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Andrés Bello, pasión y pesadumbre del orden

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 03.06.2023
Andrés Bello, pasión y pesadumbre del orden |
El orden de Andrés Bello, encarnado en el régimen formalmente republicano, pero abiertamente antidemocrático de 1833, era una expresión de la aristocracia territorial para garantizar su tranquilidad, y no ser alterada por el “elemento democrático”.

La publicación reciente del epistolario de Andrés Bello (2022) permite ahondar en el mundo interior del sabio constitucional de 1833.

Su correspondencia advierte un carácter tímido y desazonado. Su compatriota José Ángel Álamo le escribe: “[Querido] Bello, abandona ese carácter vidrioso que tienes” (Epistolario, 168). Vidrioso: que fácilmente se resiente, enoja o desazona.

En 1810 viaja a Londres, sede del mundo capitalista. Su situación económica y familiar es inconsistente. En 1826 se lamenta con Simón Bolívar: “[Mi] constitución, por otra parte, se debilita; me lleno de arrugas y canas; y veo delante de mí, no digo la pobreza, que ni a mí, ni a mi familia espantaría, pues ya estamos hechos a tolerarla, sino la mendicidad” (Epistolario, 211). Se siente rodeado de enemigos. En 1827 le escribe a Antonio José de Irisarri: “No hay para qué pensar en que yo pueda tener un día de paz con nadie ni menos con mis propios compatriotas, que después de abandonarme, todavía parecen dispuestos a humillarme” (Epistolario, 214). También confiesa su ruptura de relaciones con Mariano Egaña: “[No] es el señor Egaña un hombre de natural tranquilo ni de carácter sincero […], se ha permitido indiscreciones que no he podido soportar” (Epistolario, 154-155). No oculta su recelo de ir a Chile en 1825: “[Me] es duro ir a morir en el polo antártico entre los toto divisos orbe chilenos [“chilenos divididos en todo el mundo”], que sin duda me mirarían como un advenedizo” (Epistolario, 152).

¿Cuál es la definición política de Bello?

La pasión por el orden, frágil creatura de un propósito colonial. Su hermano Carlos le dice en 1827: “Nuestras cosas de mal en peor; muchos tienen su esperanza en Bolívar, pero yo no espero en nada porque el mal está en nuestra sangre” (Epistolario, 230). Bello apuesta por las monarquías europeas. En 1821 se aparta del ideal republicano: “[La] monarquía (limitada por supuesto) es el gobierno único que nos conviene y que miro como particularmente desgraciados aquellos países que por sus circunstancias no permiten pensar en esta especie de gobierno” (Epistolario, 131).

Concuerda con la política de los cancilleres británicos Canning y Palmerston, fervientes partidarios de la monarquía constitucional en América. Bello asiste a la ‘traslación imperial’ entre el agotado orden español y el vigoroso orden imperial con sede en Londres. Es el relevo del orden político de Europa occidental. Desde la ‘city’ desafía a Simón Bolívar: “No me tomo la libertad de dar consejo a V.E. Esto sería el colmo de la presunción. Creo solo cumplir con una de mis obligaciones exponiéndole sencillamente el estado de las cosas en esta gran metrópoli del mundo mercantil” (Epistolario, 237).

En 1829 Bello llega a Chile, el lugar al que no quería venir. Apenas se instala tiene adversarios notorios en el jocoso José Joaquín de Mora y el ágil e incansable José Miguel Infante. José Victorino Lastarria, su díscolo discípulo, conserva la imagen del maestro como un profesor serio, impasible y terco. Hablaba sin mover un músculo de sus facciones, hasta que un alumno ocurrente lo hacía reír, olvidando su seriedad.

