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Opinión

La afirmación de octubre y la negación de septiembre

Por: Adolfo Estrella | Publicado: 24.09.2022
La afirmación de octubre y la negación de septiembre Opinion_25_sept_ed_domingo |
En octubre se expresó más la rebeldía progresista y en septiembre más la rebeldía conservadora. Estas son las “ambivalencias de la multitud”, como dice Paolo Virno: “la multitud está caracterizada por una fundamental oscilación entre la innovación y la negatividad”. Octubre fue afirmativo y creativo. Septiembre fue negador y clausurador.

Analizar las derrotas es bueno para el espíritu, siempre y cuando se llegue hasta el final y no se concluya con la “esperanza” de que todo irá mejor en el futuro cuando de verdad se hagan bien las cosas, luego de haber aprendido de las experiencias. La política es el reino de los proyectos, decisiones y riesgos, no de las esperanzas.

La perplejidad de los actores políticos que, con menor o mayor convicción apoyaron el “Apruebo”, es la misma que se sintió, por ejemplo, durante el segundo gobierno de Michelle Bachelet cuando se hizo evidente que las “reformas” no contaban con el apoyo de aquellos que se suponía debían apoyarlos, es decir, el “pueblo” de Chile. Para este pueblo la salud pública remitía a consultorios sucios y colapsados y la educación “pública y de calidad” conducía a la imagen de colegios y liceos “llenos de flaites” y/o pobres. Y los pobres, ya sabemos, son seres “despreciables” porque no trabajan y reciben las ayudas del Estado que la “esforzada” clase media no recibe. Los “emergentes” querían huir de esos lugares “comprando desigualdad”, aspirando a las isapres, a los colegios particulares subvencionados y a otros signos de ascenso social. Las reformas, por el contrario, los devolvían al mundo del cual huían con desesperación. Unos años después la historia se repite: el “pueblo” traiciona las buenas intenciones de los que creían saber lo que el pueblo quería.

El sociólogo Manuel Canales afirma que no hay derrota en octubre, sino que es el mismo pueblo que en septiembre se rebeló contra una élite socioeconómica y ahora contra la élite ilustrada, concretada particularmente en los convencionales. Canales dice que “se valida la idea de que estamos en el tiempo de la pregunta de octubre”. En mi opinión, octubre no fue una pregunta. Octubre fue una rotunda afirmación colectiva, borrosamente utópica que, vista ahora con perspectiva, fue también una ilusión grupal, como la contenida en todas las explosiones colectivas. Y fue una afirmación negada y derrotada sin contemplaciones en septiembre.

Pero esta vez la derrota no vino sólo desde el exterior del “campo popular”, como se decía antaño, cuando los amigos y los enemigos estaban claros, sino también desde su propio interior y esto es muy grave, al punto que ahora “ya no sabemos quiénes somos nosotros ni si somos de los nuestros”, como alguien afirmó. De aquí se deriva para los perdedores este paisaje desolado, desconfiado y perplejo, después de la batalla, que contrasta con la explosiva e ilusionante “nosotridad” de octubre. No cabe duda que hay un desgaste, un daño psicosocial y una impotencia que ha llevado a muchos a “irse para la casa”, perplejos, tristes o malhumorados. O todo a la vez.

La actual restauración conservadora “desde arriba” quiere cerrar cualquier vinculación de un nuevo proceso constituyente con octubre, quiere olvidarlo, como se trata de olvidar una pesadilla. Quiere establecer una continuidad jurídica y no sociopolítica; es decir, sin la mediación de la soberanía popular. Recordemos que, para muchos, octubre fue, al mismo tiempo, un error y un horror.

Insistimos, octubre no fue una pregunta. Las preguntas, en plural, vienen ahora. Y hay una de fondo: ¿lo que fue derrotado en septiembre fue la “explosión” de octubre de 2019, espontánea y “desde abajo” o el proceso constituyente, programado y “desde arriba”, vástago legítimo y reconocido del llamado “Acuerdo por la Paz”? ¿O ambos? ¿Y cuál octubre? Separar las calles y asambleas de octubre del proceso constituyente inmediatamente posterior es imprescindible como esfuerzo analítico.

Sostenemos que septiembre contenía, grosso modo, dos “posiciones de discurso” principales, expresadas como dos tipos de rebeldías distintas y contrarias entre sí, pero conviviendo entrelazadas e indistinguibles bajo el mismo “Chile despertó”: una rebeldía progresista y altruista y otra rebeldía conservadora y egoísta. Una universalista y otra particularista.

En octubre se expresó más la rebeldía progresista y en septiembre más la rebeldía conservadora. Estas son las “ambivalencias de la multitud”, como dice Paolo Virno: “la multitud está caracterizada por una fundamental oscilación entre la innovación y la negatividad”. Octubre fue afirmativo y creativo. Septiembre fue negador y clausurador.

La rebeldía progresista clama contra las injusticias y las desigualdades de todos: es una posición universalista e igualitarista. Busca modificar el sistema de posiciones jerarquizado y piramidal que determina que haya siempre unos pocos arriba y muchos abajo. Quiere “achatar” la pirámide de las desigualdades. Es, en sentido lato, socialista y comunitarista. Por el contrario, la rebeldía conservadora clama contra las desigualdades y las injusticias, pero desde una posición particularista. No grita contra una desigualdad universal, sino contra la desigualdad que “no me permite a mí” avanzar en la escala social. No cuestiona el sistema de posiciones jerarquizado y piramidal. Quiere que se cumplan las promesas de la llamada “igualdad de oportunidades” que afirma que todos podemos llegar a ser gerentes/gerentas o presidentes/presidentas. Por eso, en sentido lato, es conservadora e individualista, pero contiene también una buena dosis de peligroso populismo e incluso neofascismo a la espera del liderazgo redentor.

