Avisos Legales
Opinión

La República Obscena: la derecha y sus parodias postmodernas

Por: Matías Kahn | Publicado: 05.10.2022
La República Obscena: la derecha y sus parodias postmodernas |
¿Hay algo más contradictorio en esta nueva derecha perversa que su supuesta oposición a los ‘relativismos morales’ de la postmodernidad? Es ella la que ha ensalzado una y otra vez las ‘verdades alternativas’, las fake news y, sobre todo, la corrupción desvergonzada de las nomenclaturas políticas que hoy se adjudica para perpetuarse en la vida pública. La nueva derecha es la verdadera enemiga de la virtud cívica, y una de sus mayores astucias ha consistido en deformar por completo el ideario ético y estético republicano.

A mediados del siglo XVIII se conformó ya de modo concreto una tendencia política cuyas doctrinas han trascendido de tal modo la historia moderna que nos competen a todos y todas. En las bases de esta tendencia política estaban colocadas las raíces de un ímpetu revolucionario y contestatario ante los regímenes monárquicos absolutistas y las intervenciones forzosas de imperios extranjeros en las soberanías reinterpretadas ahora como populares en nuevos Estados-Nación emergentes (hasta el momento vistos solo como colonias). Ese mismo ímpetu llevó a millones a tomar las armas contra unos y otros modelos económicos y políticos en pos de una libertad muy peculiar y un tanto olvidada. Hace no tanto, en la gran narrativa de la modernidad, España bien lo supo.

Alimentada por experiencias políticas a veces exitosas —heroicas, dirían algunos—, o por sofisticadas reflexiones prudentes nacidas en el seno de la Grecia antigua, la Roma pre-imperial y sus herederos valóricos, la Italia Renacentista y la Inglaterra de los siglos XIII y XVII, esta tendencia política dispuesta a la violencia revolucionaria y la eliminación de toda fuerza opresiva que boicotease la voluntad soberana enaltecida por los próceres y constructores de la democracia moderna, dejó su impronta histórica plasmada en lo que hoy llamamos izquierda.

Me refiero al republicanismo; esa tradición cuya reputación, de modo desvergonzado y obsceno, es ahora prisionera y esclava de los nombres de partidos caracterizados por la mayor cobardía, inmoralidad, corrupción y teatralidad absurda de nuestros tiempos postmodernos.

Esos partidos representan, hoy, gran parte de lo más impúdico de la vida colectiva, haciendo decantar fácilmente toda observación de sus conductas en una válida sospecha epistémica existencial sobre si vivimos o no en una extraña simulación de aquel mundo en que, alguna vez, el sentido común más cuerdo tuvo su debido reconocimiento. Partidos que han empañado, con el vapor bucal de sus militantes atiborrados de ignorancia e hinchados de ira y recalcitrancia cínica o psíquicamente errática, los lentes de una ideología a través de cuyos cristales el horizonte de la vida en sociedad no puede sino ser absolutamente contradictorio con las perversiones escatológicas de la nueva derecha contemporánea.

¿Cómo se transformó la tradición republicana en un objeto de esta aberrante parodia? La respuesta, sin entrar en detalles, está hacia el norte. Además, como dirían algunos marxistas, no hay mejor revolución que aquella que es normalizada en la historia y, eventualmente, se vuelve plena a través del afianzamiento del orden al que ha dado luz. ¿Habrá algún modo de rescatarla de sus cenizas?

Lo dudo. No hay muestra más certera del fracaso del republicanismo que la apropiación de su estética y sus nomenclaturas por parte de libertarios, paleolibertarios, supremacistas blancos, neofascistas, demagogos postmodernos y populistas caricaturescos entre cuyas ideas y conductas difícilmente se podrían hallar siquiera pizcas de cualquier virtud cívica, genuino patriotismo, compromiso con el bien común o norte político dirigido a la construcción de un orden fundado en la ‘libertad como carencia de arbitrio’.  No podemos olvidar que la historia a veces nos sorprende.

El Partido Republicano de Estados Unidos y el Partido Republicano de Chile han creado sus propios monstruos, pequeños y grandes, para llenar cada espacio de la vida política de sus respectivos países con prácticas cada vez más ridículas e inmorales. Serviles a poderosas élites empresariales corruptas o sólo críticos de las supuestas ‘élites liberales’ que sus propias agendas populistas justifican directa o indirectamente, se han transformado precisamente en el símil ideológico de quienes atacaron y reprimieron a los primigenios republicanos modernos: los antirrevolucionarios, los liberales capitalistas del siglo XIX y, posteriormente, los conservadores de las peores raigambres. Fueron ellos quienes se opusieron a toda agenda republicana robusta y patriótica.