Domingo Faustino Sarmiento empleó dejos humorísticos en sus contrapuntos con Bello. El jurista procuró hacer del ex Reino de Chile o, en particular, de la antigua sede de la administración castellana, un progresista mundo ‘made in England’. Escribe en 1856: “¿Creerá V. que circulan en Santiago para la exclusiva comodidad de sus habitantes más de 400 carruajes de todas formas y tamaños, algunos de ellos muy elegantes? Yo lo estoy viviendo y apenas lo creo. No hay calle en que no se levanten grandes y magníficos edificios” (Epistolario, 581).

Bello no ignora que estos adelantos tienen un origen aplastante: el protagonismo de los ricos. En 1846 dice: “Yo miro, amigo mío, como la áncora de salud en nuestras jóvenes repúblicas la influencia de los propietarios. No está en otra cosa el buen suceso de las instituciones de Chile” (Epistolario, 438). Los ciudadanos son los propietarios. No es para proletarios el ejercicio de los derechos civiles (El Araucano, 4 de enero de 1831).

Su hijo Carlos y sus amigos son timoratos conservadores. Ramón Luis Irarrázaval, embajador de Chile en la Santa Sede, le describe el ambiente político de Europa en 1849: “Perdidas las cabezas de los primeros estadistas, de los hombres más experimentados; erguidas, al contrario, las de los sectarios de doctrinas antisociales, devastadoras, y que sólo tienen de bueno el ser imposibles”, etc. (Epistolario, 469). Su primogénito lamenta la política chilena en 1850: “Veo en juego doctrinas muy peligrosas […]. El gran partido del orden ha desaparecido […]. Todos invocan reformas. Uno y otro marchan por una resbalosa ladera. No los entiendo” (Epistolario, 485).

El orden de Andrés Bello, encarnado en el régimen formalmente republicano, pero abiertamente antidemocrático de 1833, era una expresión de la aristocracia territorial para garantizar su tranquilidad, y no ser alterada por el “elemento democrático”, como reconoció el representante de Francia en Chile Henry de Cazotte en la década de 1840.

Este ordenamiento no toleró las costumbres populares chilenas. Las chinganas, alegres y desenvueltas, admiradas en su colorida sociabilidad por la inglesa Mary Graham, son para Andrés Bello una amenaza anárquica al Estado. Sus denuncias parecen las de un corregidor colonial en el periódico El Araucano, el “araucano monarquista”, como diría chanceando José Miguel Infante. “Allí los movimientos voluptuosos, las canciones lascivas y los dicharachos insolentes hieren con vehemencia los sentidos de la tierna joven” (El Araucano, 7 de enero de 1832).

¡Cuánta huella dejó en Bello la civilización aprendida en Gran Bretaña e impuesta desde el liliputiense Chile aristocrático!

El redactor de los mensajes presidenciales en los decenios de Prieto, Bulnes y Montt escribió con pesimismo al tratar el peliagudo tema de la “civilización de los Araucanos”. ¿Cómo sacar de la barbarie a los tenaces, obstinados bárbaros? Apartándose de la amable filantropía propuesta por Ignacio Domeyko, dictaminó Bello en 1846: “La historia del género humano da lecciones bien tristes. La guerra ha ido siempre a la vanguardia de la civilización y le ha preparado el terreno; y cuando se ha principiado por el comercio, no se ha hecho más que preludiar a la guerra; esparcir semillas de discordias, que brotan al fin en hostilidades sangrientas. Todos los gérmenes de la civilización europea se han regado con sangre” (Obras completas, Caracas, XVIII, 842-843).

Ese mismo año un movimiento de protesta, con el resultado de numerosos detenidos, destruyó los locales de El Araucano a los gritos de ‘¡Abajo los ricos!’ (Jorge Edwards, “El decenio de Bulnes a través de los archivos del Quai d’Orsay”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 33, 74, 1966).

Gabriela Mistral no dudó en considerar al sabio Bello como un reconocido partidario de los capitalistas de Chile. “[Como] aquél era amigo de los capitalistas, no quiso salvar a Bilbao, a la hora del destierro, él, que era el único que podía” (Cecilia García Huidobro, Moneda dura. Gabriela Mistral por ella misma, 2007, 142).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.