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Rosa Araneda y el habla popular de Chile

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 19.09.2022
Rosa Araneda y el habla popular de Chile | La Lira Popular
Rosa Araneda enseña la historia oculta de Chile. Revela la historia secreta del país, no sólo la de los prohombres de gabán y carruaje. Manifiesta la sabiduría popular del siglo XIX. La ciudad letrada, con sus seres olímpicos, es un mundo imponente, pero sin sabiduría.

Al fin precioso jazmín / No mirando el padecer / Yo te tengo que querer / Sin olvidarte hasta el fin [Rosa Araneda, Dos amores puestos en una balanza]

En el siglo XIX la lengua oficial del país quedó expuesta en múltiples textos desde el Acta de Independencia de 1818 hasta la Historia General de Chile de Diego Barros Arana, comenzada en 1884 y terminada en 1902. Entremedio, el Código Civil de Andrés Bello (de 1856) y el Acta de Deposición de Balmaceda (en 1891).

Mientras tanto, el habla popular chilena circuló por su cuenta en las calles, callejuelas y fondas del país. Una de las expresiones singulares de esa habla fue la obra poética de Rosa Araneda, una mujer nacida hacia 1850 que supo transmitir el lenguaje animado de la vida mestiza de Chile en la segunda mitad de su siglo. Gracias a ella reconocemos los sentimientos de una cultura vivida fuera de los parámetros de la ciudad letrada.

En su Contrapunto de dos razones entre un guardián y un huaso, Rosa Araneda hace visible la diferencia entre la nobleza del habla campesina y el habla atropellada de la policía. De una parte, el lenguaje tradicional del campo y, de otra, la voz del poder establecido. Dos razones que no se entienden ni pueden comunicarse. El policía identifica al huaso con los bandoleros rurales, y decide apresarlo: “Huaso: Mira paco porotero / ¿por qué a mí me llevas preso? / Guardián: Por torpe, canalla y leso, / por flojo, vago y ratero. / Huaso: Yo soy noble y caballero, / fíjate bien policial, / Guardián: Pareces municipal, / de los cerrillos de Teno. / Huaso: Sea usted un poco más bueno, / Y no me esté haciendo mal” (Micaela Navarrete, Aunque no soy literaria. Rosa Araneda en la poesía popular del siglo XIX, 1998).

Lejos de forjar una sociedad civilizada y progresista, el orden liberal hizo de Chile un caos atestado de injusticias entre una élite abusadora y un pueblo burlado y castigado. “Si un rico roba un millón / y asesina dos o tres, / lo primero que hace el juez / es conseguirle el perdón. / Todo el que nace con don / jamás comete un delito” (“En el proceso de Vergara. La desigualdad de las leyes entre el pobre y el rico”, en: Aunque no soy literaria…). El pueblo se convierte en una masa sometida a la fuerza al arbitrio de los ricos: “Aguanta, pueblo, la vela / Que te está metiendo el rico / No abras jamás el hocico / Ni por mucho que te duela. / […] / Para mañana otra cala / De a metro te han de meter / Y tú no has de comprender / Más que te veas en la mala: / Ninguna cosa te iguala / Según lo digo y lo indico: / El pobre, cuando es borrico / Ignorante y chapetón / Resiste el grueso velón / Que te está metiendo el rico” (“El aguante y el sufrimiento del pueblo”, id.).

En Chile la vergüenza se perdió, sostiene Rosa Araneda (en la segunda mitad del siglo XIX). La delincuencia invade el país y la justicia estatal no sirve de gran cosa. Carece de ciencia: “Hay que ir tomando experiencia / Les compruebo en mis anales: / Ley hay en los tribunales / Pero sin rastro de ciencia. / […] / Perdonándome el vocablo / Les diré con ligereza: / Por causa de la pobreza / La gente está hecha el diablo” (“La vergüenza perdida”, id.). Los victoriosos de 1891 prefieren echarle la culpa de los males al derrocado presidente José Manuel Balmaceda. Dice Rosa Araneda sobre ello: “Hoy día ya no hay vergüenza / La vergüenza se perdió / No digan que Balmaceda / Ha sido el que la mató. / […] / Por si algo atrás se me queda / Y no doy bien las señales / La causa de tantos males / No digan que es Balmaceda” (“La vergüenza perdida. Dos guardianes muertos en Llay-Llay por unos bandidos y el crimen del Salto”, id.).

El almirante Jorge Montt, sucesor armado de Balmaceda, no tiene idea de gobernar en favor del pueblo común. No es autoridad respetable para quienes habitan el país: “Usted, porque está en la buena / Y gana doble salario / Tiene al pobre operario / Como con una cadena. / Todos los pueblos de pena / Claman con justa razón / Yo, en la misma opinión / Lo digo, y es natural / Se está portando mal / ¿Por qué causa, señor Montt? / […] / Y los hombres de gabán / Nacidos de buen linaje / Se pasean en carruaje / Y os diré, aunque horripile / No protege a nuestro Chile / Siendo usted gran personaje” (“Reclamo de los obreros y gañanes y del centro comercial al Presidente para que haga subir el cambio”, id.).

Rosa Araneda enseña la historia oculta de Chile. Revela la historia secreta del país, no sólo la de los prohombres de gabán y carruaje. Manifiesta la sabiduría popular del siglo XIX. La ciudad letrada, con sus seres olímpicos, es un mundo imponente, pero sin sabiduría: “Por último descendieron / Del olímpico los dioses / Con muy inhumanas voces / Su tarea concluyeron. / Ya la sentencia la dieron / ¡Ay! Jesús, ¡Virgen María! / Con la mayor sangre fría / Según lo que se malicia / Digo que en Chile hay justicia / Pero sin sabiduría” (“Ocho reos condenados a muerte por la tercera sala de Apelación de la Corte de Santiago”, id.).

Con todo, al final de cuentas, Rosa Araneda enseña con su sabiduría ancestral que no hay que echarse a morir. La vida siempre renace, y la esperanza vuelve a anidar en el corazón del pueblo: “Gloria al año que entró / Tan alegre y divertido / Echen todos en olvido / Al otro que se acabó. / […] / Ya que el día se llegó / Trayéndoles la victoria / Borremos de la memoria / Al otro que se acabó. / Al fin, pues, los amadores / Que vivan en mi país / En este año feliz / Búsquense nuevos amores” (“Saludo al año nuevo”, id.).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.