Avisos Legales
Opinión

Llegar y engañar

Por: Bárbara Salinas | Publicado: 01.12.2022
Llegar y engañar La-Polar |
La situación de las «prendas falsificadas» de La Polar no se compara con el gran fraude vivido a partir del 2011 y que –aunque no se crea– todavía sigue tan candente como sus nefastos efectos en las víctimas, especialmente decenas de miles de pequeños inversionistas los que, hasta hoy, no han recibido reparo alguno.

A raíz de las graves denuncias durante la semana pasada sobre la empresa de retail La Polar –como abogada de las víctimas hasta el día de hoy, pues aún seguimos en juicio civil– no pude evitar revivir el que, para algunos, parafraseando al gran periodista y escritor Hugo Traslaviña (ver su libro Llegar y llevar, Mandrágora Ediciones, 2013), ha sido “el fraude del siglo”.

Y es que el nivel de graves denuncias –básicamente la supuesta venta de productos de marca falsificados– ha generado un tremendo insumo para los medios de comunicación e incluso ha dado pie a la máxima creatividad, pues los “memes” alusivos a este nuevo escándalo son sencillamente extraordinarios y con mucho humor.

Sin embargo, tras esa dosis de alegría y jocosidad, especialmente necesaria en estos tiempos, finalmente subyace –como los efectos de una inolvidable borrachera– la realidad pura y dura: nuevamente La Polar en el ojo del huracán… Casi de no creer.

Eso sí, no nos engañemos y no nos dejemos engañar: la situación de las prendas falsificadas no se compara siquiera con el gran fraude vivido a partir del 2011 y que –aunque no se crea– todavía sigue tan candente como sus nefastos efectos en las víctimas, especialmente decenas de miles de pequeños inversionistas los que, hasta hoy, no han recibido reparo alguno, a diferencia del millón de clientes repactados que –con una áspera y dura negociación con la entonces nueva administración– alcanzaron un acuerdo entre esta y el SERNAC, lo que se logró tras un urgente aumento de capital al que concurrieron los mismos pequeños inversionistas afectados para salvar la compañía, ¿irónico, no?

Pero volvamos a la historia y de paso los invito a un análisis crítico entre una situación y la otra. En 2011 la propiedad de La Polar no tenía controlador: no existía ningún accionista que ostentara el 50% o más del capital de la compañía. Ese escenario, sumado a: tres ex ejecutivos (Pablo Alcalde, María Isabel Farah y Julián Moreno) con un nivel de ambición nunca antes visto y una autopercepción de ser los “intocables”;  las autoridades de la época que nada hicieron para impedir esta “gran estafa” (ante los rumores que corrían en el mercado); un incentivo perverso como lo eran las famosas stock options, que fueron el aliciente para maquillar los resultados financieros de la empresa; y otros elementos más, colocaron en el mercado bursátil a La Polar como la “niña bonita” que nunca fue. Terminó siendo la ruina de miles de personas y desató la furia social por el abuso de los poderosos contra los ciudadanos.

Cosa muy distinta es la situación revelada la semana pasada por diversos medios de comunicación y RRSS. Hoy la empresa tiene un controlador, el grupo Vial, liderado por Leonidas Vial, pero tan solo pensar que –tras el gran escándalo del 2011– su Directorio y gerencia se coludieron para vender prendas falsificadas me genera serias dudas: sería un balazo en los pies tan grande que el único calificativo que cabría, de resultar cierto, es la estupidez nivel Dios.

Pensemos en lo siguiente: en 2011 Alcalde y los suyos llegaron incluso a crear un software computacional para “echar a correr” por las noches las millones de repactaciones unilaterales de deudas, que permitieron engañarnos a todos. Eso sí, se preocuparon de pagar todos y cada uno de los impuestos que esas falsas ganancias ingresaban a la empresa.

