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Opinión

El tiempo de los humildes

Por: Esteban Celis Vilchez | Publicado: 05.02.2023
El tiempo de los humildes Acto del 1 de mayo de 1971 |
Los diagnósticos acerca de la pobreza y la desigualdad que se efectuaban en la década del 70 del siglo pasado surgen pasmosamente coincidentes con los diagnósticos que pueden hacerse en la actualidad, con un gran y dramático matiz: tras 17 años de dictadura violenta y neoliberalismo salvaje, y otros 33 de reformismo tolerante y tibio, los mismos “humildes” han dejado de creer.

Inevitablemente, los prejuicios suelen atraparnos y mantenernos esclavizados casi sin que nos demos cuenta. Es lo que me ha ocurrido siempre con las denominadas “novelas gráficas”. Cuando un libro está lleno de dibujos suelo, muy tontamente, como acabo de comprobarlo, pensar que el texto y el trabajo no valen tanto la pena como aquellos otros en donde solo hay letras.

Désirée y Alain Frappier han escrito y elaborado un relato notable sobre la forma en que los “humildes” vivieron la fiesta que para ellos significó el gobierno de Salvador Allende entre 1970 y 1973. También es un relato desgarrador del abismo al que se abrieron cuando ese gobierno llegó traumáticamente a su fin a causa de un golpe militar presidido por el odio y la revancha.

La historia la cuenta Soledad, una niña de 15 años, hija de campesinos pobres, que llega junto a su familia a una toma en Santiago. Allí se enamora de Ricardo, de 18 años, con quien tendrá una historia que refleja las esperanzas de toda una generación que vieron en el gobierno de la Unidad Popular una luz incandescente, pero transitoria y fugaz, que los hizo reír durante mil días.

El libro, que se extiende por 357 páginas, se lee de una sola sentada. El rigor histórico con que se reproducen los hechos, la cantidad de información y la capacidad de comunicar los sentimientos y las realidades de los involucrados, son sencillamente asombrosos.

Acaso el mensaje fundamental de que las clases poderosas están absolutamente dispuestas a ejercer la violencia cada vez que sea necesario con el fin de conservar el poder y los privilegios, vuele entre las páginas con una claridad casi molesta. Igualmente notable, y espeluznante, es el retrato del odio y el desprecio que sienten quienes se consideran a sí mismos como seres superiores hacia quienes les parecen, simplemente, seres prescindibles, eliminables, porque no son humanos, no son personas, niños ni niñas, sino solamente rotos, cumas o flaites que están de más, que ensucian los paisajes, que molestan a las conciencias, que perturban la tranquilidad y hasta el orden público.

Muchos de nosotros sólo hablamos de las tomas y los campamentos de los “sin casa” por referencias, por lo que leemos, por lo que escuchamos. Esta novela gráfica permite que, aunque sea de modo parcial y aún muy lejano, podamos, al menos, tratar de imaginar esa realidad, de niños descalzos, de niños hambrientos, de pisos de tierra, y falta de baños, de frío y lodo en invierno, de sed y polvo en verano.

Tras el término de la historia relatada por Désirée y Alain Frappier a través de Soledad, hay un resumen de los logros del gobierno de Salvador Allende, porfiadamente ocultados por la historia oficial.

Los diagnósticos acerca de la pobreza y la desigualdad que se efectuaban en la década del 70 del siglo pasado surgen pasmosamente coincidentes con los diagnósticos que pueden hacerse en la actualidad, con un gran y dramático matiz: tras 17 años de dictadura violenta y neoliberalismo salvaje, y otros 33 de reformismo tolerante y tibio, los mismos “humildes” han dejado de creer.

Ya ni siquiera se reconocen a sí mismos como los marginados y explotados del sistema. Más bien reniegan de esa condición, por más que la experimenten día a día. Ya los “humildes” no se reconocen como tales ni como parte de un grupo mayoritario de la población; ahora no escuchan los llamados a la solidaridad, a la unión, a la empatía o al bien común. De una u otra manera, entienden que las pensiones son asuntos de cada cual y que cada dinero que un trabajador aporte a la Seguridad Social debería ser dinero propio, heredable, acumulado en una cuenta individual que nadie ose mirar ni menos tocar.

Hablar de cuidarnos entre todos, de protegernos, de querernos y tratarnos con ternura, construyendo una sociedad donde nadie quede atrás, donde enfermarse no signifique una experiencia terrorífica de abandono y ruina, donde la educación integre en lugar de segregar, donde las mujeres tengan exactamente las mismas oportunidades y derechos que los hombres, donde nuestros viejos y viejas terminen sus días sin angustias, donde el agua potable esté en todas las casas y todos estén en una casa, donde el dinero se reparta con mayor justicia entre el capital y el trabajo, hablar de todo esto, digo, se ha vuelto un síntoma de poca racionalidad. Son las ideas de los soñadores impenitentes que no nos resignaremos jamás.

El 11 de septiembre de 1973 Chile dejó de soñar. Y me temo que no ha vuelto a hacerlo y que costará muchísimo lograr que volvamos a pensar en grande.

Sin embargo, libros como el que estamos comentando pueden contribuir a que algún día los chilenos y chilenas, especialmente aquellos que pueden considerarse humildes, desaventajados, desprotegidos, discriminados, marginados de las oportunidades, disconformes con la crueldad y la competencia, rebeldes frente a la concentración de la riqueza y el esparcimiento de la pobreza, podamos construir de nuevo sueños para ser perseguidos y concretados, esta vez con mayor cuidado y conciencia del odio y la violencia que los privilegiados sienten y ejercen frente a cualquier rayo de justicia que quiera colarse en los oscuros antejardines del capitalismo.

Porque no son los poderosos los que han cambiado, sino los humildes, los sin poder, los maltratados de nuestra sociedad quienes lo han hecho, queriendo convertirse mañana en los poderosos. No lo lograrán, porque Chile no es una tierra de oportunidades para ellos, pero no lo saben. La propaganda les hace creer que sí y les promete que el derecho a la propiedad es un derecho universal, cuando lo cierto es que es un derecho exclusivo de una minoría y solo palabras para la mayoría. De nuevo habrá que entender que la justicia y no la caridad es lo que debe presidir nuestras instituciones y nuestra sociedad.

Pero para eso es preciso creer que podemos. Leer este libro puede, tal vez, despertar nuestra capacidad de creer y soñar.

Esteban Celis Vilchez
Abogado.