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Manuel Guerrero analiza la violencia en dictadura: Su «forma fundamental fue la tortura»

Por: Giglia Vaccani | Publicado: 18.03.2023
Manuel Guerrero analiza la violencia en dictadura: Su «forma fundamental fue la tortura» Manuel Guerrero Antequera | Manuel Guerrero Antequera
En el año que se cumple medio siglo del golpe militar y a pocas semanas del aniversario 38 del Caso Degollados, el hijo de Manuel Guerrero, una de las tres víctimas del crimen cometido en dictadura, presenta un ensayo en el que invita a hacernos una pregunta brutal: ¿cuál habría sido nuestro rol en el engranaje de la violencia?

Manuel Guerrero Antequera tenía 14 años cuando vivió la violenta tragedia de su padre. “Estaba de espaldas a la calle cuando fue secuestrado, por lo tanto escuché el freno de los autos que llegaron, el forcejeo, los gritos de mi papá pidiendo ayuda, balazos», ha relatado de aquel episodio que también marcó a fuego la memoria colectiva de un Chile cruzado por la dictadura militar. Era el 28 de marzo de 1985.

Episodio que llegó a conocerse como el Caso Degollados. A casi 38 años de ese suceso, en que su padre, el profesor Manuel Guerrero Ceballos, en aquel entonces de 37 años, fue una de las tres víctimas de la Dicomcar de Carabineros, su hijo profundiza en el dolor de esa violencia a través de la versión libro del ensayo de 180 páginas  “Sociología de la Masacre. La producción social de la violencia”, obra ya considerada parte de la bibliografía en Derechos Humanos del pregrado de la Universidad Católica.

«A mí me interesaría mucho que de a poquito se empiece a abordar esta temática porque necesitamos establecer cierto puente de comprensión sobre este fenómeno”, dice refiriéndose a los actos más horrendos de la violencia que le tocó vivir y que hoy, con reposo y mucho estudio, enfrenta sin escalofríos abordando en su obra una de las figuras más repugnantes del régimen de Pinochet: el torturador.

Violencia como fenómeno

“Me parece que comprender el fenómeno de la violencia, a la que le llamo producción social de la violencia, permite salir un poco del lugar común desde el que hemos abordado el tema entre perpetradores y víctimas”, dice este doctor en sociología, especialista en neuroética, filosofía política y ética de investigación en seres humanos.

-¿Cuál es la intención de este libro-ensayo?

-Devolver la racionalidad a actores que estuvieron en disputa en la política y, especialmente, ofrecer un espacio teórico de investigación al papel que cumplió la población civil que no formaba parte de este conflicto, pero que se hizo parte de la producción indirecta de la violencia a través del mecanismo de la denuncia, de la delación y de la que en forma muy, muy, muy, muy valiente, la enfrentó, la evitó o la contuvo.

-¿Desde qué lapso de la historia de la violencia está abordado el estudio?

-Desde la violencia ocurrida durante los 17 años de dictadura con distintos actores que tomaron posiciones. Esta forma de abordaje permite comprender la dinámica de la violencia en sus distintas etapas: del 11 de septiembre mismo y entre el 12 de septiembre y el 30 de diciembre a 73. El 11 hay un golpe militar y a las 24 o 25 horas el país que está bajo control militar, excepto por algunos focos de resistencia que finalmente fueron aplastados, enfrenta una violencia que yo le llamo masacre. Fue en esos cuatro meses que se concentra cerca del 60% de los muertos de los 17 años de dictadura. Ahí hay una dinámica de la violencia distinta.

Violencia selectiva

-Ese dato podría hacer suponer que no fue una violencia constante…

-… se traslada a otra forma de violencia, que va a ser el de la tortura, de la violencia selectiva. Porque para que haya violencia selectiva, estudiando la dinámica de la violencia para ver cómo se van posicionando los actores, hay que abordarla desde las personas que lo permitieron. Muchas familias en su interior tienen integrantes que tomaron una posición por temor, por tener un actor involucrado, por falta de contención, como el caso de Paine, donde al no haber nadie que prestara protección a sus familias, delatan. Esa es una situación que se comprende en el marco general. Eventualmente puede tener una explicación racional, se puede conversar y, eventualmente entender, pero es muy diferente a perdonar.

