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Vivir en pausa: la historia de Nancy Cortez que la llevó a ser una referente del feminismo

Por: Francisca Varea y Javiera Mora | Publicado: 07.03.2022
Vivir en pausa: la historia de Nancy Cortez que la llevó a ser una referente del feminismo NANCY CORTEZ |
Desde el femicidio y la desaparición de su hija, Paola Alvarado, en noviembre de 2018, Nancy vive con la esperanza de encontrarla. Su historia recorre un camino de injusticias y negligencias que la llevaron a gritar en las calles por las mujeres víctimas de violencia machista. Hoy, es una activista que viaja por Chile entregando apoyo y contención a madres que han vivido lo mismo.

Son las 18.30 del viernes 21 de enero de 2022 y Nancy Cortez (56) hace una seña con su mano para que caminemos hacia donde está. Nos espera afuera de una casa en la comuna de Peñalolén. El encuentro era inicialmente en su domicilio, pero a último momento cambió la locación con una cuadra de diferencia. Nos recibe de forma cálida y serena: “Esta es la casa de mi hija, Paola, preferí que nos juntáramos acá para estar más tranquilas”.

Al ingresar, la mesa del comedor está puesta para tres: hay tazas para tomar el té y sopaipillas que hizo durante el día. “Hace como seis meses que no venía para acá y, como venían ustedes, me puse a limpiar, a sacudir, porque estaba lleno de polvo. Igual me cuesta”, expresa con una débil sonrisa en su rostro.

Paola Alvarado tenía 34 años cuando desapareció el 9 de noviembre de 2018 en Curacautín, en la región de La Araucanía. Era técnica en administración de empresas y tenía un hijo, en ese entonces, de 17 años. Ante la frustración y depresión de no conseguir un empleo decidió dedicarse al trabajo sexual, labor desconocida por su familia. “Ella me decía que trabajaba con una corredora de propiedades, que tenía que viajar a ver unas casas. Nunca sospeché y nunca imaginé a lo que se dedicaba mi hija”, cuenta Nancy.

Su rostro se ilumina cuando recuerda a Paola. Dice que en su infancia era muy cariñosa y que durmió con ella hasta los 15 años. La describe como una mujer que no demostraba su edad: “Cuando nos conocían me preguntaban: ‘¿Tu hija? ¿En serio?’ Yo soy morena y ella muy blanca. Era chiquitita, media rubia, se hacía visos. Era muy limpia, tenía su casa impecable, sus cosas todas muy bien arregladitas”.

Nancy, además de Paola, tiene un hijo de 15 años. Es costurera y siempre ha trabajado en su casa, lo que le permitió forjar una gran relación con su nieto al vivir en el mismo sector: “Prácticamente, el niño se crió al lado mío. Eso lo agradezco harto. Siempre estuvo conmigo, porque si no estaba la mamá, estaba yo”. Cada vez que Paola viajaba, era Nancy quien se quedaba con su hijo. “Yo feliz de quedarme con el niño, era mío”, comenta. Le pedía a su hija que le avisara cuando iba a volver a Santiago, pero la última vez que Paola viajó no se comunicó con ella.

El 10 de noviembre de 2018 todo cambió. Nancy recibió una llamada de Ximena, una prima paterna de Paola, informándole que su hija no había llegado al hostal en el que se quedaría en Curacautín. Ese día se encontraba cuidando a su madre, que padecía de cáncer de pulmón y a quien le ocultó todo lo que estaba pasando. “Quedé media trastornada, angustiada. Eso fue el sábado y al día siguiente fuimos a colocar constancia a la PDI sobre la presunta desgracia de mi hija”, recuerda.

Tres años en pausa

Nancy está sentada en el comedor tomando una taza de té. Tiene el pelo blanco, recuerda que se dejó de teñir durante la pandemia, despidiéndose de una larga cabellera negra y rizada. Mientras habla de su historia, revisa la galería de fotos de su celular buscando imágenes para graficar todo lo que ha vivido estos últimos tres años. No llora en ningún momento, pero las lágrimas que se acumulan en sus ojos y su mirada cristalina delatan su dolor. “Yo no puedo llorar delante de la gente. Lloro sola, escondida, me seco las lágrimas y sigo”, reconoce.

