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“Aquí no se mata a los animales”

Por: Ignacio Moya Arriagada | Publicado: 17.09.2022
“Aquí no se mata a los animales” | Agencia Uno
Por eso tantos se oponen al uso de animales en circos y, ahora que estamos en Fiestas Patrias, al rodeo. La tauromaquia, peleas de gallos y carreras de galgos también son actividades que no parecen justificar el sufrimiento que se les causa a los animales. Por eso la tan desafortunada frase del ministro de Agricultura: porque el tema no es si los animales mueren o no. El tema es que sufren innecesariamente y eso no tiene justificación.

La desafortunada frase pronunciada por el ministro de Agricultura, Esteban Valenzuela, hace pocos días, y que es el título de esta columna, nos presenta una excelente oportunidad para hacer más pedagogía sobre la relación que los seres humanos tenemos con los animales.

La filosofía tiene mucho que decir sobre esto. Y no sólo tiene mucho que decir, sino que lo que dice es contundente y decidor. Negarle subjetividad, vida interior y sintiencia a los animales es lo mismo que negarles subjetividad a otros humanos. Es una forma de solipsismo y, como tal, aunque no tiene refutación definitiva, es una posición que pocos tomamos en serio. Tomar el solipsismo como poco serio no es antojadizo –existen una serie de herramientas filosóficas a nuestra disposición que nos permiten reducir esta posición al absurdo (no viene al caso discutirlas ahora) y eso es suficiente para descartarlo.

Negarles subjetividad a los animales es, entonces, absurdo. Su sintiencia es un dato. Y como dato que es, no es muy interesante en sí mismo. Lo realmente interesante es qué hacemos con ese dato, cómo nos aproximamos a él. Afortunadamente hay un número cada vez mayor de personas que hoy entiende que un animal no es un objeto y que como tal se merece algún grado de consideración. Pero cuánta consideración le debemos a esos seres es donde se encuentra el debate. Aunque entendemos y aceptamos que los animales no son objetos, en términos prácticos muchos siguen tratándolos como objetos.

El filósofo estadounidense Tom Regan tiene un excelente ejemplo para demostrar cómo seguimos percibiendo a los animales como objetos a pesar de decir que no lo son. Supongamos que usted pasa a llevar el espejo lateral del auto de su vecino. ¿A quién le hemos hecho un daño? ¿A quién le debemos pedir las disculpas del caso? Al espejo ciertamente no. El espejo es un objeto. Por eso nos excusamos con el dueño del espejo. Ahora supongamos que pasamos a llevar a un perro y le causamos dolor. Surgen las mismas preguntas: ¿a quién le hemos hecho daño?, ¿a quién le debemos las disculpas? Si nuestro primer impulso es decir que le hemos hecho un daño al perro, me parece que estamos en lo correcto. Pero entonces ¿por qué le pedimos disculpas al “dueño” del perro y no al perro? La razón tiene que ver, probablemente, con que en el fondo seguimos pensando que el perro es un objeto que le pertenece a un humano y que por lo tanto le debemos las disculpas al humano.

Si nos tomamos en serio la idea de que los animales son sujetos de vida, entonces tenemos que considerar qué clase de obligaciones se desprenden de esta premisa. Algunos pensamos que lo que se sigue es que, por ejemplo, no podemos causarles daño y debemos respetar sus intereses. Pero es aquí donde empiezan los mayores desacuerdos.

Por un lado, la gran mayoría de las personas cree que está mal causarles dolor y sufrimiento a los animales por diversión. Por eso tantos se oponen a su uso en circos y, ahora que estamos en Fiestas Patrias, al rodeo. La tauromaquia, peleas de gallos y carreras de galgos también son actividades que no parecen justificar el sufrimiento que se les causa a los animales. Por eso la tan desafortunada frase del ministro Esteban Valenzuela: porque el tema no es si los animales mueren o no. El tema es que sufren innecesariamente y eso no tiene justificación.

Aunque esta conclusión parece deseable, es problemática. Al sostener que existen sufrimientos que no se justifican, estamos reconociendo implícitamente que hay otros sufrimientos que sí se justifican. En otras palabras: algunos males que le causamos a los animales están mal. Otros males que les causamos están bien. Y esta posición nos trae una serie de complicaciones adicionales.

La más importante de estas complicaciones es aquella que nos obliga a sostener que el sufrimiento que se les causa a los animales en la industria alimentaria está justificado en virtud de que necesitamos alimentarnos con ellos. Este punto es importante: no decimos que “queremos” alimentarnos con ellos. Decimos que “necesitamos” hacerlo. Lo cierto es que no podría ser de otra forma porque aceptar que torturamos animales porque “queremos” comerlos es aceptar que nuestro compás ético anda muy mal. Es más fácil decir que usar animales es una “necesidad” porque de esa forma nuestra conciencia queda más tranquila. Después de todo, si es realmente una necesidad, nada podemos hacer al respecto.

Este no es lugar para rebatir esta supuesta necesidad. Hacerlo requiere más tiempo y espacio. Tampoco es el lugar para rebatir ideas como que a los animales en la industria alimentaria se les puede seguir usando siempre y cuando los usemos bajo condiciones “humanitarias”. Por ahora es suficiente decir que no existe ningún buen argumento que justifique el consumo o el uso de animales para nuestros propios fines, aunque los usemos “humanitariamente”. Esto se debe a que un sujeto sintiente nunca está a disposición de otro sujeto para ser utilizado, aunque esa utilización sea de forma compasiva.

Nuestra relación con los animales es muy compleja y la discusión está entremezclada con preguntas y temáticas que dicen relación con nuestra identidad personal e identidad grupal/cultural.

Nuestra relación con los animales involucra, además, cuestiones de poder, dominación, discriminación, privilegio, justicia, racismo (como tan bien han argumentado las hermanas Ko) e incluso feminismo (existe una amplia literatura en torno a la conexión entre feminismo y especismo). Es decir, este no es un tema al que se le pueda hacer justicia en una columna. Pero si alguien se anima a pensar más sobre estos temas, algo de justicia se habrá hecho.

Ignacio Moya Arriagada
PhD. (c) en Filosofía.