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Opinión

Octubre, el sustantivo y la historia

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 08.08.2022
Octubre, el sustantivo y la historia | Foto de Susana
Octubre es el «Octubre chileno» y el significante va de suyo: estallido social, revuelta callejera, alzamiento popular, reacción a la cultura de los abusos, ciudadanización de la política, en fin. Lo mismo pasa, como un ejemplo entre tantos, cuando hablamos de mayo en Francia; el mayo francés es “Mayo del 68”, no hay más.

Según la RAE la palabra sustantivo es “lo que tiene existencia real, independiente, individual”.

Es tanto lo que se ha escrito y dicho sobre el 18 de octubre chileno de 2019 que, columnas más columnas menos, libros más libros menos, pareciera no haber algo –o nada– nuevo que aportar. Sin embargo, no se dejará de escribir y sobre-escribir en relación a este mes que, es lo que pretendo brevemente mostrar, se sustantivizó.

Se trataría de “Octubre”, así con mayúscula, en nombre propio y sin necesidad inmediata de predicado. Es y será una suerte de efeméride fija que, dígase, divide a la historia chilena consolidándose como uno de los hitos más impactantes que hemos vivido y, sin duda, como el más importante de este siglo. Cuando se hable de octubre en este país ya sabemos a qué octubre nos estamos refiriendo. Octubre es el Octubre chileno y el significante va de suyo: estallido social, revuelta callejera, alzamiento popular, reacción a la cultura de los abusos, ciudadanización de la política, en fin. Lo mismo pasa, como un ejemplo entre tantos, cuando hablamos de mayo en Francia; el mayo francés es “Mayo del 68”, no hay más.

Esto no tiene que ver, en absoluto, con estar o no estar de acuerdo con lo que implicó, cultural y políticamente, este acontecimiento que irrumpió desajustándolo todo, haciendo des-coincidir –“des-coincidencia”: hermosa palabra del filósofo François Jullien– a la imperturbable normalidad neoliberal consigo misma; no, no tiene nada que ver. Simplemente se trata aquí de una constatación.

Por verlo desde el otro lado, pero en la misma línea, igual ocurre con “el 73” en nuestro país. 73 es un número, un guarismo, nada más. Pero ya sabemos que en Chile es, por mucho, más que una cifra. Cuando nos referimos al 73, asumimos todas y todos que se trata del Golpe de Estado de 1973. Aquí el significante, también, es uno e inmediato y no hay vuelta: enajenación militar, muerte, tortura, persecución, neoliberalismo y barbarie. Toda prédica lateral será negacionismo.

Cuando un hecho se transforma en sustantivo, cuando crea y recrea de manera sistemática un imaginario que se extiende y reproduce, entonces ese acontecimiento alcanza el título de histórico y no es posible sacudírselo nunca más de ahí en más: se sedimenta. El predicado es aquello que secundará al sustantivo o no, abriéndose a la indeterminación, pero con un origen determinado, fechado y acoplado a lo que sea que pueda ocurrir. En este sentido, el acontecimiento –que es en principio síntoma– pasa por una suerte de proceso alquímico que será malamente mensurable, pero que, no obstante, se desplegará atravesando la historia como flujo incesante, latente o manifiesto, pero, y es lo cierto, adherido al esqueleto que vertebra el relato de un país, de una sociedad, de un pueblo entero.

Alguna vez Oscar Wilde escribió que “nuestro único deber con la historia es reescribirla”. La frase, creo, es más compleja y enigmática de lo que parece. Pienso que lo que nos quiere decir el gran escritor irlandés es algo que, es probable, muchos y muchas ya han dicho, pero en un sentido más intenso (quizás con esa intensidad que sólo logra la literatura cuando va más allá de sí misma –no podría ser de otra forma, por cierto).

Si la historia ha sido, sigue siendo y será, esto ocurre precisamente para ser alterado, y quizás por completo. El flujo, la cadena de transmisión en el cual la historia misma encuentra su trama, tiene que ver con esta mutación constante. Y esto es lo poderoso a mi juicio en la frase de Wilde: le da un de destino a la historia, indeterminado, pero destino al fin (“destinerrancia”, dirá Jacques Derrida en una sola y conmovedora palabra que mezcla destino y errancia) y este sería, justo, el de ser reescrita.

Así, Octubre reescribe la historia, mas no sólo la historia que vendrá, sino la que ya ocurrió y la que está ocurriendo en este único y singular momento. Entonces la historia es justamente lo que está dejando de ser; y esto en un arrebato desequilibrado que nos enrostra nuestra incapacidad para detener el torrente que, desde el sustantivo Octubre, se rebalsó independiente que el predicado tome la forma que tome; aunque éste no se emparente ni con lo que podamos entender por justicia ni se alcance la encarnación de nuestras utopías.

Lo importante (y sin nunca dejar de dar la justa batalla por un Apruebo que es tan imperativo como moral, tan lleno de coherencia como de porvenir) es constatar que gane la opción que gane, Octubre ya operó como turbina, como generador de alta potencia en la historia y nada podrá frenar sus alcances.

Parafraseando a Walter Benjamin, la revolución no ocurre en la historia sino a la historia. Pues bien, Octubre, el sustantivo, no impactó en la historia de Chile sino a su historia, desajustándolo todo y dando lugar al movimiento de placas cuya profundidad, insisto, es inconmensurable.

Un sustantivo histórico siempre dará paso a otro activando en espiral infinito el pulso de la historia. Octubre ya produjo ese desplazamiento porque, y por traer a Dante a la escena, “no hay manera en que pueda separarse el calor del fuego o la belleza de lo eterno”.

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.