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Opinión

A favor de Carlos Peña

Por: Juan Carlos Bertoglio | Publicado: 22.06.2022
A favor de Carlos Peña Carlos Peña |
Quienes critican a Peña no aceptan esta línea histórica e ininterrumpida de la filosofía, y preferirían una filosofía salpicada de lágrimas vitales, de sentimientos dramáticos y de escenas de dolor. A propósito de la columna de opinión «Contra Carlos Peña (o Del conocimiento rebajado a voz solemne)”, de René Quintanilla en EL DESCONCIERTO.

Recientemente, se ha criticado en la prensa, la actitud y el talante filosófico de Carlos Peña. Al parecer, sus columnas de opinión, bien conocidas por muchos lectores, y sus libros, no son del gusto, al menos, de un joven lector que concibe la filosofía de un modo sui generis.

Pero para darnos a entender con mayor claridad, hay que recordar, en obsequio del lector, que los filósofos distinguen entre filosofía teórica o teorética (ontología, metafísica, estética, etc.) y filosofía práctica (filosofía moral o ética, filosofía social y política, y filosofía del derecho). La primera tiene por centro de interés el mundo de las ideas y el complejo y extraordinario proceso del conocimiento. La segunda, tiene por objeto más bien las acciones que, como decía Aristóteles, ocurren en la vida. Caen dentro de esta esfera las reflexiones sobre lo que debemos hacer y hacemos como “animales racionales”, que desarrollamos nuestra vida en interacción con los demás seres humanos con los cuales trabamos todo tipo de acciones y relaciones: morales, afectivas, sociales, políticas, comerciales, jurídicas, etc. y, en general, prácticas. Casi todos los grandes pensadores de la humanidad, desde el comienzo mismo del meditar filosófico allá en la Grecia presocrática, han reflexionado sobre ambas dimensiones de la vida racional. Un ejemplo modélico puede ser el propio Aristóteles quien escribió un profundo tratado sobre el ser en cuanto ser, como decía él (La metafísica) y varios tratados sobre la moral y la política (Ética a Nicómaco, La Política, etc.). Según Kant, tres son las preguntas que debe responder el filósofo: qué debemos pensar, qué debemos creer y qué debemos hacer (esta es la filosofía práctica).

Peña, un hombre de sólida formación jurídica y filosófica, ha dedicado buena parte de sus escritos al tema político y moral. Y, además, ha incursionado directamente en nuestra política nacional y cotidiana. Ahora, ¿cómo lo ha hecho? Bueno, como se hace toda filosofía, aunque reconozco que hay excepciones. Lo ha hecho siguiendo la tradición filosófica de nuestro primer filósofo nacional, Jorge Millas, quien definió esta disciplina como el ejercicio del pensamiento racional en el límite. Es decir, un esfuerzo de la racionalidad por comprender y explicar el mundo en todas sus manifestaciones.

Se le ha objetado a Peña que su filosofía está desprovista de humanidad y sentimientos. Que su discurso es seco, abstracto y carente de empatía. Que al parecer no se conduele de las vicisitudes del lector y que no se interesa por la intimidad dolorida de éste. Puede ser. Nietzsche (y también Unamuno) fue un pensador atormentado por la vida y su propia existencia y su filosofía se ve desbordada por la pasión y los sentimientos, los que a su vez condicionan su modo de pensar y los problemas sobre los cuales reflexiona con gran profundidad y originalidad. Un modo de filosofar totalmente distinto al de Hegel, por ejemplo, el metafísico alemán más relevante de la modernidad.

Si se observa el decurso del pensamiento, se verá que no hay nada reprochable en el pensamiento metafísico y político de Hegel o de Kant, para nombrar a otro gran pensador moderno. Si la filosofía se envolviera en un manto lacrimoso y sentimental, fuera de no pasar de ser mala poesía, jamás habría iluminado el pensamiento y la acción científica y política de Occidente. Es gracias a su rigor, deslindado de las preferencias morales y de cada política militante, que ha logrado localizarse por encima del tiempo concreto de cada circunstancia histórica y vital. Cada vez que arrecia la política como acción (que no es lo mismo que la “política” como ciencia) o ideología, se levantan movimientos que propugnan un arte comprometido, una literatura comprometida y, cómo no, una filosofía comprometida. La filosofía, como el arte y la literatura, no deben firmar contratos de fidelidad con la praxis política.

Parafraseando a nuestro Presidente, no pueden ser partisanos, so pena de que abdiquen de su propia naturaleza y finalidad. Y para algo amenizar, también a nuestro refranero popular: “Con la cabeza fría, el corazón ardiente y su vientre corriente, llegó a viejo don Vicente…”.

En 1958, Bertrand Russell fue entrevistado por la BBC. Al final de la conversación, el periodista le solicitó un mensaje para el futuro, y respondió: “Me gustaría decir dos cosas, una intelectual y otra moral. Desde el punto de vista intelectual, me gustaría decirles que cuando estás estudiando cualquier materia o considerando cualquier filosofía, pregúntate solamente cuáles son los hechos y cuál es la verdad que esos hechos muestran. Nunca te dejes influenciar por lo que deseas, por lo que crees, o por lo que tú crees que traería más beneficios sociales. Toma en cuenta única y solamente los hechos. En cuanto a lo moral, es muy sencillo: debo decir que el amor es sabio y el odio es una tontería. En este mundo en que nos estamos interconectando más y más cercanamente, debemos aprender a tolerarnos los unos a los otros, tenemos que aprender a aguantar el hecho de que algunas personas dirán cosas que no nos gustarán. Sólo podemos vivir juntos de esa manera, y si queremos vivir juntos y no morir juntos, tenemos que aprender esa especie de caridad y tolerancia que es absolutamente vital para la continuación de vida en este planeta”.

Al parecer, quienes critican a Peña por su sello filosófico no aceptan esta línea histórica e ininterrumpida de la filosofía, y preferirían una filosofía salpicada de lágrimas vitales, de sentimientos dramáticos y de escenas de dolor. Eso se puede hacer, pero eso es otra cosa. Eso no es filosofía.

La filosofía, como la ciencia, debe ser objetiva y descomprometida absolutamente con las vicisitudes del filósofo o científico, porque lo que en definitiva queda, si es que algo queda, no son los sollozos del escritor, sino las ideas, teorías y doctrinas que actúan como modelos de interpretación y proyección de la realidad.

Peña no es ni quiere ser, según lo que le he leído, un novelista ni un poeta (que sería otro modo válido y valioso de abordar y comprometerse con la vida y la realidad), sino un hombre que piensa y que busca anclar el fundamento de su reflexión en la intersubjetividad humana, y no en la mera subjetividad sentimental falsamente auto fundante e incapaz de generar conocimiento. La pasión que perfecciona la acción, generalmente distrae la razón, por lo que, en mi opinión, Peña es el más lúcido e inteligente de los filósofos prácticos que yo conozca.

Juan Carlos Bertoglio
Médico. Director titular del Hospital Base Valdivia.