Proponemos aquí cinco condicionantes estructurales para ayudar a entender “lo que pasó”. Estas son:

a) Pandemia y debilidad destituyente. El proceso constituyente iniciado el 15 de noviembre (de 2019) “desde arriba” careció de una base destituyente potente y “desde abajo” que debilitara el poder constituido y permitiera a la Convención, en tanto poder soberano, realizar su trabajo sin las interferencias y acosos inmisericordes que sufrió. Por el contrario, el poder constituyente de la Convención fue siempre frágil y asimétrico en relación a la fuerza de los poderes políticos, económicos y mediáticos que lo definieron como un objeto a abatir sin compasión. La Convención, a pesar de su fuerte legitimidad basada en los votos de los ciudadanos, emerge en un paisaje institucional hostil, en un contexto de pandemia, temeroso y a la defensiva, pero todavía con mucha fortaleza y que, en realidad, nunca fue afectado de verdad por la impugnación de octubre. Nunca octubre amenazó con tomar el Palacio de Invierno. Nunca las multitudes se desplazaron desde la Plaza de la Dignidad hacia La Moneda.

El periodo destituyente, necesario para sostener cualquier dinámica constituyente, fue muy breve y faltó la ampliación física y temporal de la conversación colectiva que allí se inauguró. Faltó tiempo y oportunidad para que los particularismos identitarios pasaran desde el momento expresivo a la construcción de comunes. Sin estos diálogos, controversias y disputas previas, la energía de octubre llegó “en bruto”, con una débil pre-codificación a la Convención. Llegó como un agregado de diferencias y no como intersección de identidades y demandas comunes. Salvo excepciones, la mayoría de los convencionales no fueron traductores de demandas sociales nacidas en los espacios de confrontación “de base”, sino que ellos mismos fueron enunciadores de demandas propias y minoritarias que antecedían a octubre.

b) Parlamentarización y espectacularización de la Convención Constitucional. Desde el comienzo a la Convención se le inyectó el mapa partidario e ideológico anterior a octubre. Los partidos políticos deslegitimados y carentes de proyectos, no cejaron en su defensa corporativa tratando de resistir el vendaval. La práctica de grupos y “lotes” dentro de la Convención fue el mismo de siempre: conciliábulos, presiones exteriores, traiciones, deslealtades y egolatrías de todo tipo. El poder constituido fue exitoso en traspasar sus estilos, prácticas y miserias al poder constituyente, incluyendo a los mismos “independientes” que se suponía que venían a presentar otra ética y otra conducta. Por su parte, el poder mediático encontró un filón para continuar haciendo lo mismo de siempre en relación a la política: tratarla como espectáculo y farándula y generar la confusión entre el comportamiento de los convencionales y la calidad de la norma constitucional. A esto contribuyeron, sin duda, tanto las torpezas como los personalismos y los ombliguismos de algunos convencionales que regalaron carnada para el espectáculo mediático.

c) Ataque implacable a la soberanía popular. La Convención fue “bombardeada” informacionalmente por aire, mar y tierra, y se usaron todos los recursos mediáticos y digitales disponibles, fueran estos lícitos o ilícitos. Ningún recurso se escatimó para arrasar con una anomalía, un ruido, en el mapa político nacional que venía a alterar casi 50 años de normalidad institucional definida por la Constitución de la dictadura. Otra vez, se atacó a la democracia en nombre de la democracia, siguiendo una lógica de tierra arrasada ya conocida, contra el mayor órgano del poder constituyente y de la soberanía popular conocido nunca por estos lares.

d) Legitimación social del voto de Rechazo por parte de los “amarillos” y otros conversos. La aparición, desde el interior del espacio progresista, de un segmento de rechazadores significó un aporte de votos quizás exiguo, pero que fue una gran ayuda para transformar el voto Rechazo de un anatema a una opción razonable. Su triunfo fue más ideológico que eleccionario. Abrieron el espacio de lo “decible”, es decir, manifestarse a favor del Rechazo ya no era una exclusividad de dinosaurios neofascistas de ojos azules.

e) Dimensiones y variables externas al proceso constituyente chileno: la captación autoritaria. Las revueltas en todo el mundo contienen un potencial de rebeldía que también puede ser absorbida por las derechas. O directamente: “La rebeldía se ha vuelto de derechas”, afirma Pablo Stefanoni; “estamos ante derechas que disputan a las izquierdas la capacidad de indignarse frente a la realidad y de proponer vías para transformarlas”. Las nuevas derechas, con su arsenal de lenguaje sin eufemismos, fake news y cinismo, llenan los vacíos dejados por las izquierdas que se han convertido en políticamente correctas, aburridas, impositivas y castigadoras. Por eso muchas de las normas de texto constitucional fueron interpretadas como imposiciones de deberes más que como expresión de derechos, más como garantía de privilegios particulares que como defensa de comunes. La rebeldía y la utopía, esencia de las izquierdas, viven sus peores momentos: “una izquierda que se quedó sin imágenes de futuro para ofrecer, en parte porque el propio futuro está crisis, excepto si se lo piensa como distopía”.

Adolfo Estrella
Sociólogo.