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Opinión

Arder en preguntas: a propósito de una no-invitación

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 25.06.2022
Arder en preguntas: a propósito de una no-invitación | Agencia Uno
¿Fue pertinente o tuvo protocolo el estallido social? ¿Obedeció a un tránsito histórico predeterminado el pacto de noviembre para votar si queríamos o no una nueva Constitución o fue fruto de la desesperación a la luz de una ciudadanía activadísima y enfervorizada?

En 1925 Antonin Artaud, en el texto El ombligo de los limbos, escribía: “Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”. Este verso, breve pero estremecedor, es lo que motiva esta columna.

Primero, porque considero que no es posible renunciar al “¿por qué?” de las cosas; abandonar el intento de explicación más allá de la causalidad y efectos evidentes; como si nuestros actos, fallidos o acertados al interior de un cierto tipo de racionalidad –en este caso el de la corrección la política–, estuvieran predestinados a ser juzgados desde antes de agenciarse en el mundo, en la realidad, en la esfera de lo real y lo social, castigando a lo inesperado, a aquello que invierte cualquier significante y desarticula toda partitura preconcebida.

En este sentido, un análisis político relativo a la inicial no-invitación a la ex Presidenta y Presidentes de la República a la entrega del nuevo documento constitucional –representantes de la Transición o de los famosos “30 años” (fenómeno resbaloso y polimorfo que exigiría un análisis mucho mayor y del que no podremos dar cuenta en esta columna), es decir de la Derecha y la Concertación que estuvieron casi simétricamente distribuyéndose el poder durante este periodo– imprime una urgencia, una que parece sencilla pero que al mismo tiempo puede ser entendida como subversiva respecto de la tradición o de aquello que llamamos, al final del día, “republicanismo”.

Esta urgencia es la de preguntarse por qué la mesa directiva de la Convención constituyente decidió, en un principio y sin ponderar los riesgos obvios que se corrían, no enviar tarjeta de invitación a la y los antiguos representantes de un periodo que, aunque tenso, denso y preñado de luces y sombras, fue y sigue siendo significativo para nuestra historia y sin el cual, probablemente, nada podría ser explicado por más que se intente apresuradamente negar su relevancia en el articulado del Chile postdictadura.

¿Fue una torpeza en términos de cálculo político? Sí. ¿Se demostró ingenuidad en el manejo de los protocolos que, aunque no declarados de manera formal, ciertamente debían ser considerados? Evidente. ¿Fue absurda –y hasta ridícula– la razón esgrimida en relación a que todo se debía a un tema de aforos? Claro. ¿Aletearon, tarde y sin coordinación, tratando de enmendar el error re-invitando, medio a la fuerza, a la ex Presidenta y Presidentes? Sin duda. Finalmente, ¿fue esta jugarreta, que parece amateur, de la directiva de la Convención, un impulso para el Rechazo ahí donde, de aquí en adelante, hasta la más mínima sílaba o mueca mal calculada puede cambiar la historia de un país entero o, en su defecto, mantenerlo dentro de la crisálida bastarda –con esta palabra me refiero a lo que no tiene soberanía popular– de una Constitución ilegítima? Por cierto.

Como vemos, todas estas preguntas se responden solas. Y es así porque se vertebran en un ecosistema político relativo a lo correcto, a lo que “debiera” hacerse por lógica institucional e, insisto, por tradición. Dicho de otro modo, la reacción de la clase política en general, y también de una parte importante de la sociedad civil, obedece a una manera típica de comprender el rol de las instituciones, en el que cualquier indicio de excepcionalidad es y será entendido como una traición a ese mismo republicanismo que desde siempre ha intentado cementar una única ruta histórica y repetirla ritualmente, hacerla rimar.

¿Tiene entonces alguna explicación esta no-invitación? ¿Puede estar correlacionada con algo mayor a sí misma y, así, tener su propia “razón de ser”, su racionalidad? ¿Es sólo un movimiento sin sentido o existe un “principio de razón suficiente” (Leibniz) que le daría causalidad a esta decisión políticamente incorrecta y fuera de toda formalidad institucional?

