Avisos Legales
Tendencias & redes

Marguerite Yourcenar y el Patrimonio Arqueológico e Histórico de Chile

Por: admingrs | Publicado: 14.12.2014

Texto Yourcenar Patrimonio Arqueologico_Foto RiveraEste 17 de diciembre se cumplen 27 años de la muerte de una de las grandes figuras de la literatura contemporánea. Marguerite Antoinette Jeanne Marie Ghislaine Cleenewerck de Crayencour, conocida universalmente como Marguerite Yourcenar, nació en 1903 en el seno de una familia aristocrática franco-belga. Es criada por su padre, luego de la temprana muerte de su madre, y educada bajo una estricta formación clásica (lee desde niña el latín y el griego antiguo). Los turbulentos años de la primera mitad del siglo XX y la crisis de la modernidad derivada de ambas Guerras Mundiales, marcarán su vida y su deambular por múltiples patrias: Grecia, Suiza, Italia y finalmente Estados Unidos, donde residirá hasta su muerte en su casa “Petite Plaisance”, que compartió con su compañera Grace Frick, en la localidad de Mount Desert Island en el estado de Maine. “Peregrina y extranjera”, transmitirá a través de su escritura una sensibilidad única y particular, que le llevará a ser en 1980, la primera mujer incorporada a la Academia Francesa después de 350 años de androcentrismo. Podríamos decir de misoginia, pero la misma autora nos dispensa de ese adjetivo de una manera sutil y generosa, dando cuenta del contexto histórico de la obra de figuras femeninas emblemáticas de las letras francesas (Staël, Sand, Colette).

Marguerite Yourcenar es autora de libros y creadora de personajes que hoy son verdaderos clásicos de la literatura, como Zenón, el médico y filósofo del siglo XVI del “Opus Nigrum” publicado en 1968 y llevado al cine por André Delvaux veinte años después. Aunque será Adriano, emperador romano del siglo II d.C., el que le abrirá las puertas del reconocimiento mundial con la publicación de “Memorias de Adriano” en 1951. Además de ellos, en la vida y obra de Yourcenar encontramos bajo un manto poético una serie de imágenes y escenas que nos invitan a pensar nuestra propia historia y nuestro presente: la defensa de los derechos civiles, de los derechos de los animales y el medio ambiente (“El tiempo, gran escultor”), el amor y el erotismo (“fuegos”), la evangelización y colonización del Nuevo Mundo (“Un hombre oscuro”), la homosexualidad (“Alexis o el tratado del inútil combate”), o su condena del fascismo, la intolerancia y la violencia política (“El denario del sueño” y “El tiro de gracia”), esta última novela adaptada al cine por el director alemán Volker Schlöndorff en 1976. Pero en todos ellos, y especialmente a través de su monumental trilogía “El laberinto del mundo”, a lo que Marguerite Yourcenar nos invita es a pensar nuestra relación de lo que somos y de lo que fuimos; es decir, de nuestro lugar en el Pasado y el Presente (con mayúsculas), y en ese juego, si se me permite la reflexión, la arqueología tiene mucho que aportar, no tanto con la nobleza de intentar reconstruir un pasado que ya no existe, como con el deber moral de recuperar su memoria, junto con todos sus vacíos, silencios y ausencias.

El legado literario de Yourcenar nos ilumina aquí la contradicción de la arqueología como una ciencia que trabaja con los desechos del tiempo; el pasado es algo que fue y que nunca volverá, pero que sin embargo permanece. Al igual que la autora cuando recrea la vida del Imperio y de Adriano, la arqueología también se encuentra ajena a la idea de totalidad. Ambas se confrontan a la interpretación y al análisis de vestigios en estados fragmentarios; documentales en su caso y materiales en el nuestro. Es decir, el análisis del pasado en una situación accidental, en dónde la destrucción está en el corazón mismo de su práctica. Es producto de esta anomalía que creemos que “ahí no hay nada”. Al contrario, siempre habrán vestigios porque los seres humanos somos socializados en un mundo físico consistente en objetos materiales. Todos los objetos y todo el mundo material que nos rodea nos constituyen como individuos y fijan las condiciones de nuestras vidas. Desde esa perspectiva, la no-monumentalidad de los vestigios y los espacios que alimentan inconscientemente nuestra identidad no implica que no sean importantes; véase por ejemplo la nota publicada en Las Últimas Noticias el día 28 de agosto, sobre los esfuerzos por proteger un muro colonial en Concepción. Debido a ello, uno de sus aspectos más interesantes es precisamente el hecho de que pocas veces se les pone atención: el pasado, lejos de ser un territorio lejano e inaccesible, se encuentra al contrario muy cerca nuestro. Siguiendo al arqueólogo Laurent Olivier, los vestigios son testigos mudos de una significación que se ha perdido, por lo tanto el trabajo arqueológico es fundamentalmente una empresa de interpretación y decodificación, realizada en una situación de discontinuidad y absoluta carencia. Es decir, el conjunto de cosas que contemplamos desde nuestro presente no es en ningún caso una imagen del pasado “tal cual”, sino que el resultado de un largo trabajo del tiempo sobre ellas, el cual se debe enseñar y aprender a leer.

