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Opinión

¿Bitcoin vale el consumo?

Por: Pedro Solimano | Publicado: 03.10.2022
¿Bitcoin vale el consumo? | Shutterstock / Maximillian cabinet
Estoy de acuerdo con analizar las distintas tecnologías que utilizamos y de donde proviene la mezcla energética que se utiliza para su funcionamiento. Es una discusión válida, y comparto la preocupación por la crisis climática que vive el planeta. Sin embargo, pediría el mismo nivel de escrutinio que se le da a Bitcoin para otras industrias del mundo.

Se enciende nuevamente el debate en torno al consumo energético de Bitcoin. Mientras que algunos debemos salir a defender el protocolo y los méritos de un sistema monetario neutro, miramos con frustración la falta de escrutinio de sus críticos con respecto a otras industrias que consumen la misma cantidad de energía, muchas veces con fuentes más sucias y contaminantes.

Escribo esta columna a raíz de un artículo publicado en El Desconcierto el 29 de septiembre pasado (https://www.eldesconcierto.cl/tendencias/2022/09/29/el-costo-medioambiental-del-bitcoin-es-similar-al-de-la-produccion-de-carne.html), criticando a Bitcoin por “usar la misma cantidad de energía que la producción de la carne”. Tras una mirada al informe en que se basó esta noticia, existen errores tanto conceptuales como metodológicos, y se ignoran algunos puntos importantes.

El debate en torno al consumo energético de Bitcoin es complejo y tiene matices. En el centro de la discusión vive la justificación de que consuma energía que revisaremos más abajo. Esta conversación se debe centrar en cuál es el valor de un sistema monetario como Bitcoin y si justificamos que acceda a un porcentaje de la producción energética mundial.

Vale la pena explicar que los críticos de Bitcoin padecen de lo que llamamos privilegio financiero: viven en democracias liberales, con derechos de propiedad bien establecidos, instituciones que resguardan el Estado de Derecho, acceso a una alta gama de servicios financieros y una moneda relativamente estable. Lamentablemente, el 87% de la población no puede decir lo mismo.

Hoy, de acuerdo a la Human Rights Foundation, más de dos mil millones de personas viven bajo una tasa inflacionaria de más de dos dígitos. Más de mil millones de personas no tienen cómo demostrar su identidad, por lo que no pueden acceder a los servicios más básicos que ofrece la banca; y más de tres mil millones de personas viven bajo gobiernos autoritarios que utilizan el dinero como arma contra su población. Bitcoin otorga una salida a estos problemas.

Bitcoin permite que cualquier persona en cualquier lugar del mundo, con una conexión a internet, pueda entrar a participar en una red monetaria descentralizada con reglas claras y justas para todos. Bitcoin no es controlado por nadie y su red usa técnicas de criptografía, rama de la matemática que usa códigos computacionales para mantener protegidos los datos que se transmiten por internet. Su libro de cuentas (llamado blockchain, donde se registran todas las transacciones de la red) es inmutable y de conocimiento público. La red no censura ni discrimina y permite que personas guarden valor en una moneda escasa y difícil de confiscar. Es la última evolución natural del dinero.

Uno de los grandes problemas que existen en torno al dinero hoy es cómo se emiten y distribuyen nuevas unidades monetarias. El sistema financiero tradicional lo hace a través de instituciones con mandatos legales que tienen el monopolio en la creación de dinero. En manos de privados con alto capital además de poder político y económico, esta estructura legal permite una distribución desigual de dinero, donde grupos de poder son los primeros en recibir las unidades recién creadas, además de diseñar las reglas que sólo aplican para el ciudadano común y corriente.

Bitcoin establece un mecanismo para disminuir esta desigualdad de distribución, llamado minería. En sencillo, equipos especializados tienen dos tareas: recopilar transacciones y encontrar un número. Utilizando energía del mundo real, los mineros están constantemente intentando encontrar ese número, para lo cual serán recompensados, en forma de bitcoin (la unidad monetaria que vive dentro del protocolo).  Al cabo de diez minutos —en promedio— un minero logra encontrar ese número, con que se consigue juntar todas las transacciones ocurridas en ese lapso. Luego, se empaqueta ese registro en un bloque y se una a la larga lista de bloques de transacciones que ocurrieron anteriormente. De ahí proviene su nombre: la cadena de bloques, o blockchain en inglés.

