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Opinión

La guerra: El pensamiento patriarcal desde el ideal grecolatino hasta el siglo XX

Por: Maximiliano Salinas | Publicado: 10.04.2024
La guerra: El pensamiento patriarcal desde el ideal grecolatino hasta el siglo XX | James Gillray (1757-1815). The Plumb-pudding in Danger. 1805
Están a la vista las limitaciones del pensamiento patriarcal de raíz grecolatina y europea en el horizonte de la humanidad del siglo XXI. El tiempo de la historia concebido como conflicto, lucha, desarmonía no tiene salida. En 1965, al iniciarse el bombardeo occidental en Vietnam, el Papa Pablo VI protestó en la asamblea de las Naciones Unidas: “Nunca más la guerra”.

El pensamiento patriarcal adquirió un protagonismo determinante en el Occidente de enunciación antropocéntrica y androcéntrica. La narrativa o mitología del conflicto entendió la guerra como un componente imprescindible de la civilización. La historia enseñada en los manuales escolares lo expresó sin reparo: “la guerra es normal” (T. Oteíza, D. Pinto, En (re)construcción: discurso, identidad y nación en los manuales escolares de historia y ciencias sociales, Santiago, 2011, 77).

La discordia, la desarmonía fue estimada el fundamento de lo real humano. “La guerra es el padre de todas las cosas” (Heráclito). La guerra de Troya comienza con el femicidio de Ifigenia, sacrificada por su padre Agamenón (Esquilo). “El hombre es un lobo para el hombre”, sentencia el pensamiento latino antes de Cristo (Plauto). Para defender el imperio cristiano, y la imagen turbadora de un Cristo armado, el monoteísmo medieval sustenta la teoría de la guerra justa (Agustín, Tomás de Aquino).

Este pensamiento Europa lo expande a sus colonias en el siglo XVI: “[La] guerra es de derecho de las gentes / y el orden militar y disciplina / conserva la república y sostiene / y las leyes políticas mantiene” (Ercilla, La Araucana). En el siglo XIX las excolonias españolas asumen resignadamente el pensamiento político occidental cristiano: “La historia del género humano da lecciones bien tristes. La guerra ha ido siempre a la vanguardia de la civilización y le ha preparado el terreno […]. Todos los gérmenes de la civilización europea se han regado con sangre”. (Andrés Bello, Obras completas, Caracas 1982, XVIII, 842-843).

En el siglo XX, en medio de las guerras mundiales, la intelectualidad europea reflexionó sobre el destino de la humanidad: “Los hombres no son criaturas amables, que quieren ser amadas, que a lo sumo pueden defenderse si son atacadas; son, por el contrario, criaturas entre cuyas dotes instintivas se debe contar con una parte poderosa de la agresividad. Como resultado, su prójimo es para ellos no sólo un ayudante potencial u objeto sexual, sino también alguien que los tienta a satisfacer su agresividad, a explotar su capacidad de trabajo sin compensación, utilizarlo sexualmente sin su consentimiento, apoderarse de sus bienes, humillarlo, causarle dolor, torturarlo y matarlo. Homo homini lupus. ¿Quién, frente a toda su experiencia de la vida y de la historia, tiene el coraje de disputar esta afirmación?” (Sigmund Freud, El malestar en la cultura, 1930).

Durante la Guerra Fría se enseña en el Collège de Francia: “La guerra es la que constituye el motor de las instituciones y del orden: la paz, hasta en sus mecanismos más ínfimos, hace sordamente la guerra. En otras palabras, detrás de la paz se debe saber ver la guerra; la guerra es la cifra misma de la paz. Estamos entonces en guerra los unos contra los otros: un frente de batalla atraviesa toda la sociedad, continua y permanentemente, poniendo a cada uno de nosotros en un campo o en otro. No existe un sujeto neutral. Somos necesariamente el adversario de alguien”. (Michel Foucault, Genealogía del racismo o Hay que defender la sociedad, Cours au Collège de France, 1975-1976).

En 1985, al conmemorarse los cuarenta años del fin de la Segunda Guerra Mundial, un pensador alemán afirmó con absoluta intranquilidad: “En la actualidad podemos decir que, en caso de un conflicto bélico, el hecho de que los Estados se invadan mutuamente se ha convertido ya en una tradición casi inherente a la humanidad y, por lo tanto, a la humana conditio, al destino ineludible de los hombres. […]. Porque, no lo olvidemos: la guerra es en definitiva una institución social, una práctica reproducida una y otra vez por los hombres, y por esto mismo no puede ser eliminada porque la costumbre está demasiado enraizada en las estructuras de la personalidad; tanto la costumbre del odio como la de dirimir conflictos internacionales mediante el empleo de la fuerza militar”. (Norbert Elias, Humana conditio. Consideraciones en torno a la evolución de la humanidad, Barcelona, 1988).

Están a la vista las limitaciones del pensamiento patriarcal de raíz grecolatina y europea en el horizonte de la humanidad del siglo XXI. El tiempo de la historia concebido como conflicto, lucha, desarmonía no tiene salida. En 1965, al iniciarse el bombardeo occidental en Vietnam, el Papa Pablo VI protestó en la asamblea de las Naciones Unidas: “Nunca más la guerra”.

En 1991 Nicanor Parra hizo un conjuro ante la duración conflictiva y aflictiva del tiempo en su discurso de Guadalajara, México, Mai mai peñi:

«Doy x finiquitado el siglo XX

Good bye to all that

Hasta cuándo señoras y señores

In nomine Patri

Et Filii

et Spiritus Sancti

Doy x inaugurado el siglo XXI

Fin a la siutiquería grecolatinizante

Venga el bu

No + mentiras piadosas […]«

(Mai mai peñi. Discurso de Guadalajara, 1991, Obras completas, 2011, II, 604).

Maximiliano Salinas
Escritor e historiador. Académico de la Facultad de Humanidades de la USACH.