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Narco-animitas: religiosidad popular y criminalidad

Publicado: 30.05.2023

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En medio de la agitación de la vida criminal, a veces surge un fenómeno sorprendente: las animitas. Estos centros de recuerdo, donde la religiosidad popular se entrelaza con la fugacidad de la vida delictiva, no son exclusivos de los llamados narco-mausoleos de hoy en día.

Un ejemplo de este fenómeno tuvo lugar en Traiguén durante la primera mitad del siglo XX. En esta localidad de la Araucanía “Rafaelito” Peña Carrillo fue fusilado por el asesinato de un hombre en la localidad de Carahue. Y lo que comenzó como la tumba de un criminal se convirtió con el tiempo en animita, uno más de esos centros de la religiosidad popular chilena. Y, al igual que este caso, abundan los lugares donde las personas recurren a la supuesta capacidad milagrosa de ladrones y asesinos.

Es interesante destacar que la asociación de esta nueva variante de la animita con la criminalidad y la estética del narcotráfico plantea interrogantes fascinantes sobre estas expresiones de la religiosidad popular. Si los traigueninos no son juzgados por venerar a un criminal, ¿por qué deberíamos desestimar las llamadas narco-animitas? Estas manifestaciones, aunque vinculadas a la delincuencia, siguen siendo una forma válida de expresión cultural y religiosa.

Además, resulta innegable la conexión histórica entre la criminalidad en los sectores populares y el fenómeno de las animitas. Oreste Plath, conocido compilador de folklore y religiosidad popular chilena, en su libro dedicado a este tema L’Animita, enumera algunas animitas erigidas en memoria de criminales, dos de ellos recordados por la brutalidad de sus acciones: Émile Dubois, uno de los primeros asesinos en serie en Chile y el Chacal de Nahueltoro, reconocido asesino de una mujer y de los hijos de esta.

Al considerar los problemas de seguridad pública relacionados con el surgimiento de las narco-animitas, es legítimo plantear preocupaciones legítimas. No obstante, es importante recordar que la religiosidad popular no se puede generalizar ni limitar a un solo aspecto. Retomando a nuestros ejemplos, y a diferencia de las narco-animitas en donde se producen situaciones de violencia y conflicto, las animitas de los criminales mencionados son lugares de fe y esperanza.

No podemos olvidar que Dubois se convirtió en un santo popular, considerado por muchos como el patrón de aquellos sentenciados injustamente por crímenes que no cometieron, según Plath. Otra interpretación sugiere que fue canonizado por representar la ira popular contra aquellos que abusaban de los trabajadores y los menos afortunados.

De manera similar tenemos el caso del Chacal de Nahueltoro, quien desde su muerte ha inspirado adoración popular debido al camino de redención que experimentó en la cárcel, un aspecto que fue magnificado tras el estreno de la película dirigida por Miguel Littin.

Los casos del ya mencionado «Rafaelito» en Traiguén, o el de Emilio Inostroza en Temuco, son más complejos de explicar. Criminales ambos, específicamente asesinos y bandidos, que fueron fusilados en la Araucanía durante las primeras décadas del siglo XX. El caso de Emilio, al menos, ha sido analizado en profundidad por Patricio Riquelme, quien observó que los creyentes en este santo popular atribuyen su capacidad milagrosa a la injusticia de su castigo, ya que se dice que este bandido, al igual que el Chacal, se arrepintió de sus crímenes.

Por el contrario, las narco-animitas, aunque forman parte del fenómeno más amplio descrito aquí, adquieren su carácter «sagrado» exclusivamente por su conexión con la actividad30 delictiva, sin considerar la redención personal a través del arrepentimiento.

Esto conlleva una serie de problemas que atraviesan la identidad cultural y la seguridad pública. En pocas palabras, morir mientras se comete un acto delictivo se convierte en un acto de martirio.

En definitiva, las animitas son una expresión arraigada en la historia y cultura chilena, estrechamente vinculadas a la criminalidad. Por lo tanto, las narco-animitas no son más que una nueva manifestación de este fenómeno cultural. Debemos entenderlas como un reflejo complejo de la religiosidad popular y su interconexión con la historia. Al comprender esta conexión, podemos analizar y abordar los desafíos de seguridad pública de manera más informada.

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