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Opinión

La guerra es la continuación de la guerra

Por: Javier Agüero Águila | Publicado: 17.03.2024
La guerra es la continuación de la guerra Imagen referencial – Banderas Palestinas | AGENCIAUNO
Aunque la guerra sea incombustible y se consume sistemáticamente como el ominoso mecanismo impreso en la historia, siempre nos quedará un resto, un margen de resistencia en el que podamos levantar la voz de cara a la sutura de la dignidad humana; decir y disentir, permanecer, al fin, abrazados a una contrapalabra que -cuando menos-, revele nuestros utópicos anhelos de un mundo diferente.

En el curso dictado entre fines de 1975 y mediados de 1976 en el Collège de France, titulado La genealogía del racismo, Michel Foucault sostiene que “(…) incluso si se escribiera la historia de la paz y de sus instituciones, no se escribiría otra cosa que la historia de la guerra”. El texto foucaultiano, como se sabe, ha sido muy analizado y las interpretaciones son múltiples.

En este sentido, no es desproporcionado pensar que siempre hemos estado en guerra y que la historia es la guerra y al revés. Que incluso en los supuestos momentos de paz civil, de belle époque o ahí donde las máquinas monitoreadas por el deseo destructivo de líderes tanáticos han pasado a reposo, a un estado “frío”, ellas mismas no están sino metabolizando una nueva agencia, su contingencia próxima y el desate de “novedosas estrategias” de muerte.

La guerra no es excepcional, no es una suspensión momentánea o aleatoria en el devenir de una humanidad cuyo estado permanente sería la paz, no. La guerra nos es inmanente, nos viene adherida y, aunque triste, ella ha sido el régimen más estable, el canon siempre en curso. Como planteaba Zizek, pasamos de “la guerra fría a la paz caliente”, y la ilusión kantiana de “la paz perpetua” no sería más que eso, un mundo ilusorio, mitológico. (¿cuándo no hemos estado en guerra?)

Como sea, todos los lapsus de tiempo sin guerra parecen ser variantes de la guerra propiamente tal; pausas en que la humanidad detiene su tendencia natural a la destrucción para reevaluar las próximas enajenaciones de nuestro delirio expansivo. La paz es una circunstancia, la guerra es contingencia y horizonte siempre en acecho, y es aquí donde se generan las condiciones para cualquiera sea la forma que tome el ejercicio del poder.

La guerra funda todo orden político

Según la ONU, solo durante el siglo XX se cuentan más de 150 guerras en todo el planeta, dos de ellas mundiales. Del mismo modo, y más allá de que la brutalidad de los genocidios de Hitler, Stalin y Mao Zedong son casi sin concepto y fichan en otro registro, también se reconocen en esta “categoría”: el de República Dominicana (30 mil muertos en 6 días); Namibia (70 mil en 3 años); Chechenia (200 mil en 1 año); Japón (400.000 en 2,5 meses); Grecia (1 millón en 4 años); Asiria (750.000 en 4 años); Ruanda y Burundi (1 millón en tres meses); Camboya (2 millones en 4 años); Armenia (2,25 millones en 10 años).

Al día de hoy somos espectadores de un genocidio en despliegue; una suerte de saga cotidiana y macabra que podemos seguir prácticamente en vivo (en el mismo momento que escribo este texto niñas/os, mujeres y hombres inocentes están siendo asesinados). Nos referimos, por supuesto, al asedio criminal que el Estado de Israel perpetra contra el pueblo palestino en Gaza, y que al parecer no se detendrá hasta que este mismo pueblo desaparezca o hasta que las potencias intervengan de facto, abandonando la zona de confort del relato solidario y la sola entrega de pertrechos.

Un poco más arriba en el globo aparecen las amenazas de Putin con desatar una guerra nuclear si es que la OTAN se sigue ampliando (Finlandia y Suecia se acaban de sumar) y apoyando a Ucrania. Lo que resultará de esto –independiente de quien gane– es una reconfiguración del orden mundial.

De imponerse Rusia, Putin no se detendrá y continuará su expansión hacia el oriente en donde una potencial coordinación con China desataría una fuerza política, militar y nuclear sin proporciones ni antecedentes (sería prácticamente la mitad del planeta). De ganar Ucrania –lo que se vislumbra poco probable– significaría la confirmación del poderío de la OTAN y específicamente de EEUU, que definitivamente establecería una hegemonía global sin contrapeso. En fin, gane quien gane la guerra lo que viene es otra guerra.

Entonces, siempre tras la huella de Foucault, asumimos que la historia es desoladora, infame. La guerra es la continuación de la guerra, y por encima de cualquier contexto, sus condiciones de posibilidad habitan en su esencial capacidad reproductiva. No importa que se trate guerras de orden religioso, territoriales, raciales, económicas o todas estas razones juntas; se trata de ella en intenso, de la guerra y sus intestinos, de su inseminación pavorosa en la historia de la humanidad y a la que, hasta el momento, no hemos podido enfrentar más que con otras guerras… y así.

Ahora, aunque la guerra sea incombustible y se consume sistemáticamente como el ominoso mecanismo impreso en la historia, siempre nos quedará un resto, un margen de resistencia en el que podamos levantar la voz de cara a la sutura de la dignidad humana; decir y disentir, permanecer, al fin, abrazados a una contrapalabra que -cuando menos-, revele nuestros utópicos anhelos de un mundo diferente.

Javier Agüero Águila
Doctor en Filosofía. Académico de la Universidad Católica del Maule.