En corto, ese número es un algoritmo que permite entregarle seguridad a la red, y para asegurar una distribución más justa (dada la aleatoriedad con que se encuentra el número) de la moneda.

La crítica en torno al consumo energético proviene de estos equipos especializados que están 24/7 intentando encontrar ese número, ya que este es un proceso altamente intensivo en la aplicación de energía.

Debo aclarar que estoy de acuerdo con analizar las distintas tecnologías que utilizamos y de donde proviene la mezcla energética que se utiliza para su funcionamiento. Es una discusión válida e importante, y comparto la preocupación por la crisis climática que vive el planeta. Sin embargo, pediría el mismo nivel de escrutinio que se le da a Bitcoin para otras industrias del mundo. ¿Cuánta energía consumen las luces de navidad, consolas de juegos, lavadoras de ropa, o el dólar norteamericano?

De acuerdo al Centro de Cambridge para las Finanzas Alternativas (CCFA), Bitcoin consume alrededor de un 0,55% de la producción total de energía del mundo. Esto equivale, como bien explican algunos, a lo que consume un país pequeño, como Malasia o Suecia. Suena como un número alto, pero preguntémonos: ¿cuánto debería consumir un sistema monetario global?

Más aún, es importante distinguir entre consumo energético y emisiones de carbono. Si bien se puede determinar fácilmente el consumo de una red como Bitcoin, no es extrapolable a emisiones ya que la mezcla de fuentes con que se mina no proviene de una fuente en particular. De hecho, un alto porcentaje de la minería proviene de energía renovable o fuentes desperdiciadas.

Aunque los informes respecto a la mezcla energética de la minería de Bitcoin entregan cifras variadas, podemos establecer un cierto marco. Algunas sugieren que alrededor del 73% del consumo energético proviene de fuentes renovables, mientras que otros estiman la cifra más cercana al 59%. Yo me acerco a lo publicado por el CCFA, que lo estima en un 39% aproximadamente.

Un factor clave pero poco conocido de la minería de Bitcoin es que utiliza fuentes que otras industrias no pueden acceder. La criptomoneda no tiene limitaciones en torno a donde se puede ubicar, dándole acceso a fuentes que de otra manera serían desperdiciadas. Un ejemplo que se usa hoy es la quema de gas natural. La industria extractiva de petróleo emite enormes cantidades de gas natural como parte de su proceso productivo. Esta es energía que simplemente contamina el medioambiente. Alrededor del mundo estamos viendo mineros de Bitcoin ubicarse cerca de estos centros y reutilizar esa energía desperdiciada, entregando un impacto medioambiental positivo.

La industria energética hídrica es otro ejemplo de terreno fértil para los mineros de Bitcoin. Lamentablemente, la matriz energética central no es capaz de absorber la enorme cantidad de energía que producen estas centrales. En lugar de perder ese exceso, Bitcoin podría servir —sin necesidad de subsidio estatal— para reconvertir esa energía en poder computacional. Si vamos incluso más allá, se puede utilizar los bitcoin recién minados —dinero— para la construcción de infraestructura básica como arreglos de calles y la creación de escuelas en las localidades donde se ubican estas plantas.

Uno de los grandes problemas hoy es que la matriz energética no es capaz de conectar los distintos puntos de producción de energía, distribuirla o almacenarla. Mientras se construye esta infraestructura, la industria minera de Bitcoin está bien alineada para utilizar los vacíos y excedentes energéticos que hoy sufrimos.

Falta camino por recorrer, y hay que reconocer que un gran porcentaje de la minería de Bitcoin proviene de fuentes convencionales de energía (como son los combustibles fósiles, que emiten y contaminan el medioambiente). Aunque algunos informes son alarmantes, al analizar tanto el protocolo, las tendencias, las cifras y cómo se alinean los incentivos del mercado, la realidad es otra. Esta criptomoneda podría incluso ser una herramienta angular en nuestra misión de frenar el avance de la crisis climática.

Sería interesante ver a los críticos de la minería aplicar su mismo cuestionamiento a otras industrias que existen en la sociedad. Y antes de sonar las alarmas, sería útil preguntarnos: ¿Bitcoin vale la pena?

Pedro Solimano
Fundador de La Cadena, medio independiente dedicado a la educación financiera y Bitcoin.