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Ilusiones y realidades constituyentes

Por: José Sanfuentes Palma | Publicado: 17.05.2022
Ilusiones y realidades constituyentes | AGENCIA UNO
Su sentido en la vida parece no ser el exitismo, tan esquivo como efímero, sino simplemente llevar una buena vida que posibilite la felicidad, como todo ser humano se merece. De eso creo que se trata el nuevo sentido común de la Constitución del 22.

Es paradojal ver ciertos debates públicos sobre la nueva Constitución, cuyo borrador se convertirá en la propuesta a plebiscitar el próximo 4 de septiembre. Fanáticos y críticos parecen vivir en un mundo ajeno a la realidad de las mayorías.

Hay quienes están ilusionados de creer que se está refundando el país y resolviendo todos los problemas que suponen se interponen en el camino a la felicidad, y blanden espadas castigadoras a quienes sus designios dejan en la indiferencia. Sobredimensionan su efímero poder. Como los “ultras” que ya se declaran oposición al Presidente Boric, porque éste no ha resuelto en estos 60 días los problemas que se arrastran por décadas. Para quienes cultivan esta ilusión maximalista, la decepción será la norma y obviamente volverán más enrabiados que antes a su rutina quejumbrosa.

Hay también quienes, temerosos frente al cambio, se refugian en la ilusión que las mayorías habrán de ver la luz, ante el espeluznante futuro que incuba la “Constitución del 22”. Suponen que el país les creerá que abandonarán el actual cerrojo constitucional vigente urdido por Jaime Guzmán. Es la misma ilusión del “oasis” que imaginaba Chile como referente mundial. No la vimos venir, se dijo con profundo desencanto cuando sucedió el derrumbe, del mismo modo que con la derrota del Rechazo, que se replicará –aunque más moderada– en el próximo plebiscito.

Una tercera ilusión es la de quienes han esperado que, en un país tensionado y polarizado como el que vivimos, el proceso constituyente produjera el milagro del abuenamiento en “la casa de todos”; que las divisiones y sentidos comunes contrapuestos, que han primado por más de medio siglo, simplemente desaparecieran en un impoluto aforo convencional, apareciendo de pronto en la conversación republicana la convergencia, el anhelado amor patriótico.

Estos meses que vienen más bien van a ser testigos que Chile aún no ha resuelto las condiciones básicas del entendimiento ciudadano, ratificando lo complejo que es llegar a una visión mínima de futuro compartido. Luego del plebiscito, desde el mismo 5 de septiembre, desde los nuevos sentidos comunes que emergen de la “Constitución del 22”, estaremos compelidos a poner manos a la obra en una ineludible responsabilidad: refundar, aquí sí aplica, un nuevo convivir civilizado basado en el aprecio, el respeto y la bienvenida diversidad, que fortalezca las libertades que gozamos y posibilite una prosperidad que no abandone a nadie a la vera del camino.

Nuevo sentido común

La fuerza de la nueva realidad que genere la Constitución del 22 será a la medida de su capacidad de convertirse en el nuevo sentido común de muy amplias mayorías nacionales.

Un nuevo sentido común acerca del Estado, ya no como subsidiario (es decir, “cada cual se rasca con sus propias uñas”), sino un Estado social y democrático de derechos, que garantiza solidariamente las condiciones básicas para la vida en libertad de todas y todos, y que promueve la ciudadanía y no el consumo como la argamasa de la convivencia.

Un nuevo sentido común en la política, donde mandan efectivamente las mayorías ya que, desechados los cerrojos supra mayoritarios, los cambios podrán suceder impulsadas por mayorías representativas o pidiendo el pronunciamiento popular con plebiscito ante los asuntos más relevantes.

Un nuevo sentido común socioeconómico hacia una prosperidad compartida, con los derechos sociales desmercantilizados y una real economía social de mercado libre de abusos y colusiones, que encamina al país al desarrollo de la mano de la modernización productiva, nueva equidad en las relaciones capital-trabajo y el respeto al medioambiente.

Un nuevo sentido común cultural que revaloriza todas las libertades individuales y resignifica el bien común como sentido país, y que asume con alegría y resolución los desafíos emergentes del poder paritario, del género y la diversidad, del reconocimiento a los pueblos originarios, de la protección del medioambiente, de una convivencia sin violencia, es decir, en el cuidado del otro/a y no en la beligerancia.

Joaquín, un chileno en la élite del deporte mundial, señala a menudo que está ahí, jugando con los mejores del planeta, porque se divierte, ama lo que hace; su juego no es contra otros sino su propia superación, de sus tropiezos no responsabiliza a nadie sino a sí mismo, y eso lo arroja a ser el mejor que pueda ser en la vida que ha elegido. Su sentido en la vida parece no ser el exitismo, tan esquivo como efímero, sino simplemente llevar una buena vida que posibilite la felicidad, como todo ser humano se merece. De eso creo que se trata el nuevo sentido común de la Constitución del 22.

José Sanfuentes Palma