-No fundamenta un punto final, el olvido, entonces.

– A mí, esta investigación comparando esta violencia con otros procesos como el genocidio nazi, otras guerras civiles en Chile, etc, me permite comprender qué es lo que va ocurriendo con la violencia. En lo personal, sí me permite entender mucho el fenómeno, tener una forma bastante más matizada.

-¿De qué manera la población civil se hace parte de la violencia, como El Fanta, por ejemplo?

– El libro trata de explicar esa situación de El Fanta, pero también de la fuerza represiva, como el caso del agente Andrés Valenzuela, “Papudo”, ex Comando Conjunto, que se pliega y aparece hasta el día de hoy en las causas judiciales. Pero también se expone a los marinos, quienes son los que inician el golpe militar en Chile, pero que sin embargo, tuvieron en sus filas a marinos que dijeron no. Entonces me interesa ir viendo esos matices para salir de esos lugares comunes en los cuales no hemos construido nada y creo que es porque no se nos permite.

-En el libro aborda las condiciones para ser un torturador: ¿ellos se hacen o nacen desde el abordaje sociológico?

-La mirada del libro sobre la violencia que se desata es desde la producción social, es decir, implica una mirada hacia el ser humano que, bajo ciertos contextos, usa la violencia como un recurso. Es por eso que tenemos que ser tremendamente responsables para evitar que lleguemos a este tipo de contextos porque la identidad se transforma. Cuando hay un contexto de este tipo de violencia, especialmente cuando es unilateral como el terrorismo de Estado, están los torturadores.

¿Hay evidencia de cómo aparecen en el caso chileno?

-Hay evidencia empírica histórica como la investigación de Javier Rebolledo en la Trilogía de los Cuervos. Ahí se explica cómo opera Manuel Contreras (El Mamo, director de la DINA) ya siendo coronel. El año 72 está formando gente que se torturaba entre ella. El libro, respecto al tema de la tortura, analiza la forma en que se deshumaniza al otro, entonces ahí hay un torturador que se produce como parte de un proceso en que se desvaloriza a ciertos seres humanos y los expulsa de la comunidad moral. Y este proceso incluso se traspasa al uso del lenguaje, como por ejemplo, con la famosa portada de La Segunda “Exterminados como ratones”, refiriéndose a ejecutados políticos y al adversario, el enemigo político. En ese momento, con eso, se les quita la investidura de persona y se le convierte en algo. Es la animalización del otro porque entre otras cosas, nosotros también expulsamos a los animales de nuestra comunidad.

Animalizar y cosificar

-Hablemos de la deshumanización como proceso:

-La deshumanización es una sub evaluación que está entre el lenguaje animalista y el lenguaje clínico, como cuando decían “vamos a extirpar el cáncer desde la raíz”. Se le quita el rostro del humano al otro pero, y al mismo tiempo, hay un proceso de sobrevaloración y esto ocurre en el caso, por ejemplo, de los niños que fueron torturados. ¿Quién puede ver en un niño un peligro para la sociedad?. Lo que sucede ahí con el torturador es una especie de justificación moral, una especie de defensa de la sociedad, es decir, a partir de torturar al otro, estoy defendiendo la sociedad respecto a estos seres malignos.

-¿Se puede salir de este círculo de inhumanidad?

-Es un tema complejo. La pregunta realmente que se abre es cómo uno puede volver nuevamente a humanizar al otro que ya deshumanicé. Es un pendiente que tenemos en el caso chileno.

-¿Por qué?

