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Opinión

Cinco preguntas fundamentales para imaginar más allá de la izquierda

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 01.01.2024
Cinco preguntas fundamentales para imaginar más allá de la izquierda Imagen referencial | Agencia Uno
Aquí la gran dificultad, aquí el gran riesgo y el gran miedo: ¿somos capaces, en serio, de pensar más allá de la izquierda sin abandonar nunca los principios heredados por los Recabarren, los Allende o las Gladys Marín? ¿podemos articular en tres o cuatro conceptos nuevos la figuración de un proyecto político que nos permita recuperar el aliento, al menos, de la disidencia, de las ideas, de la palabra y la escritura?, son algunas de las interogantes.

Creo que no es la hora de balances sino de admitir; no es tiempo para predicar ni disparar promesas.

Sería el momento de fraguar una potencial politización de la decepción, de la pérdida de los referentes político-cardinales y de nuestra(s) identidad(es).

Hoy caminamos descoordinados por una ruta embriagada, narcótica, y nos cuesta salir del mareo tormentoso que nos impide recuperar el equilibrio; somos parte de un tiempo histórico donde lo que define todo es la inestabilidad de los sentidos y una no menor tristeza; ahí donde no hay romance sino un cinismo pragmático que nos arroja a un contexto insoportablemente saturado de realpolitik; rehabilitado en la diplomacia de los acuerdos y en la perturbación cognitiva en la que nos dejó todo el largo proceso constitucional que terminó, al menos oficialmente, con el plebiscito del 17 de diciembre.

Es el eterno retorno de lo mismo, ahora, eso sí, ecualizado en frecuencia posneoliberal, que no es otra que la archi-legitimación del neoliberalismo propiamente tal.

Pareciera que regresamos a los 90 y al dúctil consenso; nos vitalizamos nuevamente en las transas y en las resignaciones instrumentales de “la izquierda”, así como en la coronación casi definitiva del fantasma josepiñerista-guzmaniano que más que espectro es contingencia; presencia activa y restituyente de nuestra condición típica, de la tradición incombustible que es capaz de metabolizar la irrupción desbordante de una Revuelta en legitimación radical del imaginario portaliano-guzmaniano.

Y es en este punto que, considero, es necesario insistir sobre las implicancias de enunciar aquello que llamamos “la izquierda”. Entonces habría que intensificar las preguntas: ¿qué izquierda? ¿cuál es el significado y el significante de esta palabra vaciada de tradición y densidad históricas? ¿tiene la izquierda, más allá del léxico folclórico que se le adhiere, una traductibilidad política efectiva en la que sus impulsos valóricos originales resignifiquen en el Chile posneoliberal? ¿cuán de izquierda nos seguimos considerando después de la infausta alquimia que transformó los principios de la Revuelta de Octubre en el tinglado súper oportuno para la Restauración Conservadora? Finalmente, ¿hay izquierda ahí donde lo que se ha afianzado es la canonización del libremercadismo en su versión, nunca antes, tan legitimada?

Porque hablar de “la izquierda” no es solo referirse a una palabra, o a una suerte de toponimia que identifica a quienes, en simple, no son de derecha. “La izquierda” no es el derivado puramente ideológico-referencial de una comunidad de individuos que dicen compartir un entramado de valores comunes y que apuntarían, al menos en el plano lexical, a hacer de la igualdad y de la justicia social su horizonte.

Tampoco deberíamos anexarla a la sensacional capacidad adaptativa y de concesión que demuestra toda vez que la derecha la acorrala obligándola a asumir sus faltas, a pedir perdón por sus pecados veniales o mortales, a monumentalizar a dilectos héroes transicionales en el frontis del palacio de La Moneda.

No, no solo es eso. “La izquierda” también y sobre todo, debería espejearse en la alternancia de imaginarios diversos que, más allá de la diferencia en las reivindicaciones, puedan dar con mínimos comunes que soporten la disputa, evitando así la multiplicación de diferentes intra-hegemonías que no convocan sino que dispersan.

El discurso ambientalista, las reivindicaciones de género, las disidencias sexuales, la querella de los pueblos originales, en fin, todas inmediatamente justas, por cierto, no han sabido activarse desde el reconocimiento de una plataforma colectiva, y más bien se han disgregado en la autorreferencial búsqueda de respuestas a sus propias e íntimas solicitudes de grupo.

No obstante, lo más relevante, según lo veo, es que “la izquierda” debiera ser una opción por la transformación permanente; una que no suture ni se conjure en el jubileo de los pactos y los consensos. Ser de izquierda sería, así como la derecha sabe hacerlo, no transformar las convicciones más profundas en una mano de póker, en un juego de dados.

No se trata de abdicar a ultranza del genoma político cotidiano que siempre supondrá concesiones y permutas, sino de que estas no sean la turbina que dinamiza el ser de izquierda, por el contrario, que sean los principios más allá de los discursos los que irradien una cierta identidad en el centro de una sociedad restaurada como la chilena en su ya, a esta altura, clásico canon conservador.

Pues bien, lo anterior simplemente se evaporó, y lo que nos queda es despejar la maleza de un proyecto que no se deja ver, que se disipa en el éter pactista y que no se evidencia en partido político alguno.

Todo esto no es un llamado a una nueva Revuelta –por ahora– sino que una invitación a pensar y a densificar un tipo de reflexión donde resignificamos la noción de izquierda radicalmente o, sin más, apostar por otro tipo de configuración socio-política y cultural que nos desafíe a la luz de las nuevas membresías que ha parido el Chile posneoliberal.

Aquí la gran dificultad, aquí el gran riesgo y el gran miedo: ¿somos capaces, en serio, de pensar más allá de la izquierda sin abandonar nunca los principios heredados por los Recabarren, los Allende o las Gladys Marín? ¿podemos articular en tres o cuatro conceptos nuevos la figuración de un proyecto político que nos permita recuperar el aliento, al menos, de la disidencia, de las ideas, de la palabra y la escritura?

Decía al principio que este no era un balance, más bien difiere como un diagnóstico general que pretende dar cuenta del vacío de una época y de la dificultad de insistir y densificar nuevas zonas políticas, todas ellas, más allá de la izquierda.

Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad Católica del Maule.