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En el aniversario de su muerte: Lemebel, la voz que la dictadura no pudo apagar

Por: admingrs | Publicado: 23.01.2017
Hoy se cumplen cuatro años de la muerte de Pedro Lemebel. Escritor, artista plástico, cronista, pero por sobre todo, un atractivo provocador tanto de la dictadura civil-militar como de la hipocresía política, propia de nuestros tiempos.

Se apagó para siempre la voz de Pedro Lemebel. Escritor, artista plástico, cronista, pero por sobre todo, un atractivo provocador tanto de la dictadura civil-militar como de la hipocresía política, propia de nuestros tiempos. Integrante de Las Yeguas del Apocalipsis, junto a Francisco Casas, desafiaron al régimen del dictador con osadas y temerarias acciones artísticas en tiempos en que Chile vivía bajo el Apagón cultural. Sin duda, con sus performance se encargó de encender una luz en un paisaje oscuro y temido en el Chile de los 80.

Lemebel murió de un cáncer que lo aquejaba a la laringe desde hace algún tiempo que, poco a poco, fue dejándolo sin voz material, porque ni Pinochet, ni la dictadura, ni nadie pudo acallar la pluma combativa e incisiva del mejor cronista que ha arrojado nuestra escena literaria nacional. Su voz aún existe y persistirá, a través de los recuerdos, de sus perfomances, pero por sobre todo, a través de sus letras.

Porque a través de sus innumerables obras entre las que se cuentan La esquina es mi corazón (1995), De perlas y cicatrices (1998), Zanjón de la Aguada (2003), Tengo Miedo Torero (2001), Loco Afán (1996), Háblame de amores (2012), entre otros, Lemebel quiso realizar un registro fotográfico del comportamiento social de los chilenos. Escritas –mayoritariamente– en primera persona, Lemebel anotó varias de sus vivencias que, indirectamente, también eran las de nosotros, las de una sociedad que comenzaba a despertar en una democracia incipiente después de años lóbregos, mustios y criminales. Porque un fotógrafo tiene que ser asertivo en la captura de imágenes y, en ese sentido, este insigne escritor tuvo la capacidad para escribir desde la asertividad para exponer la complejidad que experimentaba la sociedad chilena desde la década de los 80 en adelante abordando la situación de una nueva clase social que nació al alero del régimen: los marginados.

A lo largo de su vida, Pedro se caracterizó por su consecuencia no sólo política, sino que social y prueba de ello son sus libros que están repletos de marginalidad. Cómo no, si vivió en sectores que la sociedad los consideraba periféricos, a orillas del Zanjón de la Aguada en La Legua; en blocks sociales de avenida Departamental; y forjó su educación en distintos liceos, cuyas vivencias podemos repasar en los escenarios líricos que nos expone en cada libro. Consecuente con su rebeldía, Lemebel se alejó para siempre de la docencia y, a cambio, se entregó a la literatura. No fue hasta 1986 cuando confirmó su excéntrica personalidad, leyendo el manifiesto que lo catapultaría como uno de los personajes de la escena artística más irreverentes: “No soy Pasolini pidiendo explicaciones. No soy Ginsberg expulsado de Cuba. No soy un marica disfrazado de poeta. No necesito disfraz. Aquí está mi cara. Hablo por mi diferencia. Defiendo lo que soy. Y no soy tan raro. Me apesta la injusticia. Y sospecho de esta cueca dramática. Pero no me hable de proletariado. Porque ser pobre y maricón es peor. Hay que ser ácido para soportarlo. Es darle un rodeo a los machitos de la esquina. Es un padre que te odia. Porque al hijo se le dobla la patita. Es tener una madre de manos tajeadas por el cloro. Envejecidas de limpieza. Acunándote de enfermo. Por malas costumbres. Por mala suerte”.

Acreedor de una serie de reconocimientos no sólo nacionales, sino que también internacionales, entre ellos, el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso y la beca Guggenheim, además de una serie de homenajes a su obra como la semana completa que se le dedicó en Cuba en la Casa de las Américas de La Habana. Pero a Lemebel se le debió el Nacional de Literatura. A pesar de que para él no era gran cosa (a fines de 2014 dijo: “ese premio estaba más arreglado que cara de travesti”), el reconocimiento era justo y necesario tomando en cuenta el nivel de peso de su obra a lo largo de todos estos años. A lo mejor para Pedro Lemebel el Nacional de Literatura no significaba gran cosa, sin embargo, para quienes seguíamos su obra creíamos que la distinción era el galardón a una obra de calidad, con alto impacto social y en la que se pudo diseñar un atlas de la marginalidad nacional, aquella creada por la dictadura, aquel régimen que no pudo acallar a Lemebel. El cáncer apagó la voz física, pero su voz literaria perdurará por muchísimos años más en nuestros país.

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