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«Hospicio» de Gladys González: Refugio en ninguna parte

Por: Belén Roca Urrutia | Publicado: 08.02.2018
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La poeta (Santiago, 1981) reedita este poemario, cuya primera edición irrumpió en la escena de las letras nacionales hace 7 años. En nueve textos, González muestra que, aun en medio de la decadencia, el trasnoche y los escombros, la estética del fracaso tiene más cosas que ofrecer que su contraparte.

A la primera lectura, podría pensarse que titular «Hospicio» un poemario que remite exactamente a lo contrario, es decir, al desasosiego y la certeza de no tener certeza alguna, es una licencia irónica de la autora. Sin embargo, los versos de González no reniegan de esta incomodidad. En cambio, el no saberse de ninguna parte, o bien sentirse parte de lugares hostiles es lo que consuela la voz desgarrada que anuncia Yo soy un monstruo/ y esta selva/ de boxeadores viejos/ es mi jardín secreto/ y mi familia.

La resignación a mirar, desde la distancia, el despliegue de la fórmula canónica del éxito en la sociedad chilena atraviesa todos los poemas que componen este libro. En «Veredas» esto es literal: Sentada en una esquina/ observo sus sonrisas/ sus rostros brillando/ en las luces/ una vereda limpia y tibia/ por delante. Son numerosas las referencias a una vida no vivida, donde hay una casa, una pareja y una familia. González habita el otro lugar, en el que campean Las mudanzas/ los errores/ las heridas abiertas/ curtidas/ por las goteras/ del techo, como indica en «Animales muertos».

La soledad permea en cada uno de los poemas, pero no es el abandono lo que aquí duele, sino el hastío de todo y todos: sólo puedo/ levantar la cabeza/ para ver esta escalera/ angosta y pequeña/ en la que todas las tardes/ la luz se extingue/ oscureciéndolo/ aún más/ todo («Vidrio molido»). Quien habla en estas páginas se dibuja a sí misma como una sobreviviente, orgullosa de serlo y renuente a aceptar gestos compasivos.

La arrogancia de conocer lo desagradable, pese a la recurrencia de imágenes hostiles como la calle y sus riesgos, bares de mala muerte, habitaciones arrendadas y colchones en el piso, es la esperanza que mueve a la obra entera. A modo de advertencia, indica en «Última noche» a un otro imaginado que no se atreva a hurgar en una oscuridad que le es ajena: no te acerques/ muchacho/ que las luces rojas/ de este barrio de negros/ comienzan/ a caerte encima/ ya no eres invisible/ cuando caminas/ junto a la grasa. La calle no es para cualquiera, y eso González lo sabe de sobra.

Hospicio
Gladys González
Libros del Pez Espiral
47 páginas

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