Marguerite Yourcenar_DocLa obra de Yourcenar tiene la virtud, entre muchas otras evidentemente, de estimular este aprendizaje a través de un cambio en las perspectivas heredadas de la tradición, defendiendo la comprensión de nuestro pasado concebido no como la sucesión bien reglamentada de algunos “monumentos”, pero al contrario, como la suma infinita de pequeñas vidas cotidianas de millones de individuos que van dejando tras de sí restos materiales triviales, los cuales contienen en su muda presencia un sinfín de historias personales. Ella misma seguiría algunos cursos de arqueología durante su estadía en Roma en los años ’30, y destaca lo siguiente: por entender las cosas como el producto de actividades cotidianas y dinámicas, las sociedades de épocas pasadas nunca estarán totalmente ausentes. Al igual que el trabajo arqueológico, a Yourcenar hay que leerla lentamente, asociando los elementos dispersos y excavando meticulosamente para vislumbrar el carácter de cada uno de sus personajes, oculto entre los estratos de sus propias historias de vida. Bien lo decía ella en su cuaderno de notas de “Memorias de Adriano”: “No perder nunca de vista el diagrama de una vida humana, que no se compone, por más que se diga, de una horizontal y de dos perpendiculares, sino más bien de tres líneas sinuosas, perdidas hacia el infinito, constantemente próximas y divergentes: lo que un hombre ha creído ser, lo que ha querido ser, y lo que fue“. La mirada arqueológica por lo tanto no está ni debe estar reservada a un período específico. Ella depende y construye un punto de vista propio y particular, que se asienta sobre la abundancia heterogénea de cosas que observamos aquí y ahora.

En Chile, sin embargo, durante mucho tiempo hemos tratado el pasado como independiente y alejado de las contingencias actuales. Nos hemos aislado de él por rupturas que distancian y delinean el Presente del “nosotros-chilenos-ahora” contra el Pasado de los “otros-indígenas-ayer”. Y en este quiebre, necesitamos volver a pensar el pasado como un lugar para ser protegido y preservado, de una manera mucho más reflexiva. Ya no solamente por satisfacer el simple gusto fetichista de transformarlo todo en un objeto que debe ser aislado y vigilado en un museo (el vidrio de sus vitrinas puede ser leído como una metáfora de la separación de ambos mundos). Sin quererlo, aquello deriva paradójicamente en el mismo problema: profundiza la ruptura. Por el contrario, el Pasado debe ser incorporado e integrado. La flecha del tiempo, a diferencia de lo que nos enseñan en el colegio, no es unívoca ni unidireccional, ya que el Pasado se inserta en el presente bajo fenómenos de imbricación y no de sucesión. Así como la autora lo expuso en “Memorias de Adriano”, debemos ser capaces de entender cómo éste se entrelaza con el presente en cada instante, y cómo éste mantiene una intimidad más allá de la herencia obsoleta y añeja de los monumentos de la élite. La complicidad del Estado con la destrucción del patrimonio arqueológico e histórico a través del Dakar, por ejemplo, es una forma de negar ese espacio de reflexión y ahogar cualquier esfuerzo de construir un puente entre el hoy y el ayer; nos obliga a apartarnos de un pasado que aún no terminamos de conocer y por ende no lo sentimos como propio. Para algunos esto no tiene ninguna importancia, pero para los demás aquello nos parece una forma de envenenarnos con luces y aplausos, que con sus migajas económicas sólo contribuye a un suicidio cultural a largo plazo, el cual nos resignará a vivir en el mejor de los casos en un limbo extraño de desarraigo y amnesia.

