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Opinión

El país silente y el nuevo proceso constitucional

Por: Camilo Andrés Domínguez | Publicado: 05.05.2023
El país silente y el nuevo proceso constitucional |
Los políticos interpretan el silencio como signo de victoria y civilidad. Ya lo vimos en los años dorados de la postdictadura, cuando padecimos de una democracia muda, en que las mayorías se expresaron cada tanto y solo en la matemática de las urnas. Ese silencio —bien lo sabemos hoy— no era apenas ausencia.

A casi cuatro años del estallido social, el famoso péndulo se ha movido más de la cuenta. Hoy, en plena restauración conservadora, nos quieren convencer de que en los acontecimientos de 2019 no hubo sino crimen y delincuencia.

Basta con mirar las franjas electorales que dan por televisión, en algunas, el libreto es más o menos así: los desalmados destruyeron el país y ahora es momento de iniciar su reconstrucción.

No debiésemos olvidar que el ciclo de protestas, aparte de saqueos e incendios, fue también edificante. Y en un aspecto súper sensible, que hoy está ausente: la expresión de la ciudadanía.

En aquel entonces, la palabra encendida brotó de las calles y penetró en cabildos, escuelas y hogares. Los no-lugares más insólitos se convirtieron en pequeños parlamentos; en oficinas, micros y esquinas, hombres y mujeres chilenas debatieron sobre el destino de este país.

Tanto así que, durante un tiempo, la “política” dejó de ser asunto de partidos y gobiernos. Recuperó su sentido originario, ya casi olvidado, herencia de griegos y egipcios antiguos: política como la deliberación sobre los asuntos que nos conciernen a todos.

A mi juicio, la potencia del 18-0 no se agotó en promover tales o cuales demandas en la esfera pública. Remeció las placas comunicativas de la sociedad. Quiénes tienen derecho a hablar, qué voces merecen ser escuchadas; esa fue su interpelación más profunda. En esos días de efervescencia, se sospechó de los saberes amparados en títulos: economistas, abogados, diputados. Se valoró, en cambio, la expresión surgida desde cualquier y ningún sitio, el diálogo horizontal. Octubre desordenó las etiquetas sociales. Eso fue lo revolucionario: la activación de una “democracia expresiva”, por largos años acogotada.

Y, como todos sabemos, llegamos a la Convención Constituyente del año pasado. Fracasamos en el resultado, pero este órgano logró encauzar —aunque no toda— una porción relevante de esa energía cívica.

Hoy estamos inmersos en un nuevo proceso constitucional, pero ahora somos espectadores y no partícipes. Son los “expertos” (retornamos a la tiranía de las etiquetas) quienes tienen la voz cantante, y las mayorías silentes pareciera que nos mimetizamos con el paisaje. Los consejeros —sean estos comunistas o republicanos— van a redactar una obra velada; una en que el personaje principal, el que otorga sentido a la historia, estará ausente. Una Carta Magna sin poder constituyente, propia de una democracia sin demos.

El clima que envuelve el proceso es muy diferente al de apenas un año atrás. Si los diarios antes saturaban sus páginas, hoy informan sobre cualquier otro asunto. La novedad es que la ciudadanía carece de interés, que la nueva Constitución no es noticia. La gran noticia es el silencio.

En ausencia de voces de abajo, los que ostentan el poder suelen entregarse a las fantasías más descontroladas, en las que proyectan sus propias ansias de gloria. Libres de presiones aparentes, no hay quien modere la verborrea de la minoría que rige, y a su opinocracia de técnicos y analistas. Esto se ha vuelto a diario evidente. Quienes habían enmudecido en los momentos del peligro, hoy los vemos a sus anchas, hablando y gesticulando en exceso.

Es que en Chile los políticos interpretan el silencio como signo de victoria y civilidad. Ya lo vimos en los años dorados de la postdictadura, cuando padecimos de una democracia muda, en que las mayorías se expresaron cada tanto y solo en la matemática de las urnas. Ese silencio —bien lo sabemos hoy— no era apenas ausencia. Tenía carne, era tráquea y garganta, malestar que carecía de palabras.

El silencio rara vez es lo mismo que nada, por lo general, es testimonio de presencias y carencias. En el pasado conocimos el que, forzado por el peso de las armas, se transformó en costumbre y tuvo vigencia hasta mucho después de 1989.

Hoy reina un silencio distinto, selectivo y voluntario. ¡Es que adrede, enmudecemos, pudiendo manifestar algo! Es el acto intencional —político, podemos añadir— de mantener la boca cerrada.

Porque los seres humanos poseemos el habla, no decir nada significa algo. Hoy, a las puertas de una nueva elección, la interrogante de mayor envergadura es qué palabra implícita hay en este silencio sepulcral. Si acaso otorga —según dice el refrán—, desprecia o engaña.

Camilo Andrés Domínguez
Historiador. Vive en Ciudad de México.