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Bitácora de un villano: “La pregunta de octubre”, de Manuel Canales

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 06.10.2022
Bitácora de un villano: “La pregunta de octubre”, de Manuel Canales Manuel Canales |
El modelo capturó, a juicio de Canales, nuestra conciencia y autopercepción en un doble movimiento tan fenomenológico como psíquico, dictando la partitura urgente para la refundación de una sociedad a la que se le exigía abandonar su historia. Todo para validar, a la fuerza, el nuevo canon que desde entonces regiría nuestra interpretación del mundo. Esta estructura fundamental se encarna en particularidades abstractas, pero con concepto y que figuran el “nuevo Chile”: salud y educación privadas, AFPs e isapres, Constitución del 80…

La pregunta de octubre (Fundación, apogeo y crisis del Chile neoliberal), es el último libro del sociólogo y académico chileno Manuel Canales, recién publicado editorial LOM. El texto, de 220 páginas, se organiza en 4 capítulos más una introducción.

Mi intención no es hacer un comentario, sino más bien ensayar una lectura, breve –siempre será breve cuando se trate de un libro de esta categoría– sobre un texto que, con una cadencia sociológica y terminológica cuidadísima, se implica en el “momento” neoliberal chileno, deambulando entre su instante de fulgor máximo y la fatiga de material que comienza a revelar durante las primeras, y sobre todo la segunda, décadas del siglo XXI y que eclosiona el 18 octubre de 2019.

En este sentido, y desde una mirada puramente estilística, La pregunta de octubre es una combinación arquimédica de acentos y pausas que se distribuyen en el relato haciendo coincidir y descoincidir a la vez a la historia de un país consigo misma, y en cuyo transcurso lo que se va urdiendo es un tipo de conceptualización que, y aunque refleja un nivel de especialización obvia, no excluye ni desintegra al/la lector/a no tecnificado en la fraseología sociológica o filosófica, abriéndose el texto a un espacio donde todo lo que puede llegar a ser inteligible lo es desde lo que ha sido la piedra filosofal en el extendido trabajo de Manuel Canales: la experiencia, la subjetividad, el habla. “La sociedad –me dijo una vez– es del orden del decir”.

Pero habría que indagar por qué octubre es una pregunta o, en su reverso (que viene a ser lo mismo), por qué la pregunta es ¿octubre? Hay aquí, a mi modo de ver, un gesto de gran sensibilidad, no solo intelectual, sino una que es propia del individuo hijo de un tiempo que resiente la responsabilidad de atreverse con respuestas. “Habría” que preguntar, “se debe” preguntar, “urge” preguntar y nada sería sin la pregunta; porque la pregunta nos lleva a un instante de pre-saber, a un lugar difuso, sin jerarquía y en el que (y sin desconocer que, parafraseando a H.G. Gadamer, en la pregunta se aloja siempre un proyecto) aún no hay síntesis u organización de un cierto logos. Simplemente es el pensador y la asíntota inquietud, aún invertebrada, de que algo se aloja más allá del perímetro de la pregunta misma pero que, no obstante, y esta es la aporía, todo lo condensa y es el impulso original que facultará, igual, todo potencial saber. Quizás Heidegger, con su precisión típica, lo sintetiza mejor que nadie: “Cuanto más nos acerquemos al peligro, con mayor claridad empezarán a lucir los caminos que llevan a lo que salva, más intenso será nuestro preguntar. Porque el preguntar es la piedad del pensar” (La pregunta por la técnica, 1954).

Diríamos, en la línea heideggeriana, que La pregunta de octubre no es un texto que nos “salva”, no tiene un carácter ni redentor ni mesiánico, pero sin duda se espejea a sí mismo como un filtro no canónico de comprensión de nuestra historia y que, en la intuición sintomatológica propia de Canales, logra adquirir el rictus de un libro madurado a la luz de quien no solo ha estudiado y analizado la historia, sino que lo ha hecho desde la honestidad de la experiencia, absorbiendo los golpes no de un momento, no de un tiempo, no de un periodo histórico específico, sino de una época; esto le impide, por seguir a Jacques Derrida, descansar en la cómoda zona de confort en donde se “ecologiza la memoria” (El siglo y el perdón, 1999).

Y entonces La pregunta de octubre es, también, un ensayo sobre la memoria y olvido; el relato de un pasado y un presente que se abrevian en una sola gran caligrafía hermenéutica. Diríamos, además, que el libro no es otra cosa que la constatación de un síntoma alojado en la nebulosa sempiterna de un país inefable, que cuesta decir, explicar. Un país que no alcanza a entenderse en el orden de lo simbólico, sino que se hospeda y flota en su propio trauma.