-Porque tenemos el reverso, como la figura del “milico” que muchas veces representa la idea de que es potencialmente un violador de derechos humanos y en la situación actual eso no está pasando. Hay que tener presente que hay una parte de la sociedad, con legítima razón, que tenemos mucha dificultad de establecer una vinculación hacia el mundo uniformado por lo que implicó el terrorismo de Estado, pero lo que no podemos hacer es caer nosotros en la deshumanización de ese otro. Hay que entender que también se trata de seres humanos que están en determinado contexto, bajo cierta doctrina en la que fueron formados. Es por eso que necesitamos cambios en la educación, en la formación, en la constitución de las propias fuerzas armadas… entonces me interesa nuevamente ir arrojando luz sobre estos distintos matices y procesos de construcción porque eso nos va a permitir abordar la humanidad común que se nos fue entre las manos.

-Hay cierto sector de la sociedad que considera una forma de violencia aniquiladora la violencia del estallido social, ¿qué opina?

-El libro analiza una violencia en determinado contexto histórico que tiene que ver con el caso chileno y el terrorismo de Estado. En el caso de la dictadura chilena, la violencia se ejerció fundamentalmente en forma unilateral. Hubo un actor político que ejerció violencia respecto de su propio pueblo y a quien identificada como su principal amenaza: los partidos de la Unidad Popular. En cierto momento esta resistencia empieza también a ser un recurso de la violencia como autodefensa. Durante las protestas nacionales del 82 al 86 hay acciones de sabotaje. Pero respecto del contexto de la revuelta social de octubre en adelante, claro, también aparece cierto contexto de violencia, pero es muy diferente porque aquí no es el Estado que está ejerciendo la violencia contra la población. Es un contexto histórico muy distinto porque de hecho hay un comandante del Ejército que dice que no “está en guerra con nadie”. Esa es una señal muy distinta a la que ocurrió en el período analizado que merece la pena ser tomado en cuenta y estudiado, porque esta vez el Ejército hizo una contención. Algo distinto ocurre con Carabineros, porque ahí se observa una continuidad de la violencia a partir de, probablemente, la decisión de dispararle a la gente a los ojos. Esas lesiones oculares son sistemáticas y demuestran todavía el uso de la violencia contra la población que está desarmada. Hubo casos de tortura también, por ejemplo, maltrato sexual, en fin…

-¿Cómo se entienden los distintos roles del torturador según las distintas ramas de las FF.AA. y de Orden?

– Si comparamos, por ejemplo, los datos que tenemos del Estado a partir de la recogida de testimonio, la sistematización de la información en distintas instancias y documentos, estamos hablando de alrededor de 3.227  muertos y de casos de tortura se reconocen 40.000 y son mucho más los que no fueron a testimoniar. Evidentemente hay una desproporción en el uso de la violencia mediante la tortura.

40 mil torturados

-Lo que supone muchísimos torturadores…

-La DINA alcanzó a tener 10.000 funcionarios, o sea, era una infraestructura gigantesca versus los 3.227 muertos, de los cuales el 60% están concentrados en los cuatro últimos meses del año 73, entonces hubo cerca de 16 años en que la forma fundamental del ejercicio de la violencia fue la tortura. Para que haya tortura evidentemente se requieren torturadores y desde el punto de vista de la participación de cada rama de las Fuerzas Armadas está claro que, los primeros cuatro meses, participan todas porque fue una violencia más bien indiscriminada, no tenían información suficiente, se le acaban rápidamente las listas que tenían, entonces, la forma de captar información fue a través de los allanamientos masivos, la operación rastrillo en las poblaciones, llevar a la gente a las canchas de fútbol. Ahí aparece la figura del encapuchado, que es alguien de sus filas o un infiltrado que empieza a decir este sí y este no. Así se empieza a generar información para tratar de pasar de la violencia indiscriminada, que es muy masiva pero torpe porque no logra dar con la estructura de los partidos, a la selectiva.