La primera vez que Nancy viajó a Curacautín a buscar a Paola fue el martes 13 de noviembre de 2018. La acompañó su pareja de ese entonces. Cuando llegó al sector conoció a unas amigas de Paola, que trabajaban en lo mismo y que le contaron que su hija se había reunido con un hombre. “Ellas se comunicaban por teléfono y se informaban con quién se juntaban. Mi hija les había mandado el número de la persona con la que iba a estar. Recién ahí me enteré de lo que hacía”, dice Nancy.

Las compañeras de su hija le prestaron un departamento para que pudiera alojar en Temuco. En la ciudad, Nancy se dirigió a la PDI para ver qué había pasado con la denuncia de presunta desgracia realizada en Santiago, pero no había antecedentes y tuvo que declarar nuevamente. Ahí, junto a las amigas de Paola, informaron la identidad del hombre y esperaron hasta que les notificaron que habían encontrado al sospechoso.

Erwin Aedo, de 34 años, y quien trabajaba como capataz en el Fundo Los Prado, confesó haber asesinado a Paola y lanzarla al río Dillo. Nancy dice que cuando se enteró de lo que le había hecho a su hija estaba hablando por teléfono con una cuñada: “Yo estaba llorando y gritando: ‘Me mataron a la Paola, me mataron a la Paola’, fue terrible”, recuerda.

Aedo quedó detenido e iniciaron una investigación en la Fiscalía de Curacautín, pero el cuerpo de Paola no aparecía. Nancy inició una búsqueda con más personas, estuvo recorriendo distintas locaciones durante casi un mes, hasta que el 11 de diciembre de 2018 le informaron que su mamá estaba grave en el hospital. Se fue inmediatamente a Santiago, pero no alcanzó a llegar para despedirse. “Llegué al hospital y ella había fallecido hace cinco minutos”, se lamenta, aunque tras el funeral viajó nuevamente a Temuco y a Curacautín para seguir en la búsqueda de su hija.

Paola hasta ahora no ha sido encontrada. El asesino, durante la investigación, se negó a entregar más detalles para aportar en la búsqueda. El 24 de agosto de 2021 fue sentenciado a 14 años de cárcel.

Pese a la condena, Nancy no encuentra justicia. Desde el femicidio y la desaparición de su hija acusa negligencias por parte de las instituciones: “La primera abogada que tuve fue del SernamEG y no hizo nada, me entregó las carpetas en blanco”. Tras eso decidió costear un abogado particular, pero en términos económicos se hizo imposible. “Si hubiera tenido plata, hubiera seguido peleando, pero como no tenía, qué iba a hacer, quién me representaba, los abogados no lo iban a hacer gratuitamente”, dice Nancy.

Después de un año y medio pudo tener acceso a la carpeta investigativa.

A lo anterior, se suma el cuestionamiento debido a lo que se dedicaba Paola: “En una audiencia uno de los jueces dijo: ‘ella quiso ir, no fue obligada’. Es muy fuerte escuchar algo así (…). Ellos deben pensar: ‘una prostituta menos’, como dicen vulgarmente algunas personas. El fiscal una vez me dijo: ‘va a tener que esperar con calma’. ¿Y si hubiera sido un hijo de él?”.

Nancy tiene una doble lucha: buscar más años de condena para el femicida, pero sobre todo, encontrar el cuerpo de su hija, situación de la cual acusa abandono. “La PDI estuvo conmigo, pero una semana. Nunca hicieron nada. Yo tenía que ir donde el fiscal y decirle: ‘¿puede traer perros?’. Al final he estado tres años en pausa. Estoy detenida, concentrada en la búsqueda y haciendo todo lo posible con los medios que tengo”.

Salir de la burbuja para luchar

Son las 11.30 del sábado 19 de febrero de 2022. Nancy y Julieta Rivera están sentadas en un café en el Paseo Bulnes. Entre risas y bromas, recuerdan cómo nació su amistad. Ambas apuntan hacia el frontis del Palacio de La Moneda. Ahí se conocieron hace exactamente tres años en una manifestación autoconvocada por las agrupaciones feministas.