(Intento “arder en preguntas”, aunque Artaud se revuelque en su tumba por mi atrevimiento sinvergüenza de hacerlo jugar en canchas de potrero tan mundanas y sanchezcas).

No busco justificar una decisión que a todas luces fue un error en este preciso y singular momento de un proceso que está completamente tonificado por un contexto electoral y en el que se juega, digámoslo derechamente, todo. Sin embargo, dentro de un ejercicio necesariamente crítico de vuelta de tuercas y que exige mirar desde el otro lado del espejo y reflejarse, así, en la incorrección escandalosa de una historia no asumida por la tradición, la decisión de no invitar a los representantes de los viejos partidos del orden sí tiene sentido.

Y lo tiene porque, siendo un gesto equívoco en la señalética impuesta propia del republicanismo típico, se emparenta con lo que ha venido pasando desde el 18 de octubre de 2019.

¿Fue pertinente o tuvo protocolo el estallido social? ¿Obedeció a un tránsito histórico predeterminado el pacto de noviembre para votar si queríamos o no una nueva Constitución o fue fruto de la desesperación a la luz de una ciudadanía activadísima y enfervorizada?

¿Fue leal a la tradición el momento en que, durante la ceremonia para elegir a la presidenta de la Convención, la palabra “libertad” irrumpió desarticulando el coro del himno nacional? ¿No deconstruyó (me hago cargo del peso enorme de esta palabra) a la ritualidad republicana, y a la democracia misma, el hecho de que Elisa Loncon después de ser electa presidenta comenzara hablando en mapudungun? ¿No desactivó, con este acto de habla, más de 200 años de partitura oligárquica trayendo a escena, con la belleza de su performance, la justa reivindicación de los pueblos originarios y de todos los sectores de la sociedad chilena que desde siempre habían sido postergados y, por qué no decirlo, sometidos, usurpados o brutalmente discriminados? ¿No rompe –en su momento, porque la cosa ha venido cambiando de manera evidente– la elección de Gabriel Boric con más de 30 años de historia en donde el poder, en su versión concertacionista o de derecha? ¿No hizo sino profundizar un modelo que nos enajenó y alienó apartándonos de lo común o de cualquier idea cercana a la solidaridad, de una sociedad de derechos?

Insisto: hay que “arder en preguntas” para intentar dar con algún sentido, aunque Artaud arda igualmente de furia en su sepultura del cementerio Saint-Pierre de Marsella por mi atrevimiento al límite de lo imperdonable.

En esta nueva región inexplorada de lo imponderable, la no-invitación a las antiguas autoridades no parece responder a una excepcionalidad o bien, y aunque sea contradictorio, se hace parte de un sistemático ordenamiento de excepcionalidades que han hecho de este tramo histórico un acontecimiento sin tradición y, por lo mismo, contracultural.

En el otro mundo, el de la corrección política, esto es y será un error que no es ni siquiera de cálculo sino de parvulario y que quedará para la historia. Yo, particularmente y me confieso, hubiera invitado a la ex Presidenta y Presidentes por el simple hecho de que es lo que indica la sensatez del momento político.

Pero no se trata de lo que yo crea. Más allá de mi posición, por sobre lo que se determine como correcto o incorrecto, siempre será importante intentar comprender de otro modo, arriesgando hipótesis sin soporte alguno.

Se piensa mientras se escribe y en sí mismo el acto de escribir debiera apuntar a desmoralizar el ícono del canon tanto como se pueda; tanto como sea posible dadas nuestras limitaciones obvias. No creo, por lo señalado, que sea aconsejable habitar siempre en el páramo desolador de la interpretación totalizante y que desactiva toda respuesta, toda resistencia.

Me quedo, al final, con esta frase de Roland Barthes (en su texto de Variaciones de la escritura) y que no es otra cosa que todo lo que siento y pienso: “Se escribe para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista (…) como lo es el texto mismo».

Todo a propósito de una invitación que no se hizo y a un asunto de aforo.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.