-Entonces la tortura fue la acción fundamental de la dictadura para ejercer el poder…

-La tortura va a ser la forma fundamental como antes fue la desaparición, como lo hizo la DINA, que hace bajar el número de muertos porque ya la violencia era selectiva y para eso requerían información muy precisa. Ese es el mecanismo de la tortura, muy espantoso, que va a jugar su rol. La tortura es la forma de lograr que las personas delaten a sus propias organizaciones y esto va a tener una sistematicidad el año 74 en el caso del MIR; el 75 en el caso del Partido Socialista y el 76, con el Partido Comunista. Y posteriomente con la Operación Cóndor, que coordina esta acción hacia Sudamérica e incluso Estados Unidos (asesinato de Orlando Letelier) e Italia (asesinato de Carlos Prat y su esposa). Y llega hasta ahí porque cierran la DINA.

-¿Ser torturador era ser parte de una elite dentro del sistema militar?

-Son entrenados en las propias ramas de las Fuerza Armada como una fuerza de élite porque manejan la información más precisa, pero también porque en el entrenamiento son capaces de ir más allá. Así fue en los inicios de la DINA según la evidencia.

Personas comunes

-¿Pueden ser considerados enfermos psiquiátricos?

-Hay un par de personas que tienen patologías, pero no es el fenómeno mayor. O sea, estoy pensando en Osvaldo Romo, que claramente tiene problemas de tipo psiquiátrico. Es tremendo decirlo de esta forma, pero la mayor parte de los torturadores son gente completamente normal para quienes la tortura fue parte de su labor, su trabajo. Eso es lo tremendo, porque pasa a ser parte de su labor cotidiana, de trabajar una cantidad de horas torturando y después tener su función en la familia, etcétera.

-¿Dónde y a quiénes reclutaban preferentemente?

-La mayoría era gente muy joven, que estaba haciendo el servicio militar y obligan a ser torturadores y a entrar en una dinámica de la cual ya no pudieron salir.

-Por lo que se entiende en su libro, estos torturadores no han sido enfrentados a la justicia en general, ¿por qué?

-Los torturadores no han sido llevados a juicio en Chile porque son muchísimos y porque además está la cláusula del secreto. Pero es muchísima gente fundamentalmente del Ejército y de Carabineros. Si bien la Armada y la Fuerza Aérea tuvieron una participación feroz en cierto momento, es más el número en el Ejército y Carabineros porque son los que tienen la extensión territorial en todo el país.

-No han sido juzgados y siguen con una vida normal, con esposas, hijos, padres, trabajo, etc, ¿cómo se mimetizaron al interior de sus entornos?

-La mayoría de estas personas se reciclaron en distintos trabajos, en la vida cotidiana… de hecho hay muchos casos de torturados que se han encontrado con sus torturadores en distintas áreas de la sociedad: como choferes del transporte público, médicos, en fin, es decir, en general, la sociedad chilena comparte con ellos en su propio entorno. Las propias familias saben lo que ha pasado, quiénes son.

Compensación del torturador

-¿Y eso es sano para avanzar en la reconciliación?

-Lo que no ha habido en Chile de forma suficiente, a diferencia de otros procesos, es enfrentar la situación. Por ejemplo, las culturas africanas posibilitan que personas que participaron en estas prácticas genocidas y las propias víctimas de ellas tengan condiciones para encontrarse. Este es un tema súper difícil, pero que en otras culturas se ha dado.

-Los obligan a hacerse cargo, ¿cómo?

-Se han hecho cargo de la familia donde hay víctimas de su propia acción, por ejemplo. Les acompañan en los estudios, etcétera, como una forma, más allá de lo punitivo, de reconstruir su comunidad. Pero en Chile eso ha sido prácticamente imposible aunque hay intentos, como la organización Historias Desobedientes, que tiene un capítulo chileno, que trata a los hijos, sobrinos y nietos de genocidas, donde ellos toman distancia del papel que cumplieron sus familiares y están haciendo su propio proceso. Entonces yo creo que aquí, ojalá en estos 50 años que se cumplen del golpe, una instancia así pueda inspirar.

-¿Lo ve realmente posible?

-Yo veo que no están muy dadas las condiciones, pero ojalá pudiera darse espacio.

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