En otras palabras, todo estaba finamente elaborado, calculado para que por más de 6 años esta máquina fraudulenta funcionara sin ser descubierta.  Volviendo a la ropa falsificada: ¿no les parece un poco burdo que dichas acusaciones sean reales si es tan fácil comprobarlo, sobre todo teniendo en cuenta que las prendas supuestamente falsas y vendidas por la tienda de retail sean de tan mala calidad, sólo comparables con las que se transan en el comercio ilegal?

En el gran fraude, sólo una larga, onerosa y dedicada investigación llevada a cabo por el Ministerio Público logró dar con todos los antecedentes para establecer la verdad que hasta hoy el ex connotado y premiado “Ejecutivo del año”, Pablo Alcalde, niega. Increíblemente descarado. Existen no cientos, sino que miles de correos electrónicos, sendos peritajes, declaraciones e incontrastables medios de prueba que llegaron a establecer su indubitada culpabilidad.

¿El resultado?: una condena para estas tres “joyitas” del mercado –en el marco de un juicio abreviado– de 5 años de libertad vigilada, es decir, 5 años sin mayor sujeción a la autoridad ni, menos aún, restricción de su libertad por haber cometido un fraude que nos marcó a todos los chilenos. Eso se llama impunidad.

Como estamos recordando este caso, no les puedo negar que –en el marco de la audiencia de formalización el 15 de diciembre de 2011, y que duró más de 12 horas–, cuando la jueza de garantía, tras los alegatos de la defensa y cerca de 40 abogados querellantes, acoge nuestra solicitud y la de la Fiscalía de dejarlos en prisión preventiva mi única emoción del momento fue “se está haciendo justicia”, aunque suene cliché.

La verdad es que me alegré y no me avergüenza reconocerlo. Estar a una distancia de menos de 3 metros de Isabel Farah y ver que no reaccionaba frente a tan lapidaria sentencia fue impactante, al punto que por unos segundos se produjo un silencio y morbo incómodo para todos los presentes. Y fue uno de sus abogados el que cuidadosamente la hizo reaccionar, para que ella se desprendiera de sus joyas, pues ingresaba inmediatamente a la cárcel.

Fue épico. Era la primera vez que en Chile los responsables por delitos de “cuello y corbata”, que de blanco nada tienen, iban a la cárcel. Ahí surgió o se manifestó en Chile de manera patente el fenómeno que tuvo su símil en España: el de los indignados.

En cuanto al nuevo escándalo, sólo me permito dejar un par de datos que dan para pensar: La Polar alega que las marcas que han denunciado nunca han querido venderles sus productos, sencillamente porque no les gustan sus clientes o “target”, como se les llama en jerga comercial. Han entregado a las autoridades y medios de comunicación todos los documentos y trazabilidad de los productos que venden, asegurando que son originales.

Al parecer no tienen nada que esconder. Más bien, me hace sentido pensar que existen ciertas marcas que discriminan a quienes tienen menos poder adquisitivo, porque a través de sus productos venden status, otra paradoja del mercado poco democrático en el que vivimos.

Por eso La Polar se ha transformado en “llegar y engañar”. En 2011, a través de un fraude inusitado por millones de dólares, dejando en el camino a miles de afectados, incluso algunos que ya han fallecido sin haber recibido una justa compensación, con los autores del delito en plena libertad y con una condena irrisoria. Y hoy por hoy, los casi 400 accionistas que aún represento, afectados por este nuevo engaño que –en mi prudente opinión– hasta ahora tiene más “olor” de una competencia entre estas grandes marcas y la tienda de retail popular que definitivamente no quieren que compitan con ellos, no sólo por precios, sino porque esas marcas no quienes que la gente popular lleve en sus cuerpos sus logos.

No nos engañemos: para bien o para mal, Alcalde, Moreno y Farah son imposibles de ser objeto de una falsificación (como las prendas). Y eso, tanto las víctimas como la sociedad lo tenemos más que claro.

Bárbara Salinas
Abogada.