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Opinión

La rebelión de los raros

Por: Ernesto Orellana G. | Publicado: 23.04.2023
La rebelión de los raros Titular de revista VEA, abril de 1973 |
Nuestra historia política de liberación homosexual no se inaugura con varones homosexuales cis-masculinos buscando casarse para obtener privilegios, tampoco se inauguró con la integración del movimiento homosexual a la democracia de los acuerdos del Estado neoliberal, y mucho menos se inició con homosexuales burgueses (hombres y mujeres) queriendo igualarse al orden cultural heteronormativo. Se inaugura en 1973, con un pequeño grupo de homosexuales femeninos y empobrecidos protestando en la Plaza de Armas de Santiago.

[A 50 años de la primera manifestación homosexual en Chile, 1973]

La tarde de un 22 de abril de 1973, durante el último año del Gobierno de la Unidad Popular, un grupo de homosexuales femeninos y empobrecidos de Santiago se reunieron en la Plaza de Armas, para protestar contra la violencia policial y la discriminación que sufrían diariamente.

Denunciaban los maltratos que recibían de Carabineros y la falta de libertades en un contexto sociopolítico y cultural que les rechazaba. Eran alrededor de 20 menores de edad que fluctuaban entre los 14 y 17 años y la primera vez que un grupo de personas LGBT+ se reunía en Santiago dando visibilidad a sus identidades y deseos políticos en colectivo públicamente.

La prensa de la época, de izquierda a derecha, cubrió el acontecimiento de forma sensacionalista develando una cultura sexual normalizada en el odio, el machismo y una histórica represión amparada en leyes contras las minorías sexuales.

La revista Vea publicó un reportaje titulado “La rebelión de los raros”, en que por un lado se devela el carácter homofóbico naturalizado y por otro la dimensión política de la protesta. Uno de las notas del popular medio de prensa izquierdista El Clarín señalaba lo siguiente: “Ostentación de sus desviaciones sexuales hicieron los maracos en la Plaza de Armas. Las yeguas sueltas, locas perdidas, ansiosas de publicidad, lanzadas de frentón, se reunieron para exigir que las autoridades les den cancha, tiro y lado para sus desviaciones (…) Con razón un viejo propuso rociarlos con parafina y tirarles un fósforo encendido” (El Clarín, 24 de abril de 1973).

Expulsadas y discriminadas de sus familias biológicas y de un sistema escolar que les negaba sus orientaciones sexuales y expresiones de género femenino, las colas chicas que llegaban a la Plaza de Armas lo hacían buscando refugio, cofradía y plata para sobrevivir a la extrema pobreza. Algunas vivían en la misma plaza y dormían entre cartones. Soñaban con convertirse en mujeres, y para obtener dinero “patinaban”, ejerciendo el comercio sexual con hombres mayores colaborándose entre todas a sopesar el hambre, el carrete y las multas que necesitaban para salir de la cana.

Así lo confirman Eva La Medallita (67), Raquel Troncoso (67) y Marcela Dimonti (65), probablemente las únicas sobrevivientes adultas mayores de aquella mítica manifestación, pues el paradero de quienes se encontraron aquel domingo de septiembre meses antes del Golpe Militar es desconocido (ellas facilitaron sus testimonios mediante entrevistas para la realización del proyecto teatral Yeguas sueltas, inspirado en la mítica protesta que realizaremos junto a Teatro SUR, que se estrenará en junio próximo).  Eva, quien dice haber organizado la protesta, señala que tras esa tarde nunca más se volvieron a ver porque la amenaza policial se agudizó al punto que tuvieron que desaparecer por meses.

La llegada de la dictadura cívico militar extremó la persecución contra homosexuales, sobre todo para los maricones pobres femeninas, las colas, obligándoles a esconder sus identidades y prohibir con la metralleta la libertad de sus expresiones. Muchxs fueron perseguidxs, detenidxs y encarceladxs en centros de detención y tortura. Y si bien los datos oficiales, como el Informe Valech, no contiene registros por casos sobre violaciones a los derechos humanos en base a la orientación sexual, sí existen múltiples antecedentes que dan cuenta que aquellas violaciones existieron.

Marcela confiesa que el mismo día 11 de septiembre fue detenida arbitrariamente por militares en la calle, sólo por manifestar su expresión de género femenina, fue llevada al Regimiento Tacna en donde fue brutalmente golpeada y más tarde trasladada al Estado Nacional, en donde la mantuvieron encerrada por meses. Ella sólo tenía 15 años.

Raquel supo años más tarde que Marcela vivía en Valparaíso y se reunieron. Ambas ahora viven en Santiago. De la Eva se enteraron que estaba viva casi 25 años después. Hoy comparten una historia y amistad que data de más de 50 años. Comprenden observando a la distancia el carácter icónico de aquella protesta cuando eran cabras chicas y les gustaba “el ambiente” de la plaza, donde se querían y protegían. Reconocen que rememorar las repleta de nuevas energías y recuerdos. Se preguntan por el paradero de sus compañeras, a quienes nunca más vieron y desconocen si continúan con vida. Y son parte de una comunidad de personas adultas travestis, trans y colas sobrevivientes que han sido precarizadas sistémicamente.

