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A 50 años del Golpe: el Golpe de los 50 años

Por: Camilo Andrés Domínguez | Publicado: 17.03.2023
A 50 años del Golpe: el Golpe de los 50 años |
La dictadura acabó en 1989, pero sólo terminó como régimen con militares en el poder. En vez de morir, se cambió de ropajes y asumió de ahí en más una nueva vida. Se metamorfoseó. Por eso el Golpe del 73 aún es momento bisagra de nuestras existencias en común.

Estamos habituados a creer que los procesos sociales se comportan de un modo similar a las personas de carne y hueso. Si los seres humanos un día nacemos y un día morimos, así mismo queremos, porfiadamente, registrar los inicios y finales de los eventos históricos, con igual exactitud que nuestras fechas de nacimiento o defunción.

Esto nos parece del todo natural porque, desde pequeños, educamos nuestras mentes en la visión de un tiempo progresivo, que avanza hacia adelante. Su expresión gráfica: la línea cronológica en donde inscribimos los hechos que se suceden los unos a los otros. Una de las premisas es que el tiempo pasa.

Pero existen razones para sospechar que la historia en línea recta es engañosa, que no podemos deslindar orígenes y desenlaces con facilidad, y que, en realidad, los procesos históricos no expiran así como así.

Una metáfora para ilustrar la idea. El cerebro humano, que todos nosotros tenemos, se divide en hemisferios o lóbulos; zonas de mayor antigüedad, encargadas de las emociones, y otras más evolucionadas, responsables de la cognición. Lo significativo es que los viejos elementos no son resabios inútiles de una época muerta, sino que, por el contrario, funcionan en conexión con los nuevos. Por eso, los humanos somos seres primitivos y racionales, animales y dioses a la vez.

De igual modo, las sociedades son una trenza de temporalidades distintas. Es cosa de apartarnos del prisma de la evolución rectilínea para ver que en Chile coexisten hoy por hoy rasgos coloniales, modernos y posmodernos, en un mismo ensamblaje social.

Desde luego que en la historia ocurren acontecimientos que, por su propia envergadura, se resisten a morir y que, por más que pase el tiempo, siguen vigentes.

¿Ya dejamos atrás la dictadura?

Podemos responder, con seguridad, que acabó en 1989, pero a riesgo de aplicar la falacia del cuerpo humano a la historia. En realidad, terminó de esa manera, como régimen con militares en el poder, aunque en vez de morir, se cambió de ropajes y asumió de ahí en más una nueva vida. Se metamorfoseó. Las imágenes siniestras del Golpe y la dictadura siguieron acosando a los vivos, condicionando sus actitudes y elecciones cotidianas.

Las personas fallecen, no así las fuerzas históricas.

No es por nada que historiadores y psicólogos sociales usan palabras como “posdictadura” o “posmemoria”, en las que el prefijo “post” expresa esta complicada vigencia del pasado en el presente. En particular, cómo es que prácticas dictatoriales se reciclan en contextos democráticos o de qué manera la memoria de las nuevas generaciones se alimenta de los miedos y anhelos de las anteriores.

El Golpe y la dictadura configuraron arquetipos que persisten en las mentes de los chilenos. Sólo basta con una ojeada a nuestro pasado inmediato.

En 2019, cuando el Ejército salió a las calles, muchos vieron el regreso de los milicos torturadores, y se acusó a Sebastián Piñera de convertirse en una triste encarnación del dictador. Todo esto, mientras en los barrios sonaban las canciones de Víctor Jara, Violeta Parra o Los Prisioneros. Dos años después, la elección presidencial parecía el retorno del plebiscito del 89. Para sus críticos, Boric era un nuevo Allende que sembraría el caos en el país y, del lado contrario, Kast un renovado Pinochet que venía a imponer con la bota militar una restauración oligárquica.

Los primitivos antagonismos del 73 volvieron a activarse, y con toda vehemencia.

Y es que el impacto del golpe militar fue tal que trascendió la dimensión histórica, afincándose en las conciencias de las personas en forma de mito: un hito estructurante, casi atemporal, que otorga significado a los eventos posteriores. En otras palabras, escribió un guion y creó personajes que, en lo sucesivo, asumirían nombres diversos, aunque reproduciendo una misma trama: Unidad Popular y Dictadura, Allende y Pinochet.

Hombres y mujeres chilenas sabemos que el 73 quebró el orden simbólico. La conversación pública cambió para siempre. Ciertos temas se volvieron tabú, algunos conceptos desaparecieron del léxico y las mismas palabras comenzaron a significar otras cosas. El golpe militar inauguró un nuevo sistema de lo sensible; nuevos límites y moldes sobre lo que se podía hacer, decir o incluso pensar.

Cabe preguntarse si seguimos inmersos en el orden simbólico de la posdictadura, en qué medida y hasta cuándo. Si acaso el estallido social tuvo la fuerza para destronarlo: si es que tiene la potencia del mito. Por de pronto, seguiremos hablando del Golpe del 73 como momento bisagra de nuestras existencias en común.

Camilo Andrés Domínguez
Historiador