“Yo estaba sola. Llegó Nancy, extendió su lienzo, se puso al lado mío y le pregunté: ‘hola, ¿cómo te llamas? ¿Por qué vienes?’ Y a ella le costó contestar. Hablaba poco. Era la primera vez que salía a una convocatoria pública”, comenta Julieta.

Tras conversar y conocer la historia de Nancy y su hija, Julieta le pidió el número de celular.  Desde ese día no se separaron más, se transformaron en amigas y compañeras de lucha.

Julieta Rivera es activista feminista y social. Desde su adolescencia ha participado en diferentes movimientos que emergieron en la dictadura militar y forma parte de la Coordinadora Ni Una Menos (NUM).

Cada vez que se realizaban manifestaciones e intervenciones sociales, Julieta invitaba a Nancy a participar. Fue así como Nancy conoció y se integró al movimiento feminista, uniéndose a Ni Una Menos en 2019. En una de las reuniones, las voceras de la coordinadora, junto a la Red Chilena Contra la Violencia hacia las Mujeres, propusieron crear una organización que reuniera a las familias que han perdido a mujeres víctimas de violencia machista. Esa vez Nancy pensó: «¡qué agrupación, si yo nunca he armado una agrupación, no tengo idea de nada».

Carmen Gloria Rodríguez, vocera de NUM, cuenta que Nancy se unió a la agrupación cuando recién se estaba articulando. “Hicimos una reunión llamando a familiares y a la semana apareció Nancy (…). Ella es una maestra para nosotras. Ella nos ve a nosotras muy grandes, no se atreve a hablar cuando estamos, pero la hemos ido incentivando a que no es así, porque somos nosotras las que aprendemos de ella, tiene una sabiduría impresionante”.

El 25 de noviembre de 2019, en el Día Internacional Contra la Violencia Hacia las Mujeres, y en pleno estallido social, hicieron su primera aparición pública en la Plaza de la Dignidad como Agrupación de Familiares de Víctimas de Femicidios. Ese día extendieron un lienzo que llevaba el nombre de la organización y que fue escrito por Nancy. “Yo a ese lienzo le tengo un significado muy grande, porque nos dimos a conocer como agrupación”, dice Julieta, con una gran sonrisa.

”Desde que conocí a la Julieta, abro la puerta, la ventana y está ella. Está en todos lados. ¡Qué molesta la Julieta!”, bromea Nancy, mientras se ríe. Luego agrega: “Aun así, es la que me mueve. Yo antes no salía, era solo de mi casa, estaba en una burbuja. Pero ahora viajo para todos lados con ella. Hemos vivido muchas experiencias juntas, hemos estado con otras mamás que han perdido a sus hijas.

Nancy y Julieta, como parte de la directiva y voceras de la agrupación, organizan viajes a distintas regiones de Chile. El objetivo es acompañar y apoyar manifestaciones y conmemoraciones de femicidios, aunque también asesoran a quienes les piden ayuda: “Estar en la agrupación ha significado caminar y crecer juntas. El aprendizaje es mutuo, porque siempre son diferentes las demandas, pero la lucha es una sola”, expresa Julieta, quien añade respecto a su amiga y compañera: “admiro su generosidad. Nancy siempre dice: ‘encontrando o no a Paola, yo voy a seguir luchando’”.

Alda Reyes es otra gran amiga que Nancy hizo en estos tres años. Se conocieron cuando formaban la Agrupación de Familiares de Víctimas de Femicidio. Alda es vocera en Temuco y se hizo activista cuando su hija, Yini Sandoval, fue asesinada junto a sus tres hijos por Claudio Tolosa en diciembre de 2016.

“Hemos estado juntas en la lucha de justicia por nuestras hijas. Es mi amiga y hermana con el mismo dolor. Es muy importante en la agrupación, porque a pesar de toda la pena, tiene la fuerza para seguir luchando por encontrar a su hija y buscar justicia para todas las mujeres que han sido víctimas de femicidio”, dice Reyes. “La admiro”, agrega.

