure las condiciones mínimas de existencia individuales y sociales, planteando la pregunta desde lo que hoy ya es patológico: ¿cómo integrar social y económicamente hasta los márgenes de la ciudad y generar posibilidades de acción colectiva que propendan a la cohesión social favorable a la realización del único fin de cualquier Estado: el bien común?

Todo miembro de una sociedad requiere y anhela reconocimiento frente a sus iguales, cuya base es el sentimiento de autorrealización de un proyecto de vida con sentido, sin embargo, si no somos capaces de otorgar mismas oportunidades de “ser más”, indistintamente de clase social, la creación de sentido y realización lo suplirá el “orden” ilegal. La Convención no sólo debe llevar a cabo la gran tarea que implica resolver lo cotidiano, sino también asegurar la existencia de los espacios que lleven a integrar a cada uno de los miembros de la comunidad de ciudadanos a la cual representa.

El aislamiento de los sectores más pobres de la sociedad no sólo desconecta, excluye y margina de las posibilidades de desarrollo y autorrealización integral a los desfavorecidos. Además, en el seno de un entorno degradado y desprendido de bienes públicos básicos para el desarrollo de la vida social y cultural, se extingue la posibilidad de construcción de espacio público y de un entorno que asegure derechos fundamentales, pudiendo sofocar, de este modo, proyectos de vida que aspiran a tener sentido realizable.

No sólo es el estigma y la desesperanza, reforzados por una sensación de abandono menosprecio y resentimiento forjado en medio de la frustración, sino que, en muchos casos, se contribuye a propiciar el desarrollo de verdaderas subculturas marginales que, de un modo similar, tal como ocurre con la “autoexclusión” de los más ricos, puede generar un proceso de “alejamiento” tal de los patrones socioculturales comunes que nos cohesionan. Eso, hasta desconocernos y deshacernos en la más pavorosa insolidaridad, que nos empuja a hundirnos en la inseguridad y la frustración colectiva de quienes, sin otra opción, intentan sobrevivir las consecuencias profundamente destructivas de una vida cotidiana desecha.

El estallido social evidenció las grandes fisuras de un modelo que no resuelve adecuadamente la integración social, favoreciendo muchas veces la fragmentación, el retraimiento social y, por ende, la desafiliación o desarraigo de grupos sociales que tienden a sustituir a través de mecanismos adaptativos el rol del Estado. Desarrollando sustitutos funcionales, como lo ha sido la penetración del narcotráfico o la criminalidad, que tienden a la destrucción de los lazos sociales más nobles y extensos de la sociedad.

Debemos entender que el desapego y el desarraigo que afecta a muchos jóvenes obtienen una buena constante de energía en la ciudad segregada, como fuente productora de malestar y de angustia latente, exhibiendo al espacio urbano, por más avance y progreso que este contenga, como algo ajeno, que puede incluso constituirse en el símbolo que representa, no a “lo nuestro” sino a lo que proviene desde las antípodas de mi desventajosa e invariable posición social y territorial, marcada por la desigualdad y producto de quienes han facilitado mi segregación. En ese contexto, construcción y destrucción de la ciudad transitan en la misma ruta.

Me pregunto: si el alejamiento, político, social y cultural de algunos sectores en la actualidad es el efecto de décadas de políticas promotoras del distanciamiento socioespacial, en una urbe ya fragmentada y disociada en sus partes de un mismo parámetro común de entendimiento de lo que significa vivir, ¿qué se hará luego, con una nueva Constitución ya en las manos? ¿Qué relevancia tiene para el nuevo gobierno? ¿Logrará hacer del territorio un espacio más habitable para todos? ¿Buscará modificar la escena que los llevó a arriba?

Jonathan Muñoz Hidalgo
Profesor de Historia y sociólogo. Director del área investigación social de COARTCULRaíz del Biobío.