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Opinión

Vínculo identitario: de fragilidad persistente a necesidad permanente

Por: Jonathan Muñoz Hidalgo | Publicado: 26.04.2022
Vínculo identitario: de fragilidad persistente a necesidad permanente Cabildo de las Torres de Tajamar | Cucho Márquez
Deberemos pensar en desarrollar formas de construir barrios más cargados de vida activa y solidaridad entre sus miembros, ya sea desde el fortalecimiento de las organizaciones sociales de base como de unas escuelas críticas promotoras de autonomía y conectadas con el medio social sobre el cual existe y donde debiera desarrollar su acción.

Vivimos momentos en que la fragilidad del lazo social en Chile ha dejado de ser un mero elemento teórico para el análisis social, y se ha tornado evidente y palpable en los barrios y poblaciones en los cuales, su mayor o menor densidad ha sido determinante para la propia supervivencia de muchas personas.

Pensamos que la construcción de identidad social, como sentido de pertenencia, puede contribuir de forma importante al fortalecimiento de nuestros vínculos interpersonales y, en consecuencia, mejorar nuestra convivencia comunitaria, dado que la identificación de los sujetos con el espacio común que habitan siempre ha sido vital para el desarrollo de los acuerdos y desacuerdos propios de la interacción social.

En el contexto actual, la profunda individualización, que en algún momento sedujo con la promesa de “liberación” de las ataduras que imponía la comunidad, trajo como efecto la ausencia o desaparición de los vínculos sociales estables como garantía de pertenencia a una comunidad. Así, el sujeto, mientras observa cómo “todo lo sólido se desvanece en el aire”, deambula desorientado intentando hallar espacios a los cuales aferrarse, sin posibilidad de arraigar de forma estable en el lugar en que desarrolla su vida.

Ciertamente, la modernidad trajo consigo el deterioro de los lazos asociativos de la comunidad, también como resultado del modelo económico neoliberal que, al reducir lo social al ámbito económico y utilitario-individual, resultó en promotor de la suficiente indiferencia social que, en consecuencia, junto a muchos otros factores, ha fomentado el desinterés en los individuos por las responsabilidades colectivas.

De este modo, los sujetos desarrollan sus vidas de una forma aislada, marcada por la desconfianza y miedo por su propio entorno. Es así como finalmente abandonan el espacio público y se refugian en lo privado, dificultando, aún mas, el desarrollo de los lazos de asociatividad necesarios, no sólo para la consecución de sus mismos propósitos individuales, sino también para la conservación del propio medio común que habitan, cuyas características constituirán facilitadores o limitadores del desarrollo de sus “proyectos” personales.

La identidad está relacionada siempre con la experiencia cotidiana, no es algo establecido, sino que se va construyendo a lo largo de la existencia del individuo, a través de la relación con otros hasta crear una definición colectiva de lo que se es.

Así, un sentimiento de pertenencia fuerte podría facilitar, por una parte, la identificación, y por otra, podría establecer mayores y mejores vínculos de lealtad entre las personas. En este sentido, es sabido que grupos que mantienen un mayor grado de participación social en los barrios poseen también fuertes sentimientos de pertenencia e identidad de lugar y de grupo, que los llevan a reconocer valores comunes que les representan a todos y que determinan las formas de ser y hacer en el barrio.

El sentimiento de pertenencia e identidad puede ayudar a construir vínculos más fuertes, y a gestionar con seguridad los distintos conflictos que surgen a partir de la interacción cotidiana entre los vecinos.

Sin embargo, al contrario, si los vínculos son débiles, abunda la dificultad para la generación de lazos y relaciones que faciliten la sociabilización positiva entre vecinos, que potencien la cohesión entre ellos. Así, los conflictos, derivados en gran parte por la constante individualización de cada uno de los miembros del grupo social, no encuentran solución, sólo culpabilidades, dada la carencia de la imprescindible integración social que contribuya a promover una fluida colaboración y coordinación entre iguales (vecinos) frente a los problemas que igualmente nos afectan.

En el futuro próximo, deberemos pensar en desarrollar formas de construir barrios más cargados de vida activa y solidaridad entre sus miembros, ya sea desde el fortalecimiento de las organizaciones sociales de base como de unas escuelas críticas promotoras de autonomía y conectadas con el medio social real sobre el cual existe y donde debiera desarrollar su acción.

Sin embargo, no podemos ignorar que mientras el ámbito de lo humano continúe absorbido por lo económico, que siempre busca transmutarlo todo en mercancía, será difícil que las políticas sociales que conciben la necesidad de habitar de las personas como una mera carencia de vivienda-objeto, como simple “escasez de alojamiento”, permitan la construcción humana del espacio, como medio complejo que necesita hacerse en la medida que transcurre la existencia de sus miembros.

Para esto, como podemos imaginar, la acción de individuos aislados no es suficiente. Es necesario revitalizar las viejas instituciones, cuya confianza en ellas sólo puede sobrevivir hoy con una concentrada y constante transfusión de decisiones definidas por la voluntad popular, y los valores sociales y culturales cimentados y compartidos desde las comunidades, para comenzar a crear las condiciones ambientales esenciales para la formación de identidad y sentido de pertenencia en las personas. Y promover políticas activas para el fortalecimiento de vínculos sociales fuertes, generadores de una cohesión social lo bastante sólida como para enfrentar la incertidumbre que aqueja cada uno de nuestros futuros.

Jonathan Muñoz Hidalgo
Profesor de Historia y sociólogo. Director del área investigación social de COARTCULRaíz del Biobío.