En un sistema saturado de pensamiento inmediato, de beneficio a corto plazo y grotescamente electoral, es imperiosa la perspectiva amplia de la arqueología y que encontramos plasmada en la obra de Yourcenar; es decir, un enfoque puesto en las relaciones fluctuantes y dinámicas entre pasado/presente y en la “duración” más que en el “evento”, que logre comprender el impacto de las experiencias humanas, sus restos y huellas en nuestra constitución como individuos. En el magnífico “Opus Nigrum” encontramos esta alusión de manera casi alquímica: “(Zenón) corregía de este modo ese vicio del entendimiento que consiste en aprehender los objetos con el fin de utilizarlos o, al contrario, de rechazarlos, sin profundizar en la sustancia específica de que están hechos”. Sin embargo, hemos preferido el camino fácil. Continuamos a silenciar poco a poco la memoria, porque no tenemos el tiempo ni queremos mirar con atención los vestigios que se desvanecen en el instante, ya que al parecer los plazos no pueden ser negociados y no hay interés por preocuparnos de ellos. No obstante, existen hoy organizaciones sociales que a pasar de la falta de apoyo institucional, luchan por corregir esos “vicios del entendimiento”: el Comité de Defensa del Patrimonio Histórico Cultural de la Maestranza de San Bernardo, el Consejo Comunal para el Patrimonio-Tomé o el Grupo de Patrimonio Cultural de Freirina, son buenos ejemplos entre decenas a lo largo del país.

En su discurso de incorporación a la Academia Francesa del día jueves 22 de enero de 1981, a través de un homenaje a Roger Caillois, su antecesor en la silla de la institución, Yourcenar expuso en honor al pasado, al tiempo y al inevitable olvido, lo que hoy a pocos días del año 2015 nos parece casi un lugar común: la lucidez necesaria para ser críticos con los procesos históricos que nos han permitido ser lo que somos, implica también un compromiso social con el Presente. Como la autora escribió en “Opus Nigrum”: “el hombre es una empresa que tiene en contra al tiempo, a la necesidad y a la fortuna, así como a la imbécil y siempre creciente primacía del número”. En definitiva, necesitamos de una profunda reflexión que contribuya a superar la división entre Pasado y Presente, en el que se impongan valores éticos y morales hacia el resguardo y recuperación de legados, historias e identidades, por sobre el valor económico y las contiendas laberínticas de la política y la legalidad. En un período que esperamos sean de importantes procesos de cambio, esperemos por lo menos que éstos se concreticen también en una nueva y profunda convicción en el respeto por el patrimonio arqueológico e histórico, que se vea reflejado por ejemplo, en la transformación en entidades políticamente activas a las instituciones creadas para salvaguardar los bienes culturales del país, como es el caso del Consejo de Monumentos Nacionales, y en la implementación efectiva y vinculante del Convenio 169 de la OIT (una buena noticia es el anuncio realizado para la revisión de los Decreto Supremo N° 66 del Ministerio de Desarrollo Social y Decreto Supremo N° 40 del Ministerio de Medio Ambiente). En definitiva, de una política-país a largo plazo que permita construir y recuperar la memoria de su ocultado Pasado, que vaya acorde además a las necesidades de una sociedad pluricultural y respetuosa de su sangre indígena: “unum sum et multi in me”, dice Zenón. (“soy uno, pero en mí hay multitudes”).

A 27 años de la muerte de Marguerite Yourcenar, una de las figuras literarias más brillantes del siglo XX, sus palabras y su mirada de lo humano siguen más vigentes que nunca. Vaya por ella un recuerdo, desde un país de la América meridional que necesita de manera urgente dar “una vuelta por su cárcel”.

 

*Arqueólogo. Consultora SurAndino, Estudios Arqueológicos y Patrimoniales Ltda. Miembro Asociado del Centro Internacional de Documentación Marguerite Yourcenar (CIDMY)

Déjanos tus comentarios
La sección de comentarios está abierta a la reflexión y el intercambio de opiniones las cuales no representan precisamente la línea editorial del diario ElDesconcierto.cl.