Un lugar desconocido y lejano

Nancy dice que sueña con Paola. “Una vez soñé que la andaba buscando. Era todo verde de puro campo, ella estaba acostada y yo la retaba, le decía: ‘pucha, Paola, te ando buscando hace rato’, y ella me decía: ‘es que me quedé dormida’”.

Anhela que en unos de esos sueños su hija le diga dónde está o que le dé pistas para encontrarla.

Buscar a Paola no ha sido fácil. Desde que las instituciones dejaron de investigar, Nancy ha tenido que gestionar y autofinanciar búsquedas y cada una cuesta alrededor de 2 millones de pesos. “Cada año que va pasando es más difícil, porque si no junto la cantidad de plata que necesito no puedo hacerlas. He pensado hasta en vender mi casa”, dice Nancy.

Para recolectar dinero vendió sus máquinas de coser, su fuente de trabajo. También juntó lo que recibía del Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y ha organizado rifas y bingos, todo esto con el apoyo de diversas organizaciones feministas. No cuenta con la ayuda de sus familiares, pues cada vez que ella habla de su hija, sus cercanos le cambian el tema: “La familia se esconde, como diciendo: ‘ya, si ya la mataron, no importa, sigue tu vida”’.

Las búsquedas se realizan en el Fundo Los Prado, de 4.200 hectáreas, entre acantilados, un río y una cascada. Principalmente, son en temporadas de verano, ya que en invierno con la lluvia es muy peligroso. Para organizarlas, Nancy hace todo con un mes de anticipación desde Santiago: primero llama a la Organización SAR Nueva Imperial y ve la disponibilidad de los brigadistas.

“He ido conociendo el campo. Voy con los rescatistas en todo el recorrido. Si hay una búsqueda en la que no estoy, me muero. Tengo que andar viendo qué es lo que están haciendo o decir: ‘no, ya buscamos ahí’”.

Llega dos semanas antes que los brigadistas a Curacautín. Durante ese tiempo informa en la prensa local que iniciarán una nueva jornada de búsqueda y solicita voluntarios y/o donaciones de alimentos. “Voy juntando todas las cosas que requiero. Después de todo eso veo lo que voy a cocinar y de ahí compro todo lo demás que hace falta”, dice Nancy.

Cada uno de esos viajes los realiza sola y en bus.

“Esta es la zapatilla de mi hija que encontramos en una de las búsquedas”, dice Nancy, mostrando una foto en su celular. Luego la cambia y muestra otra en donde Paola las está usando.

Recuerda que ese hallazgo fue seis meses desde la desaparición de Paola. Ese día llamó inmediatamente a la policía: “yo sabía todo el proceso que había que hacer. Si es que encontrábamos algo, no hay que moverlo, no tocarlo, tratar de no manipularlo, las huellas se pueden ir, por lo que llamé a la PDI y me dijeron: ‘venga a dejarla a Temuco’».

El caso de Paola es conocido en la ciudad. Susan Concha es de Temuco y revive la primera vez que vio a Nancy. Era junio de 2020, ese día llovía y estaba oscuro. Nancy estaba en la plaza de la Curacautín haciendo una velatón por su hija. “Verla sola con su pancarta, me dio pena, angustia e impotencia. A mí me partía el alma saber que ella agarraba un bus y llegaba a un lugar desconocido y lejano”, dice Susan.

Días después se contactó con Nancy. Le dijo que le avisara cuando viajara nuevamente a la zona para poder ayudarla y se reunió con más mujeres para colaborar. Así se formó la Red de Mujeres de Curacautín: “fue todo producto del caso de Paola. Nos empezamos a organizar y conseguimos una junta de vecinos para nuestras reuniones”.

Parte de las labores realizadas por la red consisten en apoyar a Nancy en las búsquedas en el Fundo Los Prado. “Empezamos a interiorizarnos, a acompañarla, a arrendar cabañas para cuando venían los brigadistas, que ella sola financia, porque acá la fiscalía nunca ha hecho nada”, sentencia Susan.

Bajo el lema “¿Dónde está Paola?”, la organización ha generado una red de contención entre y para las mujeres de la zona que son víctimas de violencia de género.