Las tres sostienen que requieren reparación histórica para sus comunidades. Raquel señala directamente que el Estado debe hacerse cargo de ayudar a la tercera edad, a las adultas mayores trans, porque pese a todas las violencias que recibieron nunca han sido reconocidas como víctimas. La Eva pide ser reconocida en vida y no cuando esté muerta. Marcela pide una salud digna para las personas adultas mayores trans porque ellas están más expuestas.  Recuerdan a las trans que viven en las calles, a quienes ejercen el trabajo sexual, y exigen que tengan ayudas sociales, que se les respete y se les reconozca. Que se consideren sus trabajos. Porque todxs deberían tener derechos.

El periodista y activista Víctor Hugo Robles (El Che de los Gay) consignó esta desconocida protesta como un hito fundacional para la historia del movimiento homosexual en su libro Bandera hueca (2008). Desde entonces, y debido a las múltiples investigaciones sobre archivos homosexuales que han ido reconstruyendo una historia inconclusa, el caso se ha vuelto de interés para los activismos de disidencia sexual, que reconocen en aquella manifestación un hecho político emblemático que debe reivindicarse por su carácter histórico, pero también por el reconocimiento y búsqueda de reparación a las diversidades de adulteces trans-travestis que pusieron sus cuerpos en las luchas. Así como a la búsqueda de verdad, justicia y reparación a quienes desaparecieron producto de las violaciones a los derechos humanos. Y continuar articulando disidencia sexual.

Han pasado 50 años. Nos encontramos en un contexto actual de creciente visibilización de la comunidad LGBTIQA*+ que impacta en la sociedad y en los poderes del Estado, pero que a la vez mantiene una exposición a violencias e injusticias que aún no se erradican.

¿Las comunidades homosexuales empobrecidas pertenecientes a clases populares, son libres del asedio policial y la violencia heteronormativa? ¿Qué pasa con las niñeces homosexuales que deben arrancar de la violencia familiar patriarcal? ¿Dónde van las colitas pobres que escapan de sus homofóbicas poblaciones? ¿Dónde están las adultas mayores trans y travestis sobrevivientes? ¿Qué hemos hecho por todxs ellxs?

Los estudios en torno a Diversidades Sexuales en Chile declaran que son las comunidades trans-travestis quienes representan la mayor precariedad. Y si bien la Ley N° 21.120 reconoce y ofrece protección a la identidad de género, no existe por ejemplo a la fecha ninguna normativa que apoye y regularice la realidad laboral trans-travesti. Según cifras del informe de DDHH del Movilh (www.movilh.cl/documentacion/2022/XX-Informe-Anual-DDHH-MOVILH.pdf), un 65% de personas trans consideran muy difícil encontrar un empleo. Y en Chile aún no existe una normativa que apoye y regularice la realidad laboral trans-travesti (a diferencia de Argentina donde sí existe el cupo laboral).

De ahí que en Chile estas identidades se refugien en trabajos precarizados, y en la gran mayoría de los casos (como hace 50 años) se vean obligadas al comercio sexual (https://radiojgm.uchile.cl/entre-la-identidad-y-el-dinero-la-precaria-situacion-laboral-de-la-comunidad-trans/). Identidades triplemente precarizadas y violentadas por la dominación patriarcal masculina, por ser mujeres, travestis y pobres. Una violencia de carácter estructural y sistémica, como lo señala Alejandra Soto, presidenta del Sindicato de Mujeres Trabajadoras Sexuales Trans y Travestis Amanda Jofré (https://radio.uchile.cl/2021/10/14/sindicato-amanda-jofre-tras-ataque-transfobico-a-alejandra-soto-lo-que-ha-cometido-historicamente-el-estado-de-chile-es-un-genocidio-a-nuestra-comunidad/).

Nuestra historia política de liberación homosexual no se inaugura con varones homosexuales cis-masculinos buscando casarse para obtener privilegios, tampoco se inauguró con la integración del movimiento homosexual a la democracia de los acuerdos del Estado neoliberal, y mucho menos se inició con homosexuales burgueses (hombres y mujeres) queriendo igualarse al orden cultural heteronormativo.

No fue así, sino que se inauguró por adolescentes de extrema pobreza que ni siquiera tenían dónde vivir, colas, travestis y transgéneras callejeras que desafiaron al binarismo de género, que resistieron a la violencia policial-machista de izquierda a derecha, y que recurrieron al trabajo sexual para sobrevivir y gozar.

Ha pasado medio siglo y ese gesto sexodisidente jamás deberíamos olvidarlo. Ese gesto, así como las multitudinarias conmemoraciones del “Pride” del 28 de junio en conmemoración de los disturbios de Stonewall del 69 en New York, protagonizado por travestis latinas pobres y racializadas, también debería llenarnos de “orgullo”. Porque sin memoria no hay orgullo. Y sin orgullo, crítico y anticolonial, no habrá liberación sexual.

Ernesto Orellana G.
Activista de disidencia sexual. Director del Teatro SUR. Próximo a estrenar la obra “Yeguas sueltas”.