¿Quiénes eran los patriotas de aquel periodo sino los revolucionarios que los ideólogos alemanes, holandeses, ingleses y franceses defensores del status quo atacaron con su cobarde y falsa idea de que la libertad política entorpece inexorablemente la libertad civil? ¿No fueron estos antirrepublicanos quienes dijeron que una monarquía absoluta era mejor garante de esta última libertad que la democracia representativa? ¿No es el capitalismo más desenfrenado y su ‘metafísica’ de los órdenes espontáneos el nuevo modelo indefendible que garantiza la volición contractual absoluta en desmedro de la autodeterminación colectiva? Vale aquí rescatar, primordialmente, la hermenéutica republicana de la sospecha.

Bien sabrán algunos que no hay realmente mucho en común entre el republicanismo de raigambre norteamericana —tras mediados del siglo XIX y, sobre todo, principios del XX— y el inglés o el español; sus fines e historias difieren: el republicanismo español es, hoy en día, una voz en el desierto. Pero vale la pena preguntarnos: ¿hay algo más contradictorio en esta nueva derecha perversa que su supuesta oposición a los ‘relativismos morales’ de la postmodernidad? Es ella la que ha ensalzado una y otra vez las ‘verdades alternativas’, las fake news y, sobre todo, la corrupción desvergonzada de las nomenclaturas políticas que hoy se adjudica para perpetuarse en la vida pública. La nueva derecha es la verdadera enemiga de la virtud cívica, y una de sus mayores astucias ha consistido en deformar por completo el ideario ético y estético republicano, pervirtiendo lo ‘virtuoso’ para justificar lo más ‘vicioso’.

Escribe aquí, a todo esto, un socialista y humanista cristiano. Pero, sin ser yo un republicano (aunque hace años me entusiasmaron bastante Philip Pettit, Quentin Skinner y Cécile Laborde), tengo la claridad de que esta tradición ideológica, en su verdadera connotación, jamás será compatible con las derechas neofascistas o paleolibertarias de la actualidad. Y huelga decir, hay más gemas filosóficas para rescatar en el republicanismo que en el liberalismo de posguerra.

Pero, insisto, ¿no ha llegado ya a su final este ideario? ¿No ha fallado todo intento por gestar una ‘religiosidad cívica’ estable y virtuosa? ¿No han quedado sólo algunas instituciones, rituales, consignas y estatuas ya empolvadas o mancilladas por incontables deformaciones ideológicas durante dos siglos de ingentes corporativismos, capitalismos, utilitarismos, liberalismos, neoliberalismos y populismos? ¿No habrá quedado presente esta tendencia de los albores de la Modernidad sólo de modo muy difuso, convertida en un tronco carcomido y resquebrajado cuyas ramas parecieran ser injertos de otros árboles?

Algunos (entre quienes me incluyo) pueden desarrollar la impresión de que quizás, tan sólo quizás, el ideario republicano moderno falló por un par de razones muy específicas, y el único modo de superar su fracaso es retornando a las raíces del asunto que le dio su origen —del mismo modo que a toda ideología moderna— hace ya varios siglos: la discusión ontológica entre realismos y nominalismos; entre encantos y desencantos; entre mitos y ‘mitos’; entre unas y otras antropologías.

A veces emerge en mí cierto temor. ¿Qué sucedería si, a este confuso momento post-liberal, cuyas contradicciones ha capitalizado astutamente la nueva derecha, le siguiera uno aún más convulso? De tanto en tanto, pareciera comenzar a avizorarse un momento post-republicano. En alguna manera, no sólo están fracasando las democracias liberales y las culturas políticas que las sustentan con sus idearios ‘razonables’: están fallando las lógicas mismas del Estado-Nación moderno o, mejor dicho, de las repúblicas. Los neofascismos hablan ya no de naciones, sino de civilizaciones.

Quizás, a Occidente le convenga, por una última vez, como en varios otros momentos —desde la República Romana hasta la Modernidad—, darle al republicanismo una oportunidad en el escenario de la historia. No a una aberración ideológica decadente e intelectualmente paupérrima como la de un partido cuyo líder ha dejado claro más de una vez ser un vendepatria y seguidor oculto de cierto ethos perverso, sino a un genuino republicanismo como el que imaginó la gran filósofa Hannah Arendt, una de las mentes más agudas del siglo XX. La historia, más que sorprendente, a veces es un tanto milagrosa.

Matías Kahn
Vocero nacional de las Juventudes de la Izquierda Cristiana. Director de “Fe y Polis”.