Susan dice que se hizo activista a raíz de la lucha de Nancy. “Estoy orgullosa de haberla conocido. Es valiente, le cuesta hablar, pero es capaz de pararse al frente del fiscal y decirle: ‘Esto está mal’. También, acompaña a muchas mujeres y madres que están en la misma situación que ella, es una referente”.

Gritar y ser escuchada

Nancy sube al segundo piso de la casa de Paola y muestra cada una de las habitaciones. Comenta que hace seis meses estaba en arriendo y que cerró con llave la pieza de su hija para que los arrendatarios no la usaran. La pieza está intacta, tal como ella la dejó. “Miren que ordenada, miren su closet como lo tenía, todo ordenado”, dice.

La ropa está ordenada por tipo de prenda y separada por temporada de invierno y verano. Los pantalones están perfectamente doblados uno por uno en un colgador y los zapatos siguen guardados en sus cajas originales.

Mientras muestra la habitación, habla de cómo se imagina el día en que encuentre a su hija: “siempre le digo a los brigadistas que si la encuentran quiero verla yo primero. Lo único que quiero es darle la bendición y que pueda descansar en paz (…). No la voy a dejar en el cementerio. Lo que hemos hablado con mi nieto es que si la encuentro, sus huesitos los voy a cremar en Temuco y los dejaré debajo de una araucaria”.

Nancy baja al primer piso y se sienta nuevamente en el comedor, continúa revisando las imágenes de su celular. Una pregunta la hace levantar su mirada:

-¿Siente que en algún momento pierde la esperanza?

-Yo siempre pienso que voy a estar como la gente del 73. Voy a morir con la incertidumbre de dónde quedó mi hija, voy a tener que aprender a vivir con el dolor, levantarme día tras día, porque muchas veces lo único que pienso es en morir y no saber más, pero tengo que seguir por mi hijo y mi nieto.

Al responder la pregunta, vuelve a su teléfono y enseña nuevas fotografías: son esculturas de madera. Cuenta que un artista de la comuna de Lautaro hará una figura en tamaño real de Paola y Antonia Barra: “Trabaja súper lindo este niño. A pesar de todo el sufrimiento que llevo, he conocido gente muy bonita, eso reconforta harto, que te esperen y que te digan: ‘cuándo vas a venir’. Todavía no llego a mi casa y me preguntan cuándo voy a volver, como que me echan de menos”.

Hace unas semanas se publicó el tráiler de “La Vida de Nosotras”, serie que reúne 16 historias de mujeres que han sido víctimas de violencia machista. Dentro de los casos representados está el de Nancy y su hija Paola. Cuando vio el registro por primera vez, cuenta que se puso nerviosa y un poco melancólica.

Se considera de bajo perfil dentro del feminismo. “Ando de atrasito del monito”, dice, aunque Carmen Gloria Rodríguez, de NUM, destaca su relevancia en el movimiento: “comprendió la dimensión colectiva de su lucha y también de la nuestra. De esa forma, sin dejar de perseverar en su batalla personal, integró ésta a la búsqueda de justicia de toda persona afectada por las violencias machistas y femicidas. Ella siempre está para otras”.

También, sus amigas y cercanas la consideran como un ejemplo. “Es solidaria, tiene una fraternidad enorme. La podemos ver alegre, pero llora sola. Pienso que con ella podemos avanzar. Nancy es una mujer que nace, que se renueva y que crece todos los días”, menciona Julieta Rivera.

“Es bonito poder gritar y ser escuchada. Mucha gente nos sigue, cuando viajamos las personas nos están esperando. Todo lo que hemos vivido, hay muchas mujeres que lo están viviendo. Cuando conversamos con ellas, una entiende el dolor. Es lindo ser reconocida en distintos lados”, expresa Nancy.

-¿Se considera una referente?

-Yo soy una mamá no más, que está apoyando la lucha de todas las que vienen y las que van a venir también, porque todos los días están matando mujeres. Espero que se arreglen las cosas. Siento que recién van a haber cambios cuando estemos viejitas, quizás cuando ya no esté, pero es importante que empiece el cambio desde ahora.

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