Digamos que son muchos los textos que se han dedicado a relatar la historia, componentes, matrices, miserias y virtudes, en fin, del neoliberalismo. A mi modo de ver, el más importante escrito en los 90 al respecto fue Chile actual. Anatomía de un mito (1997), de Tomás Moulian. Libro que podría comprenderse como una dinamita en clave de ensayo que deja a la intemperie a la sociedad del ultraconsumo y el transformismo político en la década mencionada. En mi perspectiva (y si me apuran), creo el de Moulian es un texto insuperable; no hay otro a ese nivel de incorruptibilidad y cada línea es un navajazo consciente a la órbita sintética y despolitizada de los primeros años de la inoculada transición a la democracia.

Pero también hay otros buenos libros. Por ejemplo, el interesante trabajo de Manuel Antonio Garretón Neoliberalismo corregido y progresismo limitado (2012), que pretende leer el neoliberalismo y su despliegue en el contexto latinoamericano. También le podemos dedicar una sincera mención honrosa al best seller de Alberto Mayol, El derrumbe del modelo (La crisis de la economía de mercado en el Chile contemporáneo), de 2012, en el que se tensiona, en nota agonística, al neoliberalismo desde la famosa frase acuñada en dictadura: “el milagro chileno”. Apunto que no he leído el libro de Renato Cristi, de 2021, La tiranía del mercado (El auge del neoliberalismo en Chile), pero, hasta donde entiendo, es un trabajo muy cuidado y escrito en la regularidad de la crítica fundada y rigurosa.

Sin embargo, y como anotaba el historiador francés Fernand Braudel, “esta vez no era cuestión, únicamente, de reescribir” (Écrits sur l’histoire, 1969).

La tarea que se autoimpone Manuel Canales no va en la ruta de repetir las epopeyas críticas del Chile neoliberal –ciertamente tampoco desconoce el trabajo de quienes le anteceden en la empresa, siempre dura, de pensar a un país insistiendo sobre esta suerte de significante amo en que ha devenido el neoliberalismo propiamente tal–, pero asoma en este libro en particular algo así como el relato de un pensador que, como lo escribía Slavoj Zizek, “sabe lo que hace y sin embargo lo hace” (El sublime objeto de la ideología, 1989).

Nos puede gustar o no la forma en que un/a escritor/a impulsa un mundo o una historia, pero, en el caso de Canales, hay que reconocer que todo ocurre bajo sus principios teóricos y experienciales, los que exceden por mucho lo puramente disciplinar y, más aún, se realiza desde una cierta no institucionalidad.

Por eso sabe lo que hace y sin embargo lo hace, en sus códigos, con sus reglas, al interior de ese brutal autorreconocimiento como sujeto histórico cuya responsabilidad es ilustrar, reflejar, dejar en evidencia, denunciar y percibir la zona en donde el neoliberalismo se comprenda, recurriendo a Marcel Mauss, como un “hecho social total”, esto es, como el conjunto de “elementos de la estructura social que expresan, a la vez y de golpe, todo tipo de instituciones: religiosa, jurídica, moral, política, familiar y económica” (Ensayo sobre el don, forma y función del intercambio en las sociedades arcaicas, 1923-1924). Ahora en palabras de Manuel Canales: “Asistimos a una totalización de la forma mercancía (la razón de lo óptimo, técnica y/o ganancial) según mandataba la forma misma de la subjetividad social en su total; más allá del fetichismo de la mercancía, o más bien llevándolo a su forma extrema, la neoliberal, se proponía entonces una mímesis del capital (p. 21).

En otro sentido, el neoliberalismo como el mundo, como principio y fin; el alfa y el omega de una sociedad que no decidió sino que asumió en silencio, pero a la cual lo que se le impuso no fue simplemente un refundido de prácticas económicas, sino un modo de ser, una ontología de la individualidad de la cual –en tanto se dinamiza en la sociedad chilena coordinando las racionalidades desde una suerte de espectralidad– ya no es posible sacudirse y que actúa agazapada en las polimorfas esquinas de nuestra subjetividad.

Como el mismo autor lo apunta, a propósito de la arremetida ominosa del neoliberalismo en los 70, “solo individuos eligiendo todo en el diario vivir de la vida social. Individuo es, positivamente dicho, quien elige. La sociedad se redujo a polvo estadístico. Nada de forma o estructura” (p. 29).

Entonces individuos frente a opciones y no ha definiciones. Individuos que en la superficie se sublimaban consumiendo y recorriendo asfalto de vitrinas pero que, en lo más intestino, en su estulticia sin asombro, lo que se coagulaba era una “razón”. No hablamos aquí solamente de una razón socia de un cierto logos, sino razón entendida como lo omnipresente; una “razón ética sustantiva” diría Max Weber (Economía y sociedad, 1922); o como una libido desparramada a lo largo y ancho de un nuevo sociotipo que hizo del mercadeo su cotidianidad y de las transas su rutina. Un individuo que no cuestionó, sino que asumió el estado de las cosas sin advertir que tras toda la narcotizada y relamida práctica del sí mismo, lo único que quedaba era su propio reflejo, quebrado e hipnotizado por la furia consumista y el obsceno desfile de mercancías. “Nada de forma o estructura”.

De esta manera, y, para resumir, el modelo capturó, a juicio de Canales, nuestra conciencia y también nuestra autopercepción en un doble movimiento tan fenomenológico como psíquico, dictando la partitura urgente para la refundación de una sociedad a la que se le exigía abandonar su historia. Todo para validar, por voluntad o a la fuerza, el nuevo canon que desde entonces regiría nuestra interpretación del mundo. Este universal, esta estructura fundamental, se encarna en particularidades abstractas, pero con concepto y que figuran el “nuevo Chile”: salud y educación privadas, AFPs e isapres. Después, Constitución del 80 (otra forma de individuación y racionalidad). El sistema entonces desperdiga sus tentáculos a partir de abstracciones que, como dice Canales, no se jugaban en los grandes relatos patrióticos o la asimilación de una doctrina, No. Todo era mucho más pedestre, sanchezco, arraigándose en la cultura a través de la brutal penetración del mercado en la cotidianidad de nuestros pequeños mundos rutinarios. Así, entonces, se nos disciplina, pero, sobre todo, se nos entrena.

El régimen no aparecía entusiasmado en la formación de unas huestes de seguidores, ni tampoco en imponer finalmente una doctrina económica sin más; lo que le interesaba era la despolitización y el redisciplinamiento, el reentrenamiento de las personas en las reglas del juego de la nueva vida. No era la doctrina económica ni el relato nacionalista autoritario; era el programa cotidiano neoliberal donde se fraguaba, a mi juicio, el corazón de la conformidad que duraría tantas décadas (p. 34).

Pareciera que el texto, hasta lo que aquí se ha escrito, fuera sobre el neoliberalismo únicamente y no sobre octubre. El punto es que es así y no es así al mismo tiempo, porque son dos acontecimientos que no pueden disociarse. Puede haber neoliberalismo sin octubre, pero no hay octubre sin neoliberalismo, por intentar una fórmula. Por lo tanto, y si seguimos este camino, diremos que el personaje central de esta novela no es el héroe sino el villano. Se trata de la bitácora de un villano; un análisis profundo, histórico, socio-antropológico y político de un sistema o modelo (nunca he sabido distinguir la diferencia) que lo ha definido todo, o más bien la totalidad de una sociedad que hizo gárgaras con sus éxitos macroeconómicos y que sacaba, como conejos el mago, relatos sobre nuestra desbordante competitividad en los mercados internacionales (los “jaguares” noventeros) y siendo un ejemplo para el mundo por nuestra felina mirada y apetito voraz al momento de entrar al ring del mercadeo y la ágil transa, mientras, por dentro, la estructura social se gangrenaba hasta la médula sin darnos cuenta que no había, como dice Canales, estructura, vertebración, esqueleto en términos sociales, y lo que se nos heredaba era una especie de cartílago cuya exageración nunca supo ni quiso creer que se venía un movimiento de placas tectónico, reivindicativo y furioso que no fue otra cosa que una demarcación de época.

Así octubre, el estallido, el alzamiento, la explosión de una sociedad que en un instante se condensó a una temperatura y densidad absolutas. Y de las múltiples entradas, tan sensibles como inteligentes, que nos propone Manuel Canales para responder a “la pregunta”, me quedo con la siguiente: “Hizo su aparición el pueblo. Hay un acontecer, más que un procedimiento conocido. Donde estaba el curso correcto de la sociedad, ahora aparecía el arrebato, la cuática, la revuelta. Además, hay un discurso, un pronunciamiento, una demanda que aún todavía intentamos interpretar” (p. 149).

(A quien quiera saber más recomiendo, obviamente, que lea el libro; que lo lea y sienta la urgencia de dar una respuesta; una que se deshilvana desde la madeja comprensiva y madura de un sociólogo cuyo estilo y forma de practicar el oficio no es sin ley, pero sí sin canon. Una voz que emerge desde la conciencia y la búsqueda de una memoria quizás difusa, pero con seguridad terrible y siempre al acecho. Digo aquí memoria como digo, después de lo que hemos vivido, pesadumbre, decepción, porque como escribía Gabriela Mistral: de toda creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño).

Javier Agüero Águila
Director del Departamento de Filosofía de la Universidad Católica del Maule.