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Sean Connery o la imposición de la violencia misógina en la pantalla grande

Por: Antonia Piña, filósofa feminista | Publicado: 09.11.2020
Sean Connery o la imposición de la violencia misógina en la pantalla grande |
El mayor éxito de Sean Connery es el personaje James Bond, que instaló de manera subrepticia una cultura de la aceptación de la violencia misógina en el reinado de la heteronorma: los hombres blancos buscan el éxito material capitalista a través de hazañas absurdas y vacías, logrando con ellas la obtención de mujeres para su placer y goce sexual.

El pasado 31 de octubre muere a los 90 años de edad el célebre actor Sean Connery. Deja atrás medio siglo como actor influyente de la cultura pop del cine familiar de Hollywood, ideado para entretener y acompañar a millones de familias en gran parte del mundo. Películas como James Bond, Robin y Marian, El nombre de la Rosa, Highlander o Indiana Jones; son solo una muestra de grandes producciones cinematográficas que siguen evocando (a quienes vivimos estas épocas) instancias en familia, donde las historias atrapantes de acción nos seducían colectivamente. 

Sin embargo, esta forma de entender el cine oculta un portal que abre el universo soterrado de representaciones violentas patriarcales que es bueno dejar de invisibilizar. Hagamos el gesto consciente de dejar atrás el concepto asceptizado y neutro del entretenimiento del cine gringo, y desnudemos el poder de la industria del cine que impone representaciones de “lo normal” influyendo y delineando los comportamientos sociales desde una forma sutil de poder (a veces subliminarmente), que ha naturalizado intencionalmente el ordenamiento desigual del patriarcado capitalista mundial. 

Todas las películas antes nombradas tienen un común denominador: son narraciones que establecen una realidad de guerra y de conflicto, donde los personajes principales (aquellos que realizan hazañas violentas en medios hostiles en un bosque, en la ciudad, en la Edad Media o los años 60) son dueños de la historia y del porvenir de la humanidad, y por tanto, merecen un pago a su sacrificio y el honor de caballeros. 

Conquistar territorios, culturas y mujeres

Sean Connery es un icono en esta forma de entretener, de películas que parten desde la perspectiva de hombres blancos coloniales que ostentan el poder de una clase por sobre las otras (a excepción del personaje Robin Hood). De héroes imprescindibles que de manera jerárquica resuelven solos el misterio, siempre necesitando lacayos subalternos que finalmente poco aportan a la resolución de la trama. Conquistar territorios, culturas y mujeres (pensadas como premios de guerra) son formas patriarcales aceptadas por prácticamente todas las películas hollywoodenses. Es por esto, que los personajes femeninos de estas películas, orbitan alrededor de los deseos de sus protagonistas (las “chicas Bond” son un claro ejemplo de esta vacuidad de personajes femeninos en el cine hegemónico) y la mujer se transforma en un objeto de deseo, en personajes sin alma, en un ser para otros hombres nunca para sí. 

El mayor éxito de Sean Connery es el personaje James Bond, que instaló de manera subrepticia una cultura de la aceptación de la violencia misógina en el reinado de la heteronorma: los hombres blancos buscan el éxito material capitalista a través de hazañas absurdas y vacías, logrando con ellas la obtención de mujeres para su placer y goce sexual. James Bond licenciado para matar vive en un oasis de herramientas para lograr sus fines, y nada ni nadie merece respeto, atención o cuidado. ¡Viva el reinado del capitalismo sin relaciones de amor y de respeto! Instalando el imaginario de asimetrías naturalizadas, donde todo y todes somos medios utilizables para un fin de apropiación, de gasto o de consumo perpetuo.

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Abriendo este portal donde el patriarcado se muestra desnudo, observamos que hay una relación entre estas representaciones ficcionales (entre quienes crean y sostienen estos imaginarios) y las aberraciones que suceden tras bambalinas, donde se ejercen opresiones violentas y relaciones de dominación. Los equipos humanos compuestos por escritores, productores, realizadores, actores, técnicos y un sinfín de otras profesiones al interior de la industria, conocían en su gran mayoría las actitudes misóginas de Hitchcock o los abusos aberrantes de personajes como Harvey Weinstein (que son ejemplos y reflejo de la norma y no la excepción).

No nos sorprende el verdadero rol de la industria cinematográfica gringa hegemónica que, hasta hace poco, ocultó sistemáticamente las historias de mujeres, disidencias, de otras culturas y proyectos socio-políticos fundamentales. La doble cara del cine patriarcal ya está al descubierto: este produce invisibilización de los abusos tanto al interior de sus narrativas, como afuera de ellas. Y lo que es peor, produce seres humanos que como personajes de estas películas, acogieron el abuso como una forma de vida aceptable. 

Golpear a una mujer

Sean Connery será reconocido sin duda como un actor icono del cine del siglo XX, pero también lo recordaremos inmerso en esta máquina aceleradora violenta de la producción fílmica patriarcal. En pleno auge de su carrera en 1965 declaró a la revista Playboy: “No creo que haya nada particularmente malo en golpear a una mujer, aunque no recomiendo hacerlo de la misma manera que golpearías a un hombre. Una bofetada con la mano abierta está justificada si todas las demás alternativas fallan y ha habido muchas advertencias”. “Si una mujer es una perra, o una histérica, o con una mentalidad sanguinaria… Creo que un hombre tiene que estar un poco adelantado, por delante de la mujer. Realmente lo hago en virtud de la forma en que está construido un hombre. Pero no me llamaría sádico”.

La memoria nos sirve como vínculo entre la ética y la política, pensadas ambas como formas consensuadas del cómo queremos vivir. Esperamos que en el futuro podamos crear cine y cultura sin reproducir con ello